El Congreso de la República, la institución insignia de nuestra democracia, sigue siendo la perdición de la misma y la más clara muestra de que el Gobierno quiere pero el Estado no deja. El Congreso sigue siendo el epicentro de la corrupción política como lo demuestran las últimas denuncias y como se pone de manifiesto ante la permanente falta de interés por modificar las irregularidades que tanto molestan a los colombianos en general. A fin de cuentas, este es uno de esos casos en que los ratones están ‘cuidando’ el queso.

Todavía estaban frescas las denuncias de sobrecostos en la compra de computadores portátiles para los miembros de la Cámara de Representantes en 2006, cuando el representante José Fernando Castro Caycedo denunció el sobrecosto de 1.359 millones de pesos en la compra de camionetas blindadas y más recientemente se conocieron las irregularidades en la adquisición de equipos del canal de televisión del Congreso.

Pero el asunto no para ahí. Al costoso túnel subterráneo que une el Capitolio con el edificio nuevo del Congreso se le atribuyen fallas de diseño que hacen que muchos congresistas no lo usen, y recientemente se construyó un ‘oratorio’ que no tiene justificación alguna. Y, a pesar de tan nefastos antecedentes, en el Plan Nacional de Desarrollo 2007-2010, los congresistas aprobaron la construcción de una nueva sede del Congreso, aunque no se sabe cuándo se vaya a ejecutar o si apenas se quede en el papel.

Pero no todo es cuestión de chanchullos y corrupción. En todo el país causó gran malestar que apenas una docena de parlamentarios se hubieran tomado la ‘molestia’ de escuchar a las víctimas de la violencia que acudieron en días pasados a hacer visibles sus angustias y las injusticias de que han sido objeto. Algunos críticos le metieron tinte ideológico al asunto al afirmar que el recinto sí estuvo colmado cuando asistieron a una plenaria Salvatore Mancuso y otros comandantes paramilitares, pero olvidaron que también hubo lleno hasta las banderas el día que se presentó el cabecilla del ELN Francisco Galán.

La gran verdad de esto es una sola: el ausentismo es vergonzoso y en esa corporación se está haciendo cualquier cosa excepto trabajar. Desde el 20 de julio pasado, cuando se instaló la actual legislatura, se han radicado más de 100 proyectos de ley y no se ha aprobado ninguno. Ninguna de las comisiones de las dos cámaras ha cumplido más de siete debates y los veremos en diciembre aprobando micos y saludos a la bandera sin la menor discusión, a pupitrazo limpio.

Los peores vicios están a la orden del día en el Congreso. Es degradante que entre los mismos ‘Padres de la Patria’ se peleen por las oficinas como se pelean por hacer parte de las comisiones más apetecidas y por los puestos directivos de las mismas. Sobra decir que las presidencias y vicepresidencias de ambas cámaras se negocian como si fueran mercancía. Dentro del edificio del Congreso también hay robos de los comunes -no sólo los de ‘cuello blanco’- y se ha denunciado hasta venta de estupefacientes.

Es una vergüenza el que los congresistas tengan un sueldo superior a los 17 millones mensuales y derecho a 20 millones más para conformar la Unidad de Trabajo Legislativo, que no es otra cosa que un grupo de hasta diez expertos que le hacen las tareas al patrón, con el agravante de que muchos de ellos tampoco trabajan. A eso se le suma un fabuloso auxilio de vivienda para los parlamentarios de fuera de Bogotá -que son casi todos-, una subvención para comprar pasajes aéreos y viajar cada semana a sus regiones, ya que el Congreso sólo ‘trabaja’ de martes a jueves, y carro oficial que termina siendo usado hasta en paseos familiares.

Y estos señorones, que legislan para su propio beneficio, practican un oprobioso carrusel en el que delegan su curul a socios políticos por unos pocos meses para que opten a la pensión de congresista sin que la única heroína de esta historia, la directora del Fondo de Previsión Social del Congreso, Diana Margarita Ojeda -que ya ha ido a la cárcel por negarse a pagar pensiones fraudulentas-, pueda evitarlo.

Con todo, hay mucha gente preocupada dizque por el «régimen mafioso» que se tomó al país por la influencia de los paramilitares en la política. Pero no, es al contrario, y es peor, es que la política (con minúsculas) se tomó al paramilitarismo y lo pudrió.  ·

Publicado en el periódico El Mundo, de Medellín, el 27 de agosto de 2007

Posted by Saúl Hernández

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