El semblante triste, desconsolado y macilento de una Íngrid Betancur escuálida, demacrada y consumida, es la verdadera cara del secuestro y de la maldad de la guerrilla de las Farc, maldad que muchos —adentro y afuera— aún se niegan a reconocer y a repudiar. Este abominable grupo subversivo tiene secuestradas a cerca de mil personas, casi todas por motivos de extorsión económica, con excepción de los 46 políticos, militares, policías y ciudadanos estadounidenses, entre los cuales hay dos policías, Libio Martínez y Pablo Moncayo, que cumplirán diez años de secuestro el próximo 21 de diciembre, que son usados como mercancía de valor utilitario para chantajear al Gobierno y la sociedad colombianos con el manido tema del ‘intercambio humanitario’, del que pretenden obtener ventajas militares y políticas que les den un respiro ante el acoso de las autoridades legitimas de la Nación.
Pero los servidores públicos no son los únicos que llevan diez años en manos de la guerrilla. Según la fundación País Libre, hay 3.203 colombianos secuestrados entre 1996 y 2007 que permanecen en cautiverio, de los cuales por lo menos 776 fueron plagiados por las Farc. Muchos de ellos no han sido devueltos a sus hogares a pesar de que han sido cumplidas las exigencias económicas de las Farc por parte de las familias. De hecho, el intercambio humanitario que exigen los terroristas no incluye solución alguna ni para aquellos casos de secuestro extorsivo que se consideran tema cerrado y donde las víctimas ya tienen carácter de ‘desaparecidos’, ni tampoco para quienes cuyo secuestro todavía está en ‘proceso’ o vigente, en espera de una resolución lo menos traumática posible. Cabe señalar que entre los secuestrados hay personas enfermas, ancianos y niños, porque tanto las Farc como el ELN han sido inhumanos en esta materia. Remátese diciendo que en el tema del intercambio humanitario, las Farc no se compromete a cesar la abyecta y vil práctica del secuestro, con lo cual, al ceder al chantaje, sólo se estará abriendo la puerta a que este se repita.
Todo lo anterior hace aún más incomprensible la reacción de algunos sectores de colombianos que prácticamente culpan al Gobierno del secuestro de estos rehenes políticos, y hasta olvidan o pasan por alto la forma canalla en que las Farc engañó al ex gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y a su asesor de paz, el ex ministro Gilberto Echeverri, para secuestrarlos sin ninguna vergüenza, irrespetando el hecho de que ellos encabezaban una marcha por la paz. Y luego los asesinaron, junto a ocho militares, con la disculpa de no admitir el rescate armado de las Fuerzas del Estado. Pero también quieren ignorar algunos la manera inaudita como fueron masacrados los once diputados del Valle del Cauca, sin haber de por medio ningún rescate militar como acaba de ser demostrado por la Fiscalía.
Los familiares de los secuestrados no entienden -o no quieren hacerlo- que su actitud pendenciera hacia el Gobierno y comprensiva con la guerrilla ha sido la que ha terminando valorizando a sus parientes como una mercancía y la que ha hecho más difícil su regreso, lo que aunado al equívoco de quienes creen que estos mártires van a ser liberados mediante un simple despeje, redondea este cuadro de horror en el que el Gobierno recibe toda clase de presiones para acceder a las exigencias de una guerrilla que no tiene el más mínimo interés de soltarlos porque en este momento, por lo menos Íngrid, vale un potosí para un grupo terrorista que en cinco años pasó de dominar medio país a esconderse en un aislado reducto selvático del que ya no puede ni asomar la cabeza.
La manera como fueron interceptadas estas pruebas de supervivencia le da algo de razón a la senadora Piedad Córdoba, quien aducía grandes dificultades para su obtención por la fuerte presión militar. La Inteligencia del Ejército, siempre tan cuestionada, se lució esta vez evitando que le llegaran a Hugo Chávez, quien las esperaba para continuar sus diatribas y las manipulaciones que quiere hacer del tema de los secuestrados. Que sirva de lección para quienes dudan que las Farc agonizan.
El pueblo colombiano, viendo en el rostro de Íngrid la verdadera cara del secuestro y la maldad de las Farc, debe reaccionar contra la guerrilla y no contra el Gobierno, como hace el pueblo español cuando sale unido a las calles a repudiar a Eta. Es que los crímenes de la guerrilla no merecen la menor concesión. ·
Publicado en el periódico El Mundo, el 3 de diciembre de 2007
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