A pesar de que quien pretenda cometer una masacre como la de Newtown (Connecticut, EE. UU.), se procurará las armas a como dé lugar o ejecutará sus crímenes de formas más sutiles, hay muchos —encabezados por Barack Obama— que creen en soluciones facilistas cuando, en realidad, restringir la posesión de armas de fuego es una evasiva frágil para un problema muy complejo.

Con todo, admitamos que es absolutamente lógico el impedir la tenencia de fusiles de asalto por parte de civiles, el endurecer los requisitos para la compra de armas e, incluso, el limitar la cantidad de municiones que una persona pueda comprar en un periodo de tiempo. Pero, aun así, es factible que las masacres sigan sucediendo y que tales disposiciones no sirvan de mucho, puesto que una prohibición total de la tenencia de armas ni es posible ni es deseable.

El ser humano tiende a regresar al estado de naturaleza, donde prima la ley del más fuerte. Los estados, a través del contrato social, tienen como función primordial la de controlar las relaciones entre asociados, pero no tienen la capacidad de vigilar a cada ciudadano ni de proveerles vigilancia especial a todos ni en todo el territorio. Por eso, restringir las armas siempre favorecerá a quienes por número o por mejor dotación natural superan a otros; y, como bien sabemos, los factores que pueden dar al traste con la convivencia pacífica son numerosos y pueden detonar en cualquier instante por razones económicas, raciales, étnicas, religiosas, políticas, etc., o hasta por simples odios xenófobos, homófobos o futboleros.

Adam Lanza, el desequilibrado mental que cometió la masacre de Connecticut, portaba tres armas que le pertenecían a su madre: un fusil Bushmaster AR-15 (más conocido como R-15, que fue el arma usada por el Ejército de EE. UU. en la guerra de Vietnam), y dos poderosas pistolas nueve milímetros, con cargadores de 15 cartuchos, de marcas Glock y Sig Sauer. Con una sola de las pistolas, y un par de cartuchos de recambio (para 45 disparos en total), Lanza podría haber perpetrado la misma masacre o una peor. De hecho, el asesino de la masacre de Pozzeto en Bogotá (1986), Campo Elías Delgado, causó una treintena de víctimas con apenas un revólver de seis recámaras.

Entonces, el problema no son las armas. La mayoría de estos casos se caracterizan por ser cometidos por personas tremendamente frustradas gracias a una sociedad que privilegia a los exitosos y vende la idea de que sin dinero y fama no se es nadie. Desde niño, quien no sea un destacado deportista, actor, cantante o músico precoz, o no empiece a mostrar grandes aptitudes, es y será un ‘perdedor’ que terminará ‘condenado’ de por vida a una existencia mediocre. Prácticamente, todo lo que se hace en la televisión, el cine, la música, los videojuegos y hasta la internet, gira en torno del materialismo y desprecia sistemáticamente los logros de la vida convencional; sus contenidos están plagados de antivalores que deforman la conciencia de unos espectadores pasivos por excelencia como los jóvenes.

Lamentablemente, los efectos que esto está produciendo en las nuevas generaciones no parecen importarles a nadie por esa propensión que ha hecho carrera a nivel mundial —aunque con matices— de dejar que los jóvenes hagan lo que quieran. En Colombia eso fue avalado por la Corte Constitucional a la luz de la Constitución de 1991, como el “libre desarrollo de la personalidad”. Y, en aras de ese libre desarrollo, tenemos una juventud sin valores, confundida por lo que ofrecen los medios de comunicación y entregada al sexo, las drogas y el libertinaje. El bulling es viejo pero no había llegado a los extremos de violencia de la actualidad. Tampoco se había llegado a tan alto grado de involucramiento de los jóvenes en actividades delictivas.

Quienes pretenden prohibir las armas, están buscando la fiebre en las sábanas; eso es como vender el sofá. Con ello no van a solucionar nada, solo lograrán que nuevos ‘perdedores’, sedientos de sus 15 minutos de fama, agudicen su astucia y acudan a más refinadas y bárbaras maneras de dejar una dolorosa huella de su paso por el mundo.

(Publicado en el periódico El Mundo, el 24 de diciembre de 2012)

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario