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Está haciendo carrera el cuento de que los roces entre Colombia y Venezuela son producto de un gran ‘malentendido’, fruto de mentes calenturientas. De un lado, don Hugo dizque está convencido, hace años, de que el imperio lo va a invadir usando a Colombia como plataforma y, del otro, que a don Álvaro se le metió entre la mulera y el sombrero aguadeño la creencia de que el buenazo de Chávez nos quiere invadir para unificar la Gran Colombia, expandiendo su revolución hasta aquí.

La verdad es que se trata de una especie de falacia ad ignorantiam; es decir, nadie puede probar que el temor de Chávez sea o no sea genuino y para realzarlo se le atribuye a Uribe un recelo similar, lo que lleva a concluir, erróneamente, que, en ambos casos, no hay más que delirios. Para ello ha sido muy útil que, aquí y en el exterior, abunden los intentos por equiparar las actuaciones de Chávez y Uribe, soslayando olímpicamente quién es el que injuria y se entromete en el solar vecino -y en toda la región- y quién es el agredido.

Los que han estudiado con devoción las andadas del dictador venezolano (Krauze, Garrido, Barrera Tiszka, Cristina Marcano y otros) saben que el suyo es un viejo plan que se ha venido desplegando poco a poco, en el que Colombia es una pieza fundamental del rompecabezas. En incontables ocasiones, Chávez ha mostrado interés manifiesto por extender su proyecto político a Colombia, como cuando incluyó grandes extensiones del territorio colombiano (gran parte de La Guajira y casi todos los Llanos Orientales) en la Constitución Bolivariana de 1999. O más recientemente, al exhortar a sus seguidores a hacer alianzas con el Polo Democrático.

Pero, además, no se puede ignorar que Hugo Chávez no empezó a armarse después de que Colombia ampliara el acuerdo de cooperación con E.U., sino mucho antes. Fue en el ya lejano julio del 2003, cuando Juan Manuel Santos denunció que Chávez estaba comprando aviones Mig, lo que sería el abreboca de un apertrechamiento desmedido cuyo único objetivo es Colombia: los demás vecinos son presas muy grandes para el teniente coronel, incluyendo a Holanda, que en buena hora cayó en su retórica desquiciada como prueba de que las comparaciones entre Chávez y Uribe son descabelladas.

Ya estamos hartos de cuentos. Se ha explicado hasta la saciedad que E.U. no necesita bases en Colombia (ni en Curazao) para sacar, si quisieran, a Chávez del poder. Esa es una argucia propagandística que apela al nacionalismo y al sentimiento antiimperialista, esgrimida por personajes como Ernesto Samper Pizano, que anda por ahí atizando el fuego con un documentico bajado de Internet.

Si el gobierno de Obama -enredado en otras guerras y más interesado en el multilateralismo- quisiera provocarle un daño a su ‘robolución’, dejarían de comprarle ese petróleo azufrado que representa menos del 8 por ciento del consumo gringo. Otros proveedores lo podrían remplazar sin mayores traumatismos en tanto que a Venezuela nadie le compraría ese crudo pesado por razones técnicas: sólo en E.U. se puede refinar. Así, ni sería necesario mover la Cuarta Flota. ¿Cuántos días duraría Chávez en el poder con un bloqueo económico de esa naturaleza?

Es dudoso que el año termine sin que el dictador caribeño haya prendido Sukhois, por lo que Colombia debe adquirir sistemas de defensa antiaérea sin dilaciones. Y no hay que ser Nostradamus (o Newsweek) para sospechar que sus propios súbditos se cansen, a medida que se percatan de que el comunismo -como dice Felipe Quispe, cocalero boliviano más radical que Evo- no es para que todos usen zapatos sino para que todos se pongan alpargatas. La igualdad prometida del socialismo del siglo XXI es la miseria generalizada y habrá que vivir para ver si el pueblo venezolano es tan tonto como para infligirse ese haraquiri. Por nuestra parte, entendamos que no se trata de un malentendido, y abramos bien los ojos a tantas patrañas.

Publicado en el periódico El Tiempo, el 5 de enero de 2010

Posted by Saúl Hernández