Muchos sostienen que en lo que de buscar el regreso de los secuestrados a sus hogares se trata, es la hora de la creatividad. Sin embargo, de poco o nada sirve la creatividad si no se acompaña de sensatez, y si no se llega al consenso contra el secuestro y contra todos los grupos ilegales que debe darse entre las fuerzas políticas que se consideren ‘democráticas’, cuestión que por ahora parece imposible de alcanzar mientras el Polo no condene abiertamente a la guerrilla de las Farc.
No obstante, en materia de creatividad no todo cabe, si bien vale la pena esbozarse y discutirse. Por supuesto que la falta de consenso contra la violencia lleva a la aparición de idiotas útiles y de serviles compañeros de ruta que lanzan al garete toda clase de infundios y se apoyan en la confusión y el dolor reinantes para que sus propuestas ganen adeptos en razón de una solidaridad mal entendida.
No nos cansaremos de señalar que la visión equivocada que tienen sobre el asunto los parientes de los secuestrados de las Farc, ha contribuido a agravar la problemática y a prolongar el sufrimiento de los rehenes. Es por ello que, en el extranjero, muchos creen que el Gobierno es el que tiene retenida a Íngrid Betancur en alguna mazmorra estatal y no la guerrilla en media selva; otros presumen que la guerrilla la tiene en la jungla pero para protegerla de un Gobierno que supuestamente la quiere asesinar.
El tema tiene muchas variantes que derivan en el mito de que es el Gobierno de Colombia el que no quiere facilitar la liberación de estas personas. Al Estado colombiano se le acorrala en una leyenda negra que lo tacha de violador de los derechos humanos, de régimen narcoparamilitar, de exterminador de sindicalistas y demás; mientras la guerrilla de las Farc termina envuelta en su aura de luchadores de la libertad y paladines de la justicia. Todo eso desemboca también en algo muy curioso y es que, a pesar de que las guerrillas colombianas están en la lista de grupos terroristas, resulta rentable ponerse a su favor, abogar por ellas y aceptar sus crímenes amparándose en un supuesto interés por la paz de Colombia. En cambio, cuando del Estado y la institucionalidad colombianos se trata, lo rentable es estar en contra: oponerse al TLC, levantar pliegos de sugerencias impracticables, que deben entenderse como órdenes, a cambio de helicópteros viejos o de unas pocas monedas, o considerar que el presidente colombiano no es digno de compartir escenario con alguien como Al Gore, a pesar de que es Gore quien tiene un hijo drogadicto, uno de esos millones de repugnantes viciosos del primer mundo que son los que atizan la hoguera del conflicto en Colombia.
Por todo eso es de una estupidez rayana en la complicidad, exigirle al Gobierno un acuerdo humanitario que sólo va a beneficiar a la guerrilla y del que no hay la menor certeza de que logre devolver la libertad a los secuestrados. La gente no parece darse cuenta de que es un triunfo para la subversión tener ex presidentes, como el finado López Michelsen, pidiendo el acuerdo, al igual que César Gaviria, Ernesto Samper y Andrés Pastrana, a pesar de ser culpables en grado sumo de lo que ha pasado en el país, de que sus gobiernos son de ingrata recordación y a sabiendas de que el único que no puede aceptar las pretensiones de los violentos es precisamente aquel a quien le piden lo imposible.
A Uribe no lo eligió el pueblo colombiano para retroceder ante la subversión como López Michelsen en Anorí, o como lo hicieron Belisario Betancur y Andrés Pastrana durante sus periodos. Uribe fue elegido para combatir a las Farc y se ha avanzado mucho en ese propósito, más de lo que muchos piensan. Si los logros alcanzados hasta el momento se pierden por hacer cualquier clase de concesiones a la subversión, habrá que ver a quién le parezca el horror futuro, fruto de la solidaridad. El único responsable de las barbaridades que cometa en el futuro una guerrilla nuevamente fortalecida será el presidente Uribe y nadie más.
En vez de pedir lo imposible, los colombianos de bien deben mantener presente que las Farc son las que se han negado a propuestas como la zona de confianza en Pradera (Valle), formulada por Francia, España y Suiza a finales de 2005; que el Presidente liberó a casi 200 secuestrados —incluido el ‘canciller’ Rodrigo Granda—, demostrando que no se requiere de negociación alguna para ejecutar una liberación; y que para devolver secuestrados tampoco se requiere un despeje como queda de manifiesto cada vez que estos facinerosos liberan a alguien tras recibir el pago de la extorsión. Qué tristeza pero ese tal acuerdo humanitario es una espada de Damocles que, de llevarse a cabo, nos terminará sacando lágrimas a todos.
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 16 de julio de 2007.
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