Muchos se deben estar preguntando por qué Luis Pérez Gutiérrez arrasa en las encuestas para alcalde de Medellín si Sergio Fajardo es tan buen muchacho, y a pesar de que este fue elegido, precisamente, por una ciudadanía harta de indicios y rumores de corrupción en la administración de Pérez, y de su derroche en obras inútiles.

Por una parte, es sabido que los votos no son endosables y sería virtualmente imposible volver a reunir la abigarrada mezcla de electores de Fajardo en torno de otro nombre. Pero, de otro lado, se puede afirmar que la figura de Sergio Fajardo ha sido magnificada y ponderada en exceso por un gran sector de la prensa de Medellín que depende de la pauta publicitaria del Municipio y, a su vez, por cuenta de la prensa nacional, que se sorprende por la dinámica de la ciudad sin tener en cuenta una serie de activos que le facilitan las cosas al alcalde de turno, llámese Gómez, Flórez, Ramos o Naranjo.

Si bien es cierto que Fajardo tiene más aceptación en las encuestas que el mismísimo Presidente de la República, el campeón de todos los pesos de la política colombiana, eso tiene explicaciones distintas a las que algunos analistas enuncian sin mayor consideración: que Fajardo «transformó» a Medellín. La pregunta es: ¿qué transformó?, ¿dónde están las transformaciones y las evidencias que sustentan esa afirmación?

Todos los alcaldes de Medellín y los gobernadores de Antioquia han sido calificados como los mejores del país desde que existen las encuestas. Eso porque, más que a nadie, a los antioqueños nos gusta lavar los trapos sucios en casa y porque un rasgo esencial del antioqueño es el de ser emprendedor y no quedarse rogándole una ayuda a nadie. Aquí, el grueso de la población no se queda esperando a ver en qué le puede ayudar el gobernante. Pero, además, a los burgomaestres de la capital antioqueña los favorece mucho el que ‘todo’ está hecho -calles pavimentadas, excelentes servicios públicos, buenas coberturas en salud y educación, etc.-, el contar con una boyante ‘caja menor’ como las EPM, el que los ciudadanos sean los más cumplidos en el pago de los impuestos y el hecho de que la corrupción pública, en esta región, esté reducida a sus justas proporciones, como diría el ex presidente del corbatín.

Fajardo, a decir verdad, tiene a su favor el mérito, nada insignificante, de no pertenecer a maquinarias políticas y, por consiguiente, no deber esos favores que pervierten el manejo de la cosa pública. Pero eso no es ninguna garantía de que se tomen las mejores decisiones ni de que estas se ejecuten bien, y ahí está su lado débil. Sin embargo, sus áulicos -y él mismo, puesto que tiene un ego inmenso- exageran sus logros y hasta se apropian de padrenuestros ajenos para ganar indulgencias, al tiempo que soslayan olímpicamente sus errores.

Es una grave imprecisión adjudicarle a Fajardo la disminución de la violencia en la ciudad cuando esta es una tendencia nacional atribuible, claramente, a las políticas del presidente Uribe. Y es una ligereza sugerir que se haya presentado una transformación social en Medellín gracias a los diez colegios (regalados por EPM) y a la estrategia peñalosista de los cinco parques biblioteca que apenas se están terminando. O sea que basta con poner dos adobes para revertir un problema de 50 años…

Pero lo peor es que de Pérez a Fajardo no hay mayores diferencias, aunque parezcan polos opuestos: las semejanzas en derroche y escándalos son sorprendentemente numerosas y los verdaderos resultados de una y otra administración difieren en muy poco. Los indigentes abundan, los desconectados son una legión y los casuchas de cartón rodean la ciudad ‘transformada’ por «el hombre del año», o para usar su particular y meliflua retórica, por esa gestión suya tan ‘maravillosa’, ‘espectacular’, e ‘inolvidable’…   ·

Publicado en el periódico El Tiempo, el 3 de abril de 2007

Posted by Saúl Hernández

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