Alan García implementó una campaña para promover la puntualidad en el Perú. Alguien podría decir que eso es una cortina de humo típica de los gobernantes latinoamericanos para desviar la atención de los verdaderos problemas, y que en ese país hay cosas más importantes por resolver. Sin embargo, eso sería negar algo que no puede ocultarse como es el hecho de que la pobreza y el atraso tienen un gran componente cultural que se manifiesta en aspectos como la falta de puntualidad, limpieza, orden, respeto por las normas, etc.

Los economistas hablan de un concepto que se conoce como la ‘maldición de los recursos’,  que describe muy bien lo que sucede en países o regiones dotados de abundantes recursos naturales pero donde existe la paradoja de haber gran pobreza y escaso desarrollo como ocurre en esta parte del continente. La explicación tiene mucho que ver con lo que dice el historiador mexicano Alfredo Krauze: que los latinoamericanos estamos enfermos de ideología (La Nación, enero 10 de 2007), que tenemos el “desvarío intelectual” de soñar una América mejor, “superior a la despreciable América sajona”, y que esta enfermedad “introduce una mentalidad precaria en los pueblos, una especie de distorsión en la idea de qué es la riqueza”. Es decir, nuestra cultura está enferma.

Desde niños se nos vende la idea de una Colombia inmensamente rica: dos océanos, tres cordilleras con todos los climas, tierras fértiles, tupidas selvas, aguas por doquier, multiplicidad de especies de fauna y flora, interesantes yacimientos de minerales y la gente, supuestamente mejor que la de otras partes. Pero la pobreza y el atraso siguen presentes, y muy claramente se advierte la enfermedad de la que habla Krauze.

Sabemos que países como Japón y Suiza carecen de recursos casi de manera absoluta. El primero es la segunda economía mundial, después de haber quedado devastado tras la Segunda Guerra. Su territorio es de una cuarta parte del nuestro y sufre graves perturbaciones sísmicas. Su potente economía se basa en el acero, productos químicos, automotores y electrónicos, y su verdadero recurso es la gente. Suiza es el país con mejor nivel de vida y se caracteriza por su producción de chocolates sin tener plantíos de cacao, por sus quesos y lácteos a pesar del clima inhóspito en gran parte del año, por sus relojes y por sus bancos y entidades financieras. ¿Cuál es el verdadero recurso en este caso? Otra vez, la gente.

La pobreza y el atraso no se vencen nadando en petróleo, ni con minas de oro o ríos de los que los peces saltan a las redes por su propia cuenta. Si se ve el caso de cada país del mundo es fácil concluir que su estado de riqueza o pobreza es consecuencia directa de la mentalidad de sus pobladores, o sea de su cultura. Hay municipios que no tienen agua potable y llevan años pidiéndole a papá Gobierno que se les ponga, con protesta y tirada de piedra de por medio cada tanto, mientras que otros gozan del servicio desde hace decenios gracias a su propia gestión, al liderazgo ejercido por integrantes de la comunidad, al ahorro colectivo, a la capacidad de ejecución. Es decir, a un cambio de mentalidad o al hecho de tener rasgos culturales distintos.

Es bienvenida la idea de preservar la diversidad cultural y la riqueza cultural de las comunidades, pero eso no puede significar que todos los rasgos sean deseables. Todas las culturas tienen cosas buenas que deben salvaguardarse y  cosas que no son aceptables y deben ser abolidas. Por un pretendido respeto cultural no se puede aceptar que algunas tribus musulmanas de África practiquen la salvaje ablación del clítoris de las niñas o algunas creencias de la tribu colombiana U’wa acerca de los niños gemelos a quienes sacrifican por considerarlos malignos.

Detrás de supuestos culturales se esconde mucha pereza, mucha apatía, mucha desidia. La tribu Seminola de La Florida acaba de comprar la cadena de restaurantes Hard Rock Café por 700 millones de dólares y siguen conservando su cultura. Vencer la pobreza y el atraso no mina sus creencias y, por el contrario, facilita su conservación. Eso no se parece en nada a los indígenas colombianos que mandan a sus mujeres y niños a pedir limosna en las ciudades para costearse interminables borracheras.

Quién sabe a dónde apunta Alan García con su campaña por la puntualidad y si logre con eso algún cambio cultural profundo. Pero si la educación no logra enfocarse en generar un cambio de mentalidad vamos a seguir en las mismas, y el nuevo populismo que recorre otra vez a Latinoamérica agudiza la infección en pueblos tontos que creen que su pobreza es culpa de George Bush y compañía.   ·

Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 19 de marzo de 2007

Posted by Saúl Hernández

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