Por Antanas Mockus
Las marchas del lunes fueron un avance en confluencia emocional, coordinación y tolerancia. A mi juicio primó sanamente la indignación sobre el odio. El Polo y gran parte de los familiares de las víctimas o desconfiaron de la nobleza de las intenciones de los organizadores, o prefirieron posiciones más contemporizadoras con las Farc (por miedo o por estrategia consciente, pues ¿quién no se guarda su indignación si de por medio está la vida y la libertad de un familiar cercano?), o quisieron condenar de una vez todo lo condenable en Colombia (en menos de un mes tendremos la importante oportunidad de marchar contra las AUC y sus masacres, y contra las desapariciones y las ejecuciones extra-judiciales).
Tenemos muchas opciones y el deber de aprovechar de la mejor manera nuestras energías y nuestro entusiasmo. Hay muchas propuestas: adoptar cada cual un secuestrado, proponen los convocantes de la marcha; ayunar tres días seguidos, propone la gobernación del Cesar; hacerle una despedida a la tentación del atajo ("todo vale" nunca más); salir y pedir masivamente perdón a la humanidad por las barbaries cometidas por algunos de nuestros compatriotas; no cooperarle ni poco ni mucho a la guerrilla, o ir un grupo de civiles sin armas a rescatar a los secuestrados. Así, estamos (re)descubriendo el camino de la salida socialmente presionada al conflicto.
Bogotá tiene buenos antecedentes de acción colectiva, a veces en temas menos rodeados de emociones fuertes y peligros: el ahorro de agua (más de cinco millones de bogotanos ahorraron voluntariamente agua), el pago de impuestos voluntarios (más de sesenta y tres mil familias los pagaron en el 2002), las jornadas de resistencia civil contra los atentados a la infraestructura, a la zona T o al Nogal ("Contra la destrucción, construcción"), el día de autorregulación en el pico y placa (aunque se anunció ampliamente que no habría multas, la ciudadanía, en gran parte, siguió respetando el sistema de restricciones a la circulación de vehículos públicos y privados) y el desarme voluntario (más de dos mil quinientas armas entregadas voluntariamente).
Algunos ejemplos
Hay también, en Colombia, antecedentes puntuales exitosos de rescate civil de secuestrados en Santa Rosa, sur del Bolívar y en el Cauca por parte de varias comunidades indígenas que armadas de símbolos -sus bastones tradicionales de mando- siguen pacientemente selva adentro al grupo de secuestrados y secuestradores hasta obtener su liberación.
Las acciones colectivas crean la experiencia de un "nosotros" cuyo poder es mayor que la suma de los poderes individuales de los participantes. Bien desearían la izquierda o la derecha colombianas, o la iglesia católica, mostrar el poder de convocatoria manifestado el lunes.
La conformación de identidades compartidas que facilitan las acciones colectivas es un poco misteriosa. Quien convocó en últimas fue la infamia del secuestro: primero la manipulación psicológica de la liberación a cuentagotas, incluido el progresivo develamiento del drama de Emmanuel, luego las pruebas de supervivencia con el elocuente silencio de Ingrid, de Eladio y de uno de los tres estadounidenses, y luego la increíble solicitud de retiro de la calificación de terroristas ¡en esos mismos días, con las pruebas en las manos! Los colombianos internautas fueron decisivos. Ayudaron a captar la emoción predominante: había que pasar de la indignación en la casa, frente al televisor, a la indignación en la calle.
La imagen del silencio
Los tres secuestrados silenciosos mostraron el camino: al menos en ese momento, en esas circunstancias límite, cuando graban esa prueba de supervivencia, ellos no están dispuestos ni a esconder su dignidad vejada ni a ocultar su indignación. Su situación es tan crítica que ya no la mitiga la oportunidad de comunicarse con su familia. Con su silencio optan más bien por comunicarse con la humanidad y la convocan a una resistencia masiva sin matices. A una acción colectiva firme, pacífica, llena de heroísmo, estoicismo y dignidad.
Ahora se necesita un plan racional. Veo el rescate civil aún muy lejos. Por mi parte comienzo a recoger las autorizaciones familiares.
Quiero que cada una de las personas más cercanas, después de sopesar los pros y los contras, de ver todo lo que se puede lograr y todo lo que se puede perder, me dé permiso de corazón para participar en el rescate civil.
Queremos ir sin armas por los secuestrados. Si aparecen 99 personas más dispuestas a lo mismo y autorizadas también por sus familias nos sentaremos los cien o más a planear nuestra marcha. Si conociendo ya el plan en detalle persistimos al menos 33, el plan se volverá irreversible. Propongo. Ciento cincuenta años después de la abolición de la esclavitud en Colombia hay que construir una cadena fuerte de voluntades humanas para liberar a compatriotas que hoy sufren algo peor que la esclavitud. Y en cuanto a su vida, ‘Tirofijo’ y los suyos pueden estar tranquilos: de manera internacionalmente verificada iremos desarmados.
Vendrán antes o después otras acciones colectivas. La más importante será el retiro de toda colaboración a las Farc y a cualquier grupo ilegal: estoy seguro de que millones de colombianos tomaron ya la firme resolución de radicalizar su no cooperación con la guerrilla o los paras. Esto significa, en la medida de lo posible y de lo razonablemente prudente, no hacerles ningún favor, no prestarles vehículos, no facilitarles el abastecimiento, no celebrar negocios con ellos y no alcahuetearles el argumento de que se justifica su guerra sucia porque es respuesta a otra guerra sucia. Este podría ser el primer peldaño de la salida.
En las actuales circunstancias colombianas y mundiales el valor está en no usar el terror. Ni siquiera para combatir el terror.
ANTANAS MOCKUS
Para EL TIEMPO, Febrero 10 de 2008