Podría servirnos de consuelo el hecho de que Argentina parezca estar peor que Colombia en materia educativa, después de haber sido uno de los países más avanzados del mundo en ese aspecto. Pero el consuelo no sirve de nada, los resultados de las pruebas PISA 2010 demuestran que estamos en los rines y que los avances son prácticamente nulos.

Para resumir los pésimos resultados obtenidos por los estudiantes colombianos en esta prueba internacional, basta considerar estos tres alarmantes datos: el 47 por ciento de nuestros estudiantes no alcanza el nivel mínimo en lectura; el 54 por ciento no alcanza el nivel mínimo en ciencias; y el 71 por ciento no alcanza el nivel mínimo en matemáticas. Es decir, los jóvenes colombianos no saben leer, no saben matemáticas y no tienen competencias para los quehaceres científicos, cosas que hoy son imprescindibles para cualquier país que pretenda superar el atraso y la pobreza.

Lamentablemente, nada de esto constituye una novedad ni puede sorprender a nadie. Esas pruebas ratificaron otras cosas que también se conocían, como el que los pobres tienen un nivel académico inferior al de los ricos, que los planteles públicos tienen un desempeño más bajo que los privados y que las mujeres son superadas por los hombres, sobre todo en matemáticas. No es coincidencia, por lo visto, que entre las adolescentes de sectores pobres que estudian en planteles públicos haya tan alta incidencia de embarazos juveniles que reproducen el mismo patrón de pobreza. Pero ese es otro tema.

Volviendo al asunto, la verdad es que el resultado de los esfuerzos que hace el Estado en esta materia es mediocre, a pesar del empeño puesto en asuntos como el mejoramiento de la infraestructura educativa, el aumento de cobertura y los comedores escolares para los menos favorecidos. En el problema inciden diversos factores, tanto de forma como de fondo, conocidos y diagnosticados, entre los que podríamos mencionar algunos a vuela pluma.

Los educadores tienen un nivel cultural tan pobre como el de los educandos. La sindicalización de los maestros públicos ha sido desastrosa para la educación en Colombia. Igualmente, el clientelismo político ha prostituido una profesión que en el pasado era respetada. Ambos problemas conducen a la imposibilidad de evaluar a los maestros, aún bajo la promesa de no perder sus puestos de trabajo a cambio de participar en programas de capacitación.

Se habla también de los bajos salarios de los maestros, pero es un contrasentido que personas mal preparadas tengan un buen salario. Muchos insisten en que la enseñanza debe ser impartida por profesionales en Educación, quienes supuestamente tienen formación en pedagogía. No obstante, muchos colegios privados acuden a contratar profesionales de diversas áreas con mejores resultados. De nada sirve tener formación en pedagogía si no se sabe la materia que se dicta, como el patético caso de ‘profesores’ de inglés que no saben inglés.

La intensidad horaria y el calendario escolar son insuficientes. Desde que se acabó con la doble jornada con el fin de duplicar la cobertura -en la administración de López Michelsen-, se padece una corta jornada continua que no permite profundizar en áreas sensibles como las matemáticas, las ciencias, la lectoescritura, el inglés y la informática, entre otras. A esto se agrega un calendario escolar exiguo, copioso en vacaciones e interrumpido por los numerosos festivos.

Como si lo anterior fuera poco, el decreto de ‘promoción automática’ que dejó en marcha el gobierno de Andrés Pastrana, y que el de Uribe no atinó a desactivar a tiempo, mostró la perversión del sistema educativo. Su objetivo de disminuir la repitencia a costas de ‘regalar’ el año, desnudó esa tara cultural de los colombianos de que no importa ser sino parecer, por lo que es más deseable ‘ganar’ el año que aprender. Por supuesto, los jóvenes aprovecharon el papayazo. Ya no había que matarse estudiando para pasar el año sino evitar estar entre el 5 por ciento más bajo.

Sobra decir que la ‘promoción automática’ es una norma que interpreta a la perfección la permisividad de los tiempos que vivimos. Ahora se tolera el comportamiento criminoso de los jóvenes, el irrespeto a sus superiores –incluidos los maestros– y una absoluta falta de disciplina y esfuerzo. En ese clima social es un absurdo procurar que los niños y jóvenes sean un dechado de virtudes, cuando se les ha dejado el camino libre para que malgasten sus energías en sexo, droga y rock and roll. Es la mala educación convertida ahora en un valor de la sociedad.

(El Mundo, enero 3 de 2011)

Posted by Saúl Hernández

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