A los enemigos del ex presidente Álvaro Uribe Vélez les cayó como patada en la sien su designación como profesor de cátedra en la Universidad de Georgetown, propiedad de la Compañía de Jesús que, en nuestro medio, tiene un ala muy afín a las Farc envuelta en el ropaje de la lucha por los ‘derechos humanos’, en cabeza del Cinep y el sacerdote Javier Giraldo.

Precisamente este curita, en un país que suele jactarse de ser laico y de que la Constitución del 91 dejó en claro la separación Iglesia-Estado, ha escrito una carta plagada de calumnias con la que pretende evitar no solo que Uribe continúe dando clases en Georgetown sino que esta y otras distinciones se conviertan en obstáculos que impidan llevarlo a juicio en procesos armados por la izquierda para cobrarle el daño que le infringió a las guerrillas comunistas.

Ya en el mes de agosto, cuando Uribe asumió la vicepresidencia de la comisión creada por Naciones Unidas para estudiar el caso del ataque israelí a la flotilla ‘humanitaria’ que se dirigía a Gaza, abundaron las críticas dirigidas a Ban Ki-moon y a la ONU en general, rechazando esa designación con la misma retahíla de calumnias que más tarde dirigirán a otros centros universitarios que también le han pedido a Álvaro Uribe dictar cátedras, como Harvard y Oxford.

En su calumniosa carta, enviada a otro sacerdote jesuita, el norteamericano John Dear, el padre Giraldo descalifica el nombramiento de Uribe como docente con base en las quejas de “personas y grupos que sufrieron enormemente durante su gobierno” y arguye que es “posible que las directivas de Georgetown hayan recibido conceptos positivos de colombianos de altas posiciones económicas o políticas”, demostrando un claro sesgo ideológico que nos recuerda aquel sofisma de que el único logro de Uribe fue que los ricos pudieran volver a sus fincas.

El cura Giraldo no tiene empacho alguno en condenar el supuesto hecho de que Uribe “hubiera fundado y protegido tantos grupos paramilitares, llamados eufemísticamente ‘Convivir’”, y lo responsabiliza de “que asesinaron y desaparecieron a millares de personas y desplazaron multitudes cometiendo otras muchas atrocidades”, lo que para Giraldo implica “una exigencia de censura ética para encomendarle cualquier responsabilidad en el futuro”. Queda claro el propósito de la izquierda: condenar a Uribe al ostracismo, ojalá en una celda.

Y, como era de esperarse, el cura se muestra como el dueño de la verdad absoluta, retorciendo los hechos a su amaño y denigrando de políticas que no son de su agrado pero que brindaron excelentes resultados en materia de seguridad: “no sólo continuó patrocinando esos grupos paramilitares sino que los mantuvo y los complementó con un nuevo modelo de paramilitarismo legalizado, como son las redes de informantes, las redes de cooperantes y el nuevo tipo de empresas de seguridad privada que involucran a varios millones de civiles en actividades militares relacionadas con el conflicto armado interno, mientras le mentía a la comunidad internacional con una falsa desactivación de los paramilitares”.

Giraldo incrimina a Uribe por los ‘falsos positivos’, arguyendo que “con ello pretendía mostrar victorias militares falsas sobre los rebeldes y eliminar a los activistas de los movimientos sociales que buscan justicia”. Y llega al extremo de inventar datos tremebundos: “la coordinación entre el Ejército y los grupos paramilitares llevó a que durante su período se produjeran 14.000 ejecuciones extrajudiciales”.

Como si se tratara de cualquier comunicado de las Farc o de Piedad Córdoba, Giraldo trata de enlodar el gobierno de Uribe haciendo alusiones mendaces sobre corrupción, paramilitarismo y narcotráfico, acudiendo a verdades a medias, como cuando dice que “hay más de cien congresistas en procesos criminales, todos ellos del entorno electoral más cercano del Presidente Uribe”. ¿Olvida, acaso, que los nexos de esos congresistas con ‘paras’ fueron antes de 2002 en la gran mayoría de casos y que pertenecían al Partido Liberal?

Finalmente, Giraldo acude al desgastado argumento de que los antiuribistas son los colombianos ‘buenos’: “La decisión de los jesuitas de Georgetown de ofrecerle una cátedra (…) ofende profundamente a los colombianos que aún conservan principios éticos…”. No, es la carta de Giraldo la que ofende el sentir de la amplia mayoría de los colombianos y del proyecto de país que queremos, un modelo muy distinto al que proponen los que pasaron de la oposición a la calumnia.

Publicado en el periódico El Mundo, el 20 de septiembre de 2010

Posted by Saúl Hernández

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