En un país que ha sido educado en la tradición católica y bajo la arenga de “bienaventurados los pobres”, es lógico que se sobreestime la práctica política cuando se ejecuta desde una pobreza franciscana como si se tratara de un apostolado. Por eso relumbra la figura de don Marco Fidel Suárez, de quien se atribuye la virtud de ser pobre desde la cuna hasta la tumba, careciendo hasta de fondos para repatriar el cadáver de su hijo —fallecido en EE.UU.—, o la leyenda de que Lleras Camargo a duras penas tenía lo que llevaba encima. En contraste, la mayoría de los mandatarios colombianos han vivido y fallecido en la opulencia, y es difícil imaginar en apuros a estos nonagenarios o a sus viudas que, gracias a sus pensiones millonarias, a cargo del contribuyente, se parecen a la pobre viejecita de Pombo.
Entonces, como carecemos de una ‘ética protestante’ (diría Weber), el colombiano sueña con gobernantes de a pie porque muchos creen en ese aforismo de Balzac según el cual «detrás de cada gran fortuna hay un crimen», y persiste el maniqueísmo que denigra de la riqueza: «más fácil pasa un camello por el ojo de una aguja», dice la Biblia…
Y como toda campaña política se desarrolla a partir de una lectura cultural, sociológica, antropológica, del pueblo que el candidato aspira gobernar, no es extraño que Alonso Salazar, candidato a la Alcaldía de Medellín, haya convertido su patrimonio en publicidad política exhibiendo un facsímil gigante de su declaración de renta por el centro de la ciudad para constatar que es ‘pobre’: su peculio es de 139 millones de los cuales adeuda 58, para un total de 81. Salazar dice que ese exiguo patrimonio, que se traduce en una finquita en La Estrella, una casa de habitación en El Poblado y un vehículo de gama baja (Corsa), es el producto de su trabajo durante 27 años y el de su señora esposa, quien ejerce su profesión de Psicología en Proantioquia.
En verdad, Salazar tiene razón en una cosa y es en el hecho de considerarse privilegiado en una sociedad pobre en la que la mayoría de sus miembros no son sujetos de renta de acuerdo con lo exigido por la ley. Sin embargo, es un mensaje errado decirle a la sociedad, a los jóvenes, que ser un buen profesional, un hombre inteligente, honrado y trabajador, no paga.
En 27 años, Alonso ha publicado libros impactantes y de buen recibo aunque el índice de lectura en el país es muy bajo: No nacimos pa’semilla, que parece que sólo le reportó ingresos a los editores piratas (valga decir que se vendía en las esquinas como pan caliente); La parábola de Pablo, editado para toda Hispanoamérica por Planeta; Profeta en el desierto, una especie de biografía de Luis Carlos Galán que le ha valido el apoyo de su hijo Juan Manuel, y otros. Además, ha sido investigador social de varias entidades y durante 32 meses se desempeñó como Secretario de Gobierno de la Alcaldía de Medellín con un sueldo cercano a los 6 millones de pesos mensuales para un ingreso bruto de más de 180 millones de pesos en ese lapso de tiempo.
Es obvio que el patrimonio bruto de una persona no equivale al total de sus ingresos porque se trabaja para vivir; nadie acumula sus honorarios y pocos tienen la habilidad de multiplicar su capital mediante inversiones rentables. Además, hay inversiones cuyos réditos no se miden en pesos sino que generan beneficios intangibles como viajar, comprar libros, estudiar y vivir generosamente, sin avaricia, sin egoísmo.
Sin embargo, pareciera que Salazar no cobró el sueldo de Secretario de Gobierno o no devengó nada en los 23 años anteriores, y su promesa de seguir en la ‘inopia’, aún después de ser alcalde, será difícil de cumplir pues en ese cargo devengaría cerca de diez millones de pesos mensuales, o sea más de 500 millones en el cuatrienio, con los ajustes anuales por inflación.
El caso es que presentar la declaración de renta no sirve para demostrar pobreza ni es una muestra de transparencia; si él presentara sus ingresos brutos quedaría en claro que nada mal le ha ido y cualquier delincuente puede valerse de testaferros para ocultar sus acreencias. Por eso no es más que una conducta populista que pretende sembrar un mensaje demagógico, que un ‘pobre’ sí se acordará de los pobres, y señalar que si los otros candidatos no declaran sus haberes es porque son ricos -por tanto, inadecuados para manejar la ciudad-, o unos corruptos que van tras el presupuesto.
¿O será que Alonso es el siervo malo de la parábola que «cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor»?
Publicado en el periódico El Mundo, de Medellín, el 3 de septiembre de 2007
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