El viernes pasado, Hugo Chávez llegó con ínfulas de pontífice a ‘solucionar’ los problemas de Colombia. Es tanta nuestra desesperación, nuestro desasosiego, y tan grande el deseo sano y sincero de que los secuestrados retornen a sus hogares, que no reparamos en antecedentes, sino que lo recibimos como si fuera Juan Pablo II. Igualmente, a Piedad Córdoba la ven algunos como sor Teresa de Calcuta, cuando hace apenas unos meses estaba despotricando de la democracia colombiana en México, cuando ha desprestigiado al Gobierno en cuantos escenarios ha podido y cuando, en general, ha sido desleal en el combate político.

De Chávez, de Córdoba y ni siquiera de Sarkozy se puede esperar nada bueno. Esto no lo están haciendo por humanitarismo. Uribe, como buen domador de caballos, sabe que no hay lugar para confiarse demasiado. De hecho, el mundo entero se está preguntando cómo es que le permite al vecino colarse hasta la cocina cuando existen entre ellos diferencias ideológicas abismales.

Y es que no hay que creer en casualidades y en la posición de los astros para discernir cómo se llegó a que sea precisamente Chávez quien intervenga en este enojoso asunto, cuando su relación con las Farc es más que evidente y cuando Uribe ha sido su gran escollo para meter las narices en el único país de la región que le ha sido esquivo y que constituye su gran objetivo -como bien dice Alan García- en pos del delirio ‘bolivariano’.

Este hecho inconcebible equivale a la intromisión de un presidente soviético en Estados Unidos en plena guerra fría, o viceversa. Claro que si se llegó a ese extremo es precisamente porque no hubo de otra: los secuestrados son un arma política muy poderosa y las gentes llanas son olvidadizas, emotivas e ingenuas. De ahí que para cualquier gobierno, por popular que fuera, sería un golpe de gracia que Hugo Chávez recibiera a Íngrid Betancourt de manos de los facinerosos para entregársela a la mujer de Sarkozy. Eso es lo que estaba cocinado cuando Patricia Poleo lo destapó. ¿Qué de raro tendría, si los montajes en el gobierno de Chávez son un recurso habitual?

Somos tan inocentes que el mismo Chávez ha admitido que en los últimos días ha recibido varias comunicaciones de la guerrilla y a nadie le ha parecido extraño, a pesar de estar acostumbrados a sus prolongadas dilaciones y a tortuosos silencios. Hasta el más serio analista consiente que las comunicaciones en las Farc son lentas por diversas razones, pero con Chávez hay línea directa o, simplemente, un libreto convenido. Y ambas opciones son una mala señal.

Es fundamental preguntarse qué gana cada quién con esta ‘mediación’. Qué gana Colombia. Qué gana Chávez. Qué gana Sarkozy. Qué ganan las Farc. Qué gana Piedad. Y qué pierde el Gobierno, porque no cabe duda de que todo esto ha sido urdido para propinarle un revés que, por supuesto, terminaría siendo una derrota para todo el país.

Lo único que Colombia ganaría sería la justa liberación de unos mártires, a quienes no se les puede condenar a más sufrimiento a costa nuestra, pero esa será la primera cuota de más secuestros políticos para desacreditar la Seguridad Democrática y sacudirse de las fuerzas legítimas del Estado, que ahora sí se les metieron al rancho. Que lo digan ‘Carlos Lozada’ y el ‘Negro Acacio’.

Chávez se instalará en el santoral de la política colombiana como líder natural del mamertismo ‘democrático’. Pastrana fue elegido por menos: un reloj barato en la muñeca de ‘Marulanda’… Por su parte, Sarkozy afirmará su pragmatismo y su protagonismo internacional. Les venderá armas a Venezuela y a las Farc -igual que se las vendió a Gadafi por liberar a seis enfermeras búlgaras que valen menos que Íngrid- y tal vez indulte a Vladimir Illich Ramírez, alias el ‘Chacal’, primo hermano del presidente de PDVSA y héroe nacional del chavismo.

En fin, es demasiado lo que está en juego y a la receta le falta un grado para ser veneno.  ·

Publicado en el periódico El Tiempo, el 4 de septiembre de 2007

Posted by Saúl Hernández

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