Colombia ha sido un país plagado de secuestros, muchos de ellos completamente inaceptables, como cuando las víctimas han sido niños, ancianos o enfermos, o cuando han sido sometidas a tratos indignos y/o ejecutadas, convirtiendo sus despojos en mercancía por la que toca pagar para darles sepultura.

Sin embargo, no recuerdo ningún caso en el que los parientes de los plagiados y buena parte de la opinión pública tuvieran el dislate de fraternizar con los secuestradores y echarle toda el agua sucia al Gobierno de turno. Ni en el secuestro de José Raquel Mercado en la administración de López; ni en el de Gloria Lara en tiempos de Turbay y Betancur; ni en los de Álvaro Gómez y Andrés Pastrana en la administración Barco; ni en el de Diana Turbay y otra decena de personalidades como Pacho Santos, en la administración Gaviria; ni en el de Juan Carlos Gaviria en la administración Samper; ni en los centenares de secuestros ocurridos, en la administración Pastrana, en carreteras, fincas, pueblos, ciudades, buses, aviones, embarcaciones, selvas, páramos, etc.

Es más, todos esos secuestros se han visto como crímenes contra el Establecimiento: los políticos, los medios, los familiares y todos los colombianos se han puesto del lado del Gobierno para darle palmaditas en la espalda y decirle que eso le pasa a cualquiera. A César Gaviria, ni el ex presidente Turbay ni don Hernando Santos Castillo le pidieron que cediera a cualquier pedido de Pablo Escobar para recuperar a sus hijos y si bien doña Nidia Quintero, como toda madre, alcanzó a decir que Gaviria tenía corazón de piedra, jamás llegó al extremo de ponerlo entre los palos ni, que recuerde yo, a faltarle al respeto. Por lo menos, no en público.

Imagino que algo tendrá que ver en eso esa tendencia nuestra a ponernos de parte de los débiles y como vemos, por vez primera en mucho tiempo, a un Gobierno vigoroso, robusto y sólido, en vez de uno pusilánime, cobarde y timorato como los de otros tiempos, cabe en la lógica de muchas mentes que si la pobre guerrilla de las Farc tiene que correr selva adentro con los secuestrados, es culpa del Presidente y de nadie más.

El desespero -entendible, por cierto- ha provocado errores que podrían ser irreparables. A los ‘canjeables’ no los favorece esa barahúnda que han venido armando con Chávez, Sarkozy, la Kirchner y otros, y mucho menos el echarle la culpa a Uribe, decir que no está interesado en la libertad de los secuestrados cuando es evidente lo contrario: las Farc han ganado mucho con los secuestrados y no obtienen nada liberándolos; Uribe, en cambio, es blanco de todas las críticas y si los liberan se quitará ese sambenito.

Basta leer el comunicado de Anncol, del sábado anterior, para ver que no hay intenciones humanitarias en las Farc sino una estrategia de descrédito contra el Gobierno: dice que la propuesta de zona de encuentro es «la última oportunidad de Uribe», como si fuera el Presidente el que necesita una oportunidad y no los secuestrados.

Las Farc no sólo son las únicas culpables de estos secuestros sino que son a quienes no les interesa dicho intercambio; Pradera y Florida no son un capricho sino un simple pretexto. En su objetivo de tomarse el poder, Uribe es, para las Farc, un obstáculo temporal en tanto caiga en el desprestigio, asegurándose con ello un nuevo idiota útil que les tienda la mano con un proceso de paz.

Paradójicamente, la guerrilla considera a Íngrid tan prescindible como los diputados, y presume que su muerte en cautiverio sería un estigma para Uribe y no para ellas, en tanto que su liberación podría serles contraproducente por lo que Íngrid declare a la opinión, y la prueba de vida indica que su juicio no será favorable a las Farc. Así que júzguese si a la guerrilla le interesa liberar a este grupo de secuestrados.  ·

Publicado en el periódico El Tiempo, el 11 de diciembre de 2007

Posted by Saúl Hernández

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