Nadie le niega al senador Gustavo Petro su inteligencia y la dedicación con la que asume el cargo de legislador, pero su forma de hacer política es perniciosa, carente de propuestas y totalmente malsana. Es muy triste para el país que un líder tan agudo y acucioso dedique sus mejores horas y toda su energía a realizar ataques aleves y pronunciamientos pestíferos, llenos de beligerancia y plagados de amañadas bellaquerías que no tienen más fundamento que el amparo de sus propias inclinaciones ideológicas.
A lo mejor es exagerado decir que Petro no ejerce simple y llana oposición política sino un ejercicio constante de la tal combinación de formas de lucha, pero lo cierto es que a este señor no se lo que conoce, lo que hace que está en el Congreso, una sola propuesta seria que conduzca a la solución de los problemas colombianos sino meras denuncias, a menudo falseadas y marcadas todas con tinte ideológico, que son amplificadas por algunos medios que suelen hacer eco de su gastada frase de batalla, esa de “tengo pruebas” que no pasa de ser un cañazo de garitero.
El señor Petro no tiene derecho de venir a dar lecciones de moral, como bien lo dice el presidente Uribe. Que no se olvide que el mencionado senador era un guerrillero, miembro de un grupo subversivo que fue indultado sin exigírseles a cambio nada de lo que hoy se reclama con tanto ahínco en otros procesos —verdad, justicia y reparación—, ni puede venir a presentarse como una monjita de la caridad que, de acuerdo con ‘su’ verdad, jamás combatió, jamás portó un fusil durante su vida de subversivo, jamás asesinó a nadie ni cometió delito alguno y que, por el contrario, fue torturado y encarcelado. De la misma manera en que se saca en limpio, Petro sólo ve la paja en los ojos de los demás, de tal forma que su lenguaje y argumentos son falaces y contradicen el sentir democrático, están marcados por el relativismo moral propio de la izquierda, y más de la izquierda armada tan proclive a llamar al secuestro, retención; al robo, recuperación o a un vil crimen, acto de guerra.
Petro es ladino y calculador, y sabe que el presidente Uribe es intemperante, y que no se mediría para cazar una pelea con nadie que se meta con su familia. Hace años que Petro viene señalando a Santiago Uribe Vélez como creador, miembro o financiador de un grupo de paramilitares en el norte de Antioquia. Se ha dado el atrevimiento de especificar que el señor Uribe operaba el radio de ese grupo y que tenía una subametralladora. Todo eso dicho a partir de una tenebrosa acrobacia intelectual que además es pasmosamente cínica la cual consiste en deducir que si ese señor tenía hacienda y dinero en lugar y tiempo en que las guerrillas eran amos y señores, y que si tal ciudadano conserva su vida y sus haberes, luego de que la guerrilla perdió dominio en ese sitio por acción de las autodefensas, entonces el ciudadano en mención es un ‘paraco’; es decir, quien haya sobrevivido a las Farc en esas épocas en que el Estado renunció a sus obligaciones es un paramilitar asesino, no hay de otra.
De manera similar, muchos maliciosos arguyen que como el presidente Uribe tiene una finca en el departamento de Córdoba, de amplia presencia paramilitar, y que como las tierras vecinas son de propiedad de los señores de las autodefensas, es luego imposible que el hoy presidente no tenga o haya tenido relación con los paramilitares.
Quienes piensan así se niegan a aceptar la más llana de las verdades, que el Estado es culpable de todo lo que ha pasado por omisión histórica. Los guerrilleros y ex guerrilleros se lamentan iracundos porque si por el Estado fuera ellos estarían en el Casa de Nariño hace muchos años, después de degollar a machete a todo el que se hubiera resistido a su régimen.
Ya que a Petro nunca se le han oído propuestas concretas sobre el empleo, la salud o la educación de los colombianos toca preguntarse si es que tan sólo está pasando de agache mientras llegan los transformaciones que a él le gustan, como las del vociferante vecino de al lado que a todo el mundo insulta sin que a los detractores de Uribe les parezca reprochable y mucho menos que requiera una evaluación siquiátrica. ·
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 12 de febrero de 2007Publicaciones relacionadas:
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