Es muy lamentable que la turbulencia que producen los escándalos políticos y las peleas entre el Gobierno y la oposición, sepulten un tema de importancia mayúscula como es el Plan Decenal de Educación. Hoy, más que nunca, el futuro del país depende de la manera como sean educadas las nuevas generaciones, con el agravante de que los problemas en la calidad de la educación no se resuelven tan fácilmente como los de cobertura educativa; es decir, el Plan no puede quedarse en las frías estadísticas del número de cupos escolares o el promedio de años cursados de la población.

Es una verdadera lástima que, al margen de que estos planes nunca se cumplen, los gobiernos siempre se han centrado en el aspecto de la cobertura y en estrategias que impidan la deserción escolar temprana. Eso está bien. Pero el gran reto es mejorar la calidad y ofrecer un pénsum acorde con los tiempos que corren. Ya es suficiente la repetición del viejo esquema en el que un profesor mal preparado imparte conocimientos memorísticos inútiles, pone tareas de dudoso beneficio y subyuga al alumnado regañando, rajando y hasta ofendiendo; un esquema en el que la función del profesor sólo parece ser la de reprimir y no la de enseñar y mucho menos orientar. No podemos seguir pensando la escuela como el sitio al que se mandan los hijos durante buena parte del día, entre los seis y los 18 años, para que los controlen mientras los padres trabajan. Eso es equivocado.

Actualmente, los maestros tienen una dificultad mayor. Hace años se decía que en vez de enseñar matemáticas era mejor enseñar a usar una calculadora. Esa idea siempre fue desdeñada pero hay campos en los que la educación debe evolucionar: hoy un estudiante puede aprender más de ciencias, historia y geografía viendo canales de TV como Discovery, History, Animal Planet y National Geographic porque el poder de lo audiovisual es incomparable. Igualmente, ya no tienen sentido —si es que lo tenían— esas tareas extravagantes que asignan muchos ‘educadores’ para arruinar el fin de semana de toda la familia, como el listado de presidentes de Mozambique o el esqueleto del tiranosaurio.  En Internet se encuentran esas necedades en un par de minutos: las enciclopedias son material de museo y las interminables búsquedas en bibliotecas son cosa del pasado.

Por demás, la intensidad horaria con la que se imparte el pénsum es deficiente desde que en la administración de López Michelsen se eliminó la doble jornada para duplicar la cobertura en entidades oficiales, teniendo unos alumnos en la mañana y otros en la tarde. Y el calendario escolar es muy corto frente a países del primer mundo, nuestros estudiantes se mantienen en vacaciones.

Hace tres años, el Gobierno decidió contratar a profesionales de diversas áreas como profesores del magisterio con la oposición rabiosa de Fecode. Por ese lado no se ha avanzado mucho y todavía el alumnado está en manos de gente mal preparada cuyo nombramiento ha sido producto del clientelismo y la politiquería. Mientras tanto, la formación en colegios privados es impartida por personal de mejor preparación académica, se trabaja arduamente en el tema de las competencias, se impone la instrucción bilingüe y casi todos los privados han entendido la prioridad del uso de tecnologías de la información.

El tema de la educación en Colombia no puede circunscribirse a un asunto de presupuestos o de administración pública; a toda esa demagogia acerca de la descentralización, la participación territorial o las transferencias. Esas peleas por recursos no tienen un fin noble. El problema es concreto: se necesita enseñar inglés y computadores, fomentar las aptitudes en lectoescritura, profundizar en la instrucción de Matemáticas y Ciencias, formar en Lógica, Ética y Democracia, etc.

Todo eso se reduce a la pertinencia del pénsum académico, a los conocimientos de quienes lo imparten y al paradigma pedagógico imperante: profesores que no motivan y aburren, y esconden la mediocridad del modelo educativo en la farsa de la libreta de calificaciones, donde ‘ganar’ es igual a saber.  ·

Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 26 de marzo de 2007

Posted by Saúl Hernández

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