Kurt Gödel fue un matemático que se hizo famoso al demostrar que es imposible probar todas las afirmaciones verdaderas. Por eso las ciencias, al igual que las religiones, necesitan apoyarse en axiomas, o verdades aparentemente ciertas, para sostener toda una doctrina. Algo parecido está pasando con las declaraciones de los jefes paramilitares puesto que más que ser ‘sus’ verdades, o simplemente verdades a medias, son afirmaciones verdaderas que, sin embargo, no coinciden a la perfección con la realidad.
Me explico. Salvatore Mancuso expresó que ellos, los paramilitares, copiaron el modelo guerrillero y hasta lo mejoraron. Se refería, en términos amplios, a su modelo de guerra y a su forma de financiación, cuestiones íntimamente ligadas. La guerrilla copaba territorios abandonados por el Estado y convertía en sus lacayos a los pobladores, abusando de ellos de diversas formas. A los ricos, mediante extorsión y secuestro, les arrebataba fuertes sumas de dinero para apertrecharse y comprar armas. A los pobres, por su parte, los obligaban a enrolarse en sus filas, a servir de estafetas, a facilitar la mimetización de los combatientes y, en general, a cuanta colaboración se les pidiera bajo coacción armada.
Se entiende entonces que las autodefensas hicieron lo mismo. Pero mejor, según Mancuso. Coparon territorios abandonados por el Estado en los que las guerrillas se habían convertido en un azote. Territorios, por cierto, de gran importancia económica y geoestratégica como Urabá, debido a su agroindustria bananera y a la cercanía con Panamá. Pero la llegada de los paramilitares tuvo, en principio, una sutil diferencia: que los ricos —ganaderos generalmente— hacían su aporte de forma voluntaria porque la autodefensa se convirtió en su tabla de salvación ante la desidia del Estado. Una vez que las guerrillas eran vencidas, los paras se volvían más despiadados que sus enemigos y el aporte se hacía de nuevo obligatorio, un expolio.
Las guerrillas, en todos los rincones del país, robaron ganado, expropiaron tierras, desterraron propietarios prósperos y desplazaron a los pobres. Los paras hicieron igual pero al no tener entre sus objetivos la toma del Estado lo que hicieron fue violar toda la institucionalidad para ponerla a su servicio; esto, escriturando las tierras que arrebataron, tomándose los presupuestos municipales o cooptando a los políticos de las regiones donde mandaban, con el poder que les daban las armas.
Sin embargo, aunque es verdad que muchas personas y empresas apoyaron a los paramilitares sobre todo en lo financiero —como se desprende de la versión libre rendida por el señor Mancuso—, eso está muy lejos de ser lo que parece. Días atrás, la revista Semana publicó una encuesta muy reveladora sobre lo que los colombianos opinan del paramilitarismo y del proceso de paz con estos grupos ilegales. Es tanto el odio que despiertan las guerrillas que la población colombiana —básicamente la de las áreas urbanas— ha hecho caso omiso de las denuncias sobre atrocidades cometidas por los ‘paras’: las fosas comunes a lo largo y ancho del país, los ríos convertidos en botaderos de cadáveres y gente inocente picada a machete sólo para practicar cómo se hace una masacre. Es decir, los colombianos, podría decirse, permitieron y aún consienten el fenómeno paramilitar.
No obstante, de la misma forma que quienes le pagaron a las guerrillas por el secuestro de un familiar no pueden considerarse colaboradores de la subversión sino víctimas, aquellos que hicieron aportes al paramilitarismo no pueden ser vistos como cómplices porque ante el acoso guerrillero encontraron en los ‘paras’ su única posibilidad de sobrevivir. Y luego, expulsada la subversión, no tuvieron de otra que agacharle la cabeza a un nuevo amo. Los repartidores de cerveza, leche y gaseosa, los buseros, los finqueros, todos en general, no daban dinero por ser parte del movimiento paramilitar sino porque les tocaba para poder trabajar y vivir. El que tanta gente diera su aporte monetario no exime a los ‘paras’ de sus excesos, ni puede asegurarse —como dice Mancuso— que la existencia del paramilitarismo es la prueba reina de que son una ‘política de Estado’. No, más bien es la prueba reina de la ausencia del Estado y de sus terribles consecuencias. ·
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín el 4 de junio de 2007
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