La noticia más importante de las elecciones del domingo es la derrota de Enrique Peñalosa en Bogotá. Si bien las encuestas ya daban cuenta de ese resultado, estas no tienen la última palabra, como se evidenció en Medellín, donde favorecían ampliamente a Luis Pérez. En consecuencia, resulta inevitable preguntarse cuáles fueron los errores que determinaron la derrota de Peñalosa ante un candidato como Samuel Moreno, a quien desde ya le imputan inclinaciones clientelistas, que conducirían a la ‘autoliquidación’ del Polo en todo el país. ¿Será que no hay mal que por bien no venga?

Si bien no cabe duda de que el Polo es hoy el partido bogotano por excelencia -lo cual es acentuado por el raquitismo de que adolece en el resto del país-, podría decirse que Moreno ganó incluso a pesar de sí mismo, pero básicamente lo hizo porque Peñalosa es un pésimo político que desarrolló una mala campaña. A Peñalosa lo acusan de ser arrogante y poco cercano a la gente, su índice de desfavorabilidad es alto (51,4 por ciento, según la encuesta de Datexco) y su perfil se presta fácilmente para creer en rumores en su contra, sobre todo en relación con políticas sociales. Y sorprende que de un lado tenga tanta claridad -como nadie en el país- con respecto a casi todos los temas de ciudad, mientras del otro parece no entender la diferencia entre franqueza y diplomacia, o entre verdades políticamente incorrectas y mentiras piadosas. Además, muestra un desconocimiento raso del electorado y así no se ganan elecciones; mientras Samuel Moreno ‘compró’ los 50 voticos -hipotéticamente hablando- sonriendo y haciendo concesiones populistas, Peñalosa se ranchó en sus convicciones y entregó sus banderas.

A Peñalosa lo asocian con impuestos, con guerra al carro, con expropiación de clubes, con ‘Transmilleno’, con una serie de concepciones y paradigmas que no coinciden con el sentir de los colombianos -y Bogotá es la ciudad de todos-. A la gente no solo le gustaría no pagar impuestos sino que quisiera todo gratis, llenarse de hijos sin padre conocido y que el Estado se los alimente, los eduque y les dé salud. Así que los rumores mismos no eran necesarios; los electores ya lo tenían asociado con esa idea. En adición, la gente sueña con tener carro propio o, en su defecto, con un sistema de transporte digno, como podría ser un metro.

Lo del metro no es un asunto de poca monta; todo lo contrario. Si Peñalosa hubiera tenido en cuenta la pérdida de gobernabilidad que ha sufrido Michelle Bachelet en Chile, que ella atribuye a simple machismo -habla de ‘femicidio político’- y los analistas al fracaso de ‘Transantiago’, una copia al carbón del TransMilenio de Peñalosa, no se habría empecinado en negar sistemáticamente la posibilidad de construir un metro en Bogotá y darle la oportunidad a Moreno de mostrar optimismo, mientras él parecía un pesimista de oficio.

El TM transformó a Bogotá. Pero la gente no suele conformarse fácilmente y cada vez exige más. Lo que fue solución, hoy es problema; la ciudad ha pasado a depender por entero de un sistema imperfecto y resulta casi imposible explicarles al millón de usuarios que diariamente padecen sobrecupos, demoras, atracos y hasta asaltos sexuales en los buses articulados -con riego seminal incluido- por qué no se puede tener un metro en la capital del país, incluso mediando la odiosa comparación de que Medellín sí lo tiene.

Sin duda, se trata de un asunto emocional y el voto también lo es. Nadie vota por quien considera asesino de sus sueños y esperanzas. Puede que Samuel no cumpla, y eso no lo ignora nadie, pero la ilusión está viva y, con ella, la certidumbre de tener un gobernante que interpreta el deseo de las masas. Por eso, a Samuel no le quitaron el triunfo ni su torpe respuesta al falso dilema de la pregunta de Mockus, ni el apoyo que en mala hora le dieron las Farc, ni las alusiones del Presidente. La suerte estaba echada hace rato.  ·

Publicado en el periódico El Tiempo, el 30 de octubre de 2007

Posted by Saúl Hernández

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