Ya habíamos advertido que nada bueno podía salir de una mediación, entre el Gobierno colombiano y las Farc, a cargo de personajes tan desprovistos de neutralidad como el presidente Chávez y la senadora Córdoba, antípodas y enemigos del presidente Uribe, pero era inimaginable un desenlace tan absurdo, que implicara el ‘congelamiento’ de las relaciones entre países y el resquebrajamiento de la ‘química’ que había entre los mandatarios, mancillada por las injurias de un Chávez iracundo por un asunto que ni siquiera es de su competencia, que atañe solo a la soberanía de Colombia.
Chávez no tenía derecho a embejucarse. Era potestad del Gobierno colombiano terminar la mediación cuando lo considerara pertinente, máxime cuando había razones de sobra. En tres meses no se avanzó un centímetro en el tema humanitario por mucho que asegure ahora la senadora Córdoba que algunos de los secuestrados iban a comer pavo con sus familias en Navidad y que, en enero, las Farc se iban a sentar a firmar la paz. Por otro lado, todo estuvo girando en torno de la idea de un despeje, esta vez en el Yarí, para Chávez conversar con un ‘Marulanda’ que muchos presumen muerto y que, aunque viviera, esa reunión solo tendría por objeto deshacer la tenaza con que las Fuerzas Armadas de Colombia están triturando a los subversivos de las Farc. Finalmente, las cosas estaban tomando un tinte insospechado con esa llamada al general Montoya, que por mucho que doña Piedad jure que era casual, inocente y rutinaria, no lo era.
El chasco fue de tal magnitud que en los tres meses no se consiguieron pruebas de supervivencia sin las cuales hasta el mismo Fabrice Delloye -ex esposo de Íngrid- opinaba que no podía proseguir la mediación. A pesar de que a los campamentos de la guerrilla llega cualquiera -desde periodistas hasta la misma senadora Córdoba o la madre de la guerrillera holandesa-, es inverosímil que no haya sido posible sacar las pruebas por supuestos bombardeos y presión militar. Más con lo fácil que es subir videos, fotografías y documentos escaneados a Internet o enviarlos por correo electrónico. Y deja muy mal sabor el intento último de la senadora por tratar de hacer ver el video trasnochado del capitán Solórzano como una muestra de buena voluntad de los guerrilleros.
Dada la afinidad política entre Chávez y los facinerosos y la admiración mutua que ambos se han expresado en incontables ocasiones, se presumía que era imposible el escenario de una negociación empantanada porque a casi nadie le cabía en la cabeza que las Farc dejaran a Chávez como novia vestida. Sin embargo, a estas horas no se sabe a ciencia cierta si el Presidente de Venezuela fue víctima de las Farc o si, simplemente, estaba en la tarea de oxigenarlas. De todas maneras, persiste la sensación de que los subversivos desecharon la oportunidad de interlocución con cinco gobiernos del más alto turmequé, como si no tuvieran el más mínimo interés de revivir políticamente.
En el fondo, lo más triste de todo es que ahora sí los secuestrados parecen una simple mercancía y no hay certeza alguna de su estado. La necesidad de aferrarnos a una esperanza nos ha llevado a los colombianos a inducir al Gobierno a caer en la trampa de hacer lo que sea para devolverles la libertad a los secuestrados políticos de las Farc, cosa que solo depende de la voluntad de los guerrilleros o de un golpe de gracia de las fuerzas del Estado.
Si a las Farc les interesara la libertad de estas personas, bastarían una delegación de la Cruz Roja y un par de días de ‘tregua’ para devolverles sus vidas, pero en los estertores de una agonía ya inevitable de esa guerrilla, la carta de los secuestrados parece ser su única alternativa y, como tal, se la van a jugar. Quiera Dios que los colombianos no caigamos en la trampa de hacer acuartelar las tropas para revivir la esperanza y menos que estas terminen ocupadas en asuntos fronterizos por obra de un vecino bocón. ·
Publicado en el periódico El Tiempo, el 27 de noviembre de 2007
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