lcgalan

Escribía acerca de las disculpas que Uribe le ofreció al mandatario de Ecuador (¿perdón de qué?, me preguntaba), cuando al leer la columna de don Enrique Santos me sentí llamado a contestar la inquietud que formuló: «No sé muy bien qué imagen, recuerdo o noción tengan hoy las generaciones siguientes -un colombiano entre los 30 y 40, por ejemplo- de la figura de Luis Carlos Galán Sarmiento».

Pongamos algunas cosas en perspectiva. A principios de los 80, yo tenía pegada en mi escritorio una calcomanía del famoso afiche de Galán, que había llegado en un periódico. En mi entorno -a pesar de que Antioquia dizque era un fortín conservador- no había más que liberales de racamandaca, lopistas para más señas, que lo culpaban de dividir el liberalismo y permitir el triunfo de Betancur. Es decir, yo tenía la foto de Judas en mi escritorio, en una época en la que se votaba por el trapo, no por los hombres y menos por las ideas.

En esos ya lejanos años -Gardel canta que 20 no son nada-, otros factores influyeron en la imagen que tenía de él. En Antioquia había una sensación de abandono. El alcalde del Medellín de entonces, Juan Gómez Martínez, se quejaba de que en Palacio ni siquiera le pasaban al teléfono. Barco era visto como un enemigo de Antioquia y medios como El Espectador (fundado en Medellín) no perdían ocasión para insultar y tratar de narcos a todos los antioqueños cuando éramos las víctimas directas de unos sicópatas y del centralismo indolente del Estado. En esa atmósfera hipersensible, Galán era visto con cierto recelo, como un distante señor de Bogotá.

Pero hay más. Los niveles de violencia eran aterradores y Galán nunca habló de combatir a los violentos, no era su estilo. Por lo tanto, en Medellín vivíamos anestesiados; la indiferencia era un mecanismo de defensa para mantener un ritmo de vida ‘normal’. El día que mataron a Galán, en Antioquia nos habían sacudido temprano con el asesinato de Waldemar Franklyn Quintero; un mes y medio antes, con el del carismático gobernador Roldán Betancur; un año y medio atrás, con el del querido procurador Carlos Mauro Hoyos… No terminaría el recuento.

Pero pasemos a lo sustancial. El eje del ideario de Galán era la lucha contra la corrupción, contra la propensión a servirse del Estado en vez de servir a la gente a través de él. Sin embargo, fiel al estilo político de esos tiempos, su discurso redundaba en temas de mecánica electoral, en el que el Partido Liberal ocupaba lugar preponderante. Su retórica prometía decencia, pero no ofrecía ideas concretas. Dar vivas por un partido sobre una tarima era algo que muchos ya no queríamos oír.

En sus últimos años (y me reafirmo viendo videos de sus discursos y entrevistas en YouTube*), Galán se mostraba como una verdadera conciencia moral del país, pero no como un líder que pudiera poner en marcha soluciones. Con un estilo muy distinto entre ambos, me atrevería a establecer un paralelo con Antanas Mockus, aunque aquel era el cabecilla de la facción política más importante y sin duda sería presidente.

Y si su disidencia era traición, su regreso al redil liberal fue oportunista e incoherente. ¿Cómo combatir la corrupción sometido a la maquinaria y la depravación del peor antro de la política nacional? Esa era la plataforma menos indicada para cumplir sus propósitos moralizadores, pero la única desde la que podía alcanzar la Presidencia, donde gobernar con absoluta transparencia es una contradicción en los términos. Por eso Galán siempre me ha parecido un fuego fatuo.

Eso sí, como amigo de la extradición, el presidente Galán auguraba restablecer el imperio de la ley, con lo que nos habríamos ahorrado tres gobiernos de náusea que siguieron a su crimen. De no ser así, el suyo habría sido tan perverso como los otros; a lo mejor el destino preservó su prestigio y lo convirtió en mito. Finalmente, me pregunto: ¿qué quedó del galanismo? ¿Cuál es su legado? Nada. ·

Publicado en el periódico El Tiempo, el 18 de agosto de 2009

* Ver una recopilación de videos en el sitio www.galanvive.com

Posted by Saúl Hernández