El 2006 se llevó a Pinochet, a Hussein y a Fidel, esté vivo o no. Pero si alguien llegó a presagiar mejores vientos surgidos de esas ausencias, debe enterarse de lo que trae el 2007, precisamente en nuestro vecindario: el destape de las verdaderas intenciones de Hugo Chávez, las que se habían retrasado con ocasión de aquel golpe de abril de 2002 que por poco las deja sin futuro.
Los hechos ya empezaron a tomar un ritmo vertiginoso. Luego de atornillarse en el poder mediante una constitución escrita a su antojo para dominar los órganos legislativos y judiciales, además de los entes de control, su tercer periodo de gobierno permite vislumbrar una dictadura vitalicia como la de Castro y la instauración de un comunismo radical —¿cuál no?— como el de Cuba.
En cuestión de días, Chávez amordazó a la prensa anunciando el cierre de Radio Caracas Televisión, anunció la supresión de la autonomía del Banco Central y la nacionalización de sectores que considera estratégicos como los de comunicaciones y energía eléctrica, y advirtió de la cancelación de contratos de explotación con petroleras extranjeras. Todo eso no es más que el comienzo.
El acto de posesión de su tercer periodo fue un sainete al mejor estilo cubano: la expresión “socialismo o muerte” que repetirá hasta el fin de sus días, o de su aventura, los aplausos rabiosos de una corte de vasallos que nunca más tendrán derecho a disentir, las monerías de dictador caribeño, el discurso cantinflesco y los arrebatos dignos de evaluación siquiátrica. El tirano anunciando sin vergüenza un mecanismo de “reelección a perpetuidad” y el mayor poder legislativo del vecino país, la Asamblea Nacional —ciento por ciento chavista—, confesando que lo aprobará con la mayor urgencia… se acabó la democracia.
El comunismo siempre va de la mano de un líder autoritario, mesiánico y desquiciado. Lo que Hugo presenta como socialismo —“del siglo XXI”, además— en nada se parece al socialismo europeo, ni a lo que hoy hacen comunistas de antaño como Rusia o China, y menos a la izquierda democrática de Brasil y Chile, ni a lo que apunta Daniel Ortega, que ya pasó la experiencia —y la resaca— de las tonterías que hizo hace 20 años.
No es difícil predecir lo que se viene para Venezuela y no es progreso como lo creen muchos. Estas aventurillas han sido emprendidas muchas veces con resultados desastrosos. Una vez se haya consolidado un partido único y el Estado monopolice los medios de producción, ahogando la iniciativa privada, la pobreza y el retroceso en la calidad de vida crecerán sin parar. Cuba era uno de los países más prósperos de América Latina a mediados del siglo pasado, y su pueblo estaba harto del dictador Batista pero nadie quería el comunismo. No sabrán muchos que Fidel era el líder de sólo uno entre varios grupos de oposición al régimen y que sólo dos años después de tomar el poder, el barbudo anunció su anexión al comunismo cuando lo que el pueblo esperaba era democracia. Después de medio siglo, el castrismo se ufana de que la isla ya no es el prostíbulo de lo gringos, pero lo es de todo el mundo; su mayor atractivo turístico son las jineteras y la mala vida es tanta que prefieren arriesgarse a los tiburones que quedarse allá.
En el Chile de Allende, a pocos años de su llegada al poder, el desabastecimiento por la destrucción de la iniciativa privada era profundo, no se conseguía ni un pan. Fue eso lo que tumbó a Allende, no el imperialismo norteamericano. Hacia allá apuntan los desvaríos de Chávez. El nuevo dictador, sin embargo, tiene dinero para alimentar a su pueblo a punta de petróleo, y mientras los precios de éste sigan por las nubes es hasta posible que los empresarios colombianos hagan su agosto comerciando con la ‘hermana’ república pero nada escapará al efecto perverso de unas relaciones politizadas y polarizadas por ideologías contrarias.
Lo más grave, sin duda, sería que Chávez, en el desvarío absoluto de su despotismo, se entregue a la tarea ilusoria de crear esa gran república con la que soñó Bolívar, y que, para tal efecto, dé uso al inmenso arsenal que ha venido comprando y que no parece destinado a ver el sol tan sólo en desfiles militares. Así que no sólo huele a comunismo anacrónico sino a conflictos en nuestro propio suelo. Triste destino el de Latinoamérica, incapaz de desligarse de la tiranía de los caudillos criminales y chiflados. ·
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 15 de enero de 2007
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