Ser un columnista responsable puede ser un pecado. Si se intenta explicar la inconveniencia de algo, digamos el canje humanitario por citar cualquier tema, inmediatamente salen al paso cantidades de personas que disienten de esa opinión. De hecho, hay muchos asuntos que dividen al país y lo polarizan sin siquiera tener que ver directamente con política —pensemos en el aborto—, y esto es más visible por la apertura que ha traído la tecnología mediante el Internet y el correo electrónico, lo que ha abierto muchos canales de expresión que antes no teníamos.
En una democracia, tal apertura es conveniente y útil porque faculta al ciudadano para empoderarse de lo que pasa a su alrededor, de los problemas y de la discusión de las soluciones. Pero preocupa que el ciudadano no esté formado ni informado de manera conveniente para tomar las mejores decisiones, lo que precisamente aflora en época de elecciones cuando la clase política se vale de recursos populistas y de discursos demagógicos para convencer a incautos y ganar su favor en las urnas.
Uno de los temas de opinión más cruciales en la vida de una nación es la economía y, lamentablemente, es también uno de los más manoseados por información deficiente y formación escasa entre el público. Sin duda, es un tema que tiene enfoques diversos y a menudo contradictorios, lo cual es lógico, pero eso no explica la inmadurez e ingenuidad con la que se trata. Un país no puede desarrollarse de manera conveniente cuando sus gentes aún creen que el empleo se genera por decreto, que los impuestos son injustos e innecesarios o que basta poner a funcionar la imprenta del banco emisor para producir billetes y dárselos a los pobres; y es peor aún cuando son algunos dirigentes los que consideran factibles este tipo de salidas como se ve en las campañas presidenciales, cuando los candidatos vaticinan el número de empleos que van a crear en su periodo de gobierno. Eso es una majadería. Por eso sería muy saludable que el país tuviera entre sus políticas educativas la iniciativa de promover una cultura económica; es decir, que los ciudadanos tengan acceso a un conocimiento apropiado de los temas de las ciencias económicas.
Hace unos días se dio a conocer la escala salarial promedio de los egresados de carreras medias y profesionales, y es muy diciente que los mejor pagados sean los profesionales en administración y economía. Eso podría explicarse en el hecho de que la economía se ha ido convirtiendo en una especie de ciencia oculta que casi nadie entiende a cabalidad pero de la que dependemos todos. No es exagerado decir que la historia de la civilización humana está demarcada por el curso de las relaciones forjadas en torno a asuntos económicos, y las ideologías políticas lo que pretenden, en el fondo, es determinar el modelo económico a seguir. No es otra cosa. O como diría Bill Clinton: “es la economía, estúpido”.
El hecho incuestionable es que hay un sinnúmero de componentes económicos que determinan nuestra existencia y a los que la mayoría de las personas le dan la espalda por desconocimiento y porque además son aburridores. La economía presenta a diario riesgos y oportunidades, riesgos que son padecidos y oportunidades que no son aprovechadas. Los altos niveles de informalidad de la economía y los todavía bajos de emprenderismo —amenazados por la alta mortandad de las empresas nuevas—, podrían tener una de sus causas principales en el oscurantismo económico, porque debiendo ser un tema de dominio público es todo lo contrario, es un asunto relegado a unos privilegiados que sí saben aprovechar las oportunidades.
Es muy difícil lograr que personas del común se estudien los textos económicos desde Adam Smith hasta nuestros días y es virtualmente imposible que en una economía en la que el microempresariado constituye ya el sector mayoritario, se pueda tener acceso a los conocimientos de economistas graduados. Si bien existen entidades de apoyo a pequeños productores lo ideal es sembrar cultura económica, así como también es necesario fomentar la cultura jurídica y política y el conocimiento del inglés. En este mundo globalizado no es mucho lo que puede hacerse sin tener, cuando menos, un mediano acervo al respecto.
Volviendo al principio, la necesidad de esto es más notoria cuando alguien se atreve a defender una reforma tributaria o la utilidad del TLC a pesar de sus defectos. Esta incultura convierte a los ministros de Hacienda en personas no gratas a pesar de que la dinámica económica no depende de las decisiones de un solo personaje. ·
Especial para Tribuna Foro Democrático (http://www.tribunaforodemocratico.com/)Publicaciones relacionadas:
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