Luce tan seria la señora Pelosi cuando hace referencia a sus preocupaciones por Colombia –por los crímenes de sindicalistas, las condiciones laborales de los asalariados y la situación general de los derechos humanos–, que casi llega uno a creer en su sinceridad. Pero si doña Nancy, doña Hillary y don Obama presumen en realidad que el asunto es tan simple, imagino que también condenan a la multinacional de su bebida insignia por los crímenes de sindicalistas de los que se la acusa, lo mismo que a la bananera que les pagaba por ‘protección’ a los ‘paras’ e, incluso, a otras de sus empresas, que se han manchado de sangre colombiana al ceder a las extorsiones de las guerrillas.

Si uno fuera ingenuo, se creería tan fácilmente la mentira de la señora Clinton acerca de su llegada a Bosnia en medio de las balas, como ellos simulan haberse creído las patrañas de la oposición colombiana, a pesar de que las evidencias en contrario son tan claras como el video de Hillary en Tuzla. Pero las estadísticas y la realidad hablan por sí solas; todos los indicadores de violencia se han revertido en los últimos años de manera irrefutable y las fuerzas de seguridad de Colombia ganan cada vez más legitimidad por su sujeción a los derechos humanos.

En cuanto a los sindicalistas, hay que decir que en Colombia aún es alto el índice de criminalidad, pero las víctimas son de todos los pelambres; no todos los crímenes de activistas sindicales son atribuibles a su militancia. Aun si se tratase de un exterminio, el recelo de los demócratas es un embeleco para aparentar ante sus propios sindicatos que los preocupa la pérdida de puestos de trabajo en E.U.

No hay que olvidar que los tratados de libre comercio han cerrado empresas en ese país y hay tanto desprecio por ellos como por los inmigrantes y por China, pues les están quitando el trabajo; que la recesión que se avecina hace inoportuno hablar de concesiones económicas o de favores, como lo interpretan los demócratas, y que cualquier cosa que se le pueda achacar a Bush -en un año electoral- se le achacará a Bush, aun en desmedro de terceros que hayan estado de su lado.

No es un secreto que la política exterior de los gringos es obtusa y genera repudio en el mundo. Por eso no sería de extrañar que ellos, incluso después de la tramoya electoral, persistan en hacer una nueva demostración de torpeza política al desairar ante todo el mundo a su único aliado en el continente, ignorando que, por ejemplo, lo que se vio en la Cumbre de Río en Santo Domingo fue una encerrona antinorteamericana contra un país que es objeto del terrorismo marxista y de las corrientes autodenominadas ‘progresistas’, en el marco de una guerra fría que constituye un preámbulo de algo más grave que se está cocinando en la región.

Sabemos que a Colombia se le da un trato descortés de país paria, pero que venga a decir un líder de los demócratas que ya nos hacen todos los favores con el Plan Colombia, cuando este es un asunto de corresponsabilidad, y nos nieguen en el TLC un trato similar al de Perú, Chile o Centroamérica, supera el límite de lo admisible. Habría, entonces, que dar por terminada esa alianza.

Hay economistas muy reputados que, en un intento por preservar la confianza inversionista, dicen que no habría ningún problema para nuestra economía en caso de no aprobarse el TLC. Pero el ATPDEA no será eterno y países como Perú competirán con notable ventaja frente a nuestros productos en nuestro principal mercado.

El TLC es en verdad importante y aunque tenemos un gran problema de infraestructura y escasa preparación, al mismo tiempo nos debe servir de acicate para sacudirnos nuestra mediocridad de una buena vez. O es ahora o no será nunca. Al tratado no hay que temerle, aunque la manera de comerciar de las potencias siempre haya sido ventajosa y grosera. De eso abundan ejemplos hasta nuestros días. ·

Publicado en el periódico El Tiempo, el 15 de abril de 2008

Posted by Saúl Hernández

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