«Al capo no lo perran dos veces», dijo Rafael Pardo hace días, no sé si por un lapsus -cosa tan común en él- o si por adornarse con una jitanjáfora, de esas que escribía el ex presidente Marroquín: «Ahora que los ladros perran, ahora que los cantos gallan (…) y que los rebuznos burran».

La gente menos indicada para hablar de procesos de paz con la guerrilla, por obvias razones, son los amigos de las Farc y los que recién llegan del monte. Lo del concejal Armando Acuña, que se prestó para fungir de payaso con su traje y corbata en media selva (se lo habían llevado de bluyines, no de traje como arguye [ver video]), es deplorable. Y por mucho esfuerzo que se haga por entender su tragedia, no hay cómo explicar que entre tanta cháchara que vino a declarar no haya ni una condena a las Farc, no solo por su secuestro sino también por los cuatro muertos que dejó esa acción criminal.

Es de un cinismo macabro querer hacerles ver a los colombianos que estas liberaciones son actos humanitarios, hechos esperanzadores y gestos que deberíamos agradecer. Y es un suicidio creer que la entrega de estas seis personas es suficiente muestra de buena voluntad como para sentarnos a la mesa con estos criminales.

No, este hecho no cambia en nada las cosas como para pensar en diálogos, empezando porque las Farc hicieron esa concesión como un acto de desagravio y reivindicación política para con su colaboradora, la señora Córdoba, y no para tenderles la mano a los colombianos. Y a ello se suma el que mientras se ejecutaba esa farsa -como la llamó el presidente Santos- secuestraban dos personas en Cauca; asesinaban a cinco campesinos en Putumayo, incluyendo una niña de cinco años; y se batían como fieras por el negocio de la coca con ‘los Rastrojos’, de bacrim a bacrim, dejando 19 muertos.

Y así como el Gobierno no piensa negociar con las bacrim, tampoco debería hacerlo con las Farc. No es que solo optemos por la paz de los fusiles, es que es la guerrilla la que debe dar pasos creíbles, realmente conducentes a la paz. Es la que tiene el balón en su terreno para dar muestras tangibles como, por ejemplo, entregar a todos los secuestrados y cesar esa actividad, dejar de extorsionar, renunciar a las minas terrestres y empezar el desminado, dar fin al reclutamiento forzado y devolver a los menores que están en sus filas y anunciar el alto al fuego y la renuncia al proselitismo armado.

Algunos dirán que eso es una rendición. ¡Claro que lo es! Es que a las Farc se les acabó el partido hace rato, cualquier otra salida es inaceptable porque no están en posición de proponer que esta partida quede en tablas. Al enemigo no se le vence para luego concederle graciosamente lo que pretendía conquistar por la fuerza.

Esta no es hora de venir a deslumbrarse con el espejismo de la paz que nos enseñan algunos, citando a Gandhi. Es que, aunque quisiéramos, no hay nada que dialogar con las Farc porque ya no es posible conceder indultos y amnistías como en el pasado, el mundo ya no acepta eso y los colombianos tampoco. Mucho menos vamos a conceder reformas constitucionales para hacerle cambios al modelo económico, político y social. Ni siquiera hay ambiente para despejarles un potrero donde se quieran concentrar.

La realidad es que las Farc están lejos de un verdadero gesto de paz y que la cacareada posibilidad de iniciar diálogos es otro engaño. El incumplimiento del domingo lo comprueba. ‘Cano’ y sus secuaces no están dispuestos a someterse a la ley de Justicia y Paz, que es la única instancia para bandidos de cualquier color, ni a que haya verdad, justicia y reparación.

Pardo pide que no haya más Ralitos, pero tampoco debe haber más Caguanes. Si se pudiera confiar en las Farc, otro sería el gallar, pero los rebuznos creen que nos van a poder perrar otra vez. No, ya no.

(El Tiempo, 15 de febrero de 2011)

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario