Recientes estudios sobre el estado del medio ambiente concluyen que Medellín es la ciudad más contaminada del país y, a su interior, el sector de Guayabal es el que presenta los peores índices. Esto tiene historia: Guayabal ha sido una de las áreas más contaminadas y áridas del Valle de Aburrá por la vieja explotación de las ladrilleras y, posteriormente, su deterioro continuó con el fuerte proceso de industrialización de Itagüí y el suyo propio.
Hoy transitan por la Avenida Guayabal no sólo los buses que atienden a esta comuna sino también los de Itagüí, La Estrella y San Antonio de Prado. Pero, además, Guayabal sufre la incidencia de la Autopista Sur y de ámbitos cercanos como la Central Mayorista, la Terminal Sur y el aeropuerto Olaya Herrera, que en algo deben repercutir. Claro que esa es la realidad de toda la ciudad, encerrada entre montañas y con una pérdida incesante de sus bosques.
La exagerada contaminación de Medellín -y de Guayabal en particular- ya no es un asunto meramente retórico: se sabe que la incidencia de EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) en la ciudad es mayor que en el resto del país, lo que comprueba que se está afectando de manera grave la calidad de vida de la gente. Las enfermedades pulmonares son altamente incapacitantes, su atención es costosa y pueden llevar a la muerte, de manera que no se trata de una controversia menor por la molesta irritación de los ojos.
Si bien el alcalde Alonso y el Concejo de la Ciudad solicitaron acuciosamente a Ecopetrol que nos provea de un combustible diésel que cumpla los estándares internacionales -50 ppm en vez de los 4.500 ppm de ese veneno que estamos usando-, no deberíamos cruzarnos de brazos a la espera de que se cumpla el plazo de un acuerdo que aún está muy lejano cuando hay tantas cosas que se pueden hacer entre las cuales hay muchas que no perjudican a nadie y son de beneficio general.
En Medellín hay unos 8 mil buses que son, hoy en día, el principal factor de contaminación del Valle de Aburrá. También hay más de 20 mil taxis que hacen parte del problema. Y, a pesar del alto grado de contaminación de nuestro entorno, tenemos, entre las principales ciudades del país, el menor número de vehículos movidos con gas. Eso, a pesar de los notables beneficios económicos para los transportadores y ecológicos para la comunidad.
En manos del Alcalde y el Concejo está la decisión de gasificar el transporte público del Área Metropolitana subsidiando una parte del costo de modificación de cada vehículo. Este proceso tardaría varios años pero los efectos positivos serían notorios desde el comienzo. Colombia tiene inmensas reservas comprobadas de gas; el distribuidor local son las EPM; el gas es más barato y paga por sí solo los gastos de modificación, además de que el desgaste de los motores es menor; y siempre será más limpio que el mejor diésel y los biocombustibles, que también tienen sus bemoles como para no considerarlos totalmente limpios.
Hay, además, otras decisiones que no deberían pasarse por alto: el Metroplús debe alimentarse con energía eléctrica a pesar del argumento poco creíble del Ministro de Transporte acerca de un exagerado incremento de los costos de operación o la exótica razón de que ese sistema no permitiría los sobrepasos de buses; tampoco lo hacen los trenes del Metro ni las cabinas de los cables aéreos.
Otro tema es el de las motocicletas con motores de dos tiempos, los cuales, por ser muy contaminantes, están prohibidos en muchos países. Estamos en mora de proscribir su comercialización en la ciudad y trabajar con el Congreso para expedir una ley que saque paulatinamente las que están en circulación.
Sin ánimo concluyente, es preciso señalar la necesidad de un agresivo plan de arborización en todo el Valle de Aburrá, que además contemple criterios paisajísticos. Es decir, cosas por hacer hay muchas y son soluciones que están al alcance de las manos o, más precisamente, de las manos del Alcalde. Una ciudad más limpia y saludable también es más competitiva, mejorar el medio ambiente es una inversión rentable que no da espera.
Publicado en el periódico El Mundo, el 14 de abril de 2008
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