A la búsqueda de la niña Madeleine McCann, secuestrada en Portugal el pasado tres de mayo, se han sumado celebridades como David Beckham, Cristiano Ronaldo, Luis Felipe Scolari y Joanne K. Rowling, la autora de Harry Potter. Los gobiernos, los medios y la opinión se han conmovido. Sus padres han sido recibidos por el mismísimo Benedicto XVI en el Vaticano, y por funcionarios de alto rango de España, Italia, Alemania, Holanda y Marruecos. Desde que desapareció del hotel donde su familia, de origen británico, pasaba vacaciones, decenas de personas se han mostrado interesadas en el caso y se han sumado a quienes exigen que se devuelva a la menor. En la página de Internet findmadeleine.com, solicitan donaciones para costear la campaña. Ya han recibido más de 700 mil libras.
Tanto interés y solidaridad despertados por este caso se asemejan mucho al compromiso y la participación de las sociedades europeas en causas de hondo calado. No más el sábado, miles y miles de personas salieron a marchar contra Eta por Bilbao y Pamplona, exigiendo la desaparición de la banda terrorista. No puede uno menos que sentir pena y envidia viendo la solemnidad de esas marchas en España en comparación con las de aquí, donde las escasas y desnutridas concentraciones parecen un paseo de domingo, con papayera y chupada de paleta para la sed. Y donde en las marchas de ‘protesta’ llueven piedras y ‘papas bomba’ y a estudiantes menores de edad se los conduce de cabestro a sublevarse sin saber por qué.
El caso es que la sociedad colombiana, enferma de individualismo, nunca ha encontrado un buen motivo para solidarizarse de verdad y unirse en torno de un propósito común. Hemos alcanzado un grado de insensibilidad tan alto, que cada vez nos importa menos lo que pasa; nada nos sorprende y nada nos escandaliza. Pero el país tiene la obligación moral de trazar una línea divisoria que indique el límite de lo que no estamos dispuestos a tolerar.
Un caso que claramente excede el límite y que nos debería unir a todos es el secuestro de Emmanuel. Para muchos, es una ingenuidad creer que la guerrilla se va a enternecer con una campaña mediática cuando ha sido un actor particularmente cruel con los niños: a Clara Oliva Pantoja, de 9 años, y a Andrés Felipe Navas, de 3, los secuestraron en el año 2000 y los llevaron a la zona de distensión; la niña fue liberada nueve meses después, mientras el niño estuvo retenido un año y medio. A Irwin Orlando Ropero, de 10 años, lo volaron en pedazos con una bicicleta bomba que le incitaron a llevar hasta un retén militar en Fortul (Arauca). A Daniela Vanegas McLaughlin, de 15 años, la secuestraron en octubre del 2003 y un año más tarde la mataron a cuchillo y la botaron a un caño. Los ejemplos son innumerables.
También es cierto que la sociedad colombiana está muy lejos de honrar el ideal de privilegiar los derechos de los menores, como se estableció en la Constitución de 1991. Los asesinatos, secuestros y violaciones de menores ya son pan de cada día. El maltrato es la norma. Así, a pocos les duele como propio un drama que es inaudito. Por eso, cunde la impresión de que somos una sociedad infanticida, herodiana y sin futuro. ·
Publicado en el periódico El Tiempo, el 12 de junio de 2007
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