Las Farc entregaron a Clara Rojas y Consuelo González, sólo dos de las 774 personas que continúan en poder de esa guerrilla según datos de la fundación País Libre. Y creen algunos que eso debería ser motivo de agradecimiento, así como en el pasado han agradecido la entrega de pruebas de supervivencia o de los cadáveres de los once diputados asesinados por las Farc. No hay nada qué agradecer por la liberación de (apenas) dos secuestradas que nunca debieron perder la libertad pero por lo menos han quedado en claro varias cosas: que no se requiere de una gran parafernalia para recoger a los rehenes; que tampoco es necesaria la zona de despeje de 700 kilómetros cuadrados que exigen las Farc para liberar a los cautivos; y que, como acota el periodista John Carlin en El País de Madrid (El narcosantuario de las Farc, 16/12/07), bastaría un simple pedido de Chávez para que los liberen.

En efecto, a algunos amiguetes de esta guerrilla marxista y su conspicuo aliado, el Gobierno de Venezuela, les parecía muy meritorio y un gran avance -en su momento- que la guerrilla hubiera aceptado acercamientos con Chávez y la opositora colombiana Piedad Córdoba, arguyendo que el comisionado de paz del gobierno de Uribe no ha logrado un solo acercamiento con las Farc en más de cinco años, y negaban de plano que la interlocución Caracas-Farc fuera del tipo ‘yo con yo’ o, por lo menos, un diálogo entre partes que tienen una gran afinidad política. Sin embargo, la camaradería entre el Ministro del Interior de Venezuela, Ramón Rodríguez Chacín, y los guerrilleros que entregaron a las secuestradas, es una bofetada a la confianza entre países que alcanzó el más alto grado de grosería, torpeza e imprudencia cuando Rodríguez le expresó a los guerrilleros: «estamos muy pendientes de su lucha, mantengan ese esfuerzo y cuenten con nosotros».

Ese no fue sino el abrebocas al insólito chantaje que Hugo Chávez pretende imponerle al Gobierno legítimo de Colombia: no sólo desnuda su complicidad con las Farc y el Eln, reconociéndolos como fuerzas beligerantes no terroristas y pidiéndole al mundo que no los cataloguen como organizaciones terroristas, sino que le exige al presidente Uribe que les levante ese estatus de terroristas para normalizar relaciones con Colombia. Chávez desconoce, olímpicamente, que es por sus actos que se han catalogado como tales y no por injerencia de EE.UU. Y, además, que así las consideramos los colombianos, que pocas veces nos hemos unido tanto para una cosa como odiar con todas nuestras fuerzas a estas bestias.

Lo único que lograrán Rodríguez Chacín y Chávez con sus declaraciones desfachatadas es que el Gobierno de Colombia les cierre la puerta para ‘colaborar’ con otras liberaciones pues el pueblo colombiano no admitiría la intromisión de un enemigo público en auxilio de otro. Es lamentable decirlo pero la vida de 43 personas no puede estar por encima de la de los 43 millones de habitantes, ni se puede permitir que nos impongan aquí el ‘socialismo del siglo XXI’ a cambio de la liberación de estas personas. No aceptaremos jamás ese tipo de intimidaciones. Pierden el tiempo quienes insistan en la mediación de Chávez; hasta Consuelo González que, como buena política, salió de la selva a hacer proselitismo chavista. Esa intromisión ya es inaceptable.

De otra parte, al llamado Síndrome de Estocolmo habría que atribuir la extraña despedida que tuvieron Clara y Consuelo con los guerrilleros que las entregaron, de beso en las mejillas y apretones de manos, además de buenos deseos mutuos: iban y venían frases como ‘que les vaya bien’, ‘gracias por todo’, ‘cuídense mucho’… Una forma muy extraña de despedirse de personas que les robaron seis años de sus vidas y las sometieron a muchos vejámenes. ¡Qué más que quitarles la libertad! ¿O será que todo eso es mentira, que todo es un novelón macondiano?

Supuestamente, la guerrilla había priorizado la devolución de Clara y Consuelo porque estaban muy enfermas física y sicológicamente. Sin embargo, lo que se vio es todo lo contrario; semblantes muy distintos a la apariencia de mendigos moribundos que tenían el policía John Frank Pinchao y el ahora canciller Fernando Araujo cuando escaparon de sus cautiverios. Las señoras aparecieron de buen semblante, excelente estado físico, gran claridad mental y sin asomos de depresión. A quienes se pierden apenas un par de días en la selva, los rescatan en shock; pero ellas, parecía como si volvieran de un picnic. ¿Será que la procesión va por dentro o era parte del decorado del espectáculo?

Porque espectáculo hubo, por supuesto. Apareció la tropa de las Farc con uniformes nuevos. Se vio el cabello cepillado de las secuestradas. Lo primero que hicieron en el helicóptero fue grabar mensajes de agradecimiento a Chávez. En fin, nadie se llame a engaños; esto no se hizo con sentido humanitario ni es un hecho digno de agradecimiento para con los terroristas y su compadre, el inefable Hugo. Todo esto es parte de un sórdido plan muy bien urdido que no dejará más que lamentos. ·

Publicado en el periódico El Mundo, el 14 de enero de 2008

Posted by Saúl Hernández

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