Hoy se inicia el gobierno de Iván Duque, en medio de turbulencias. Por un lado, un Petro mal perdedor encabezará una oposición anárquica y tumultuaria que desde hoy mismo lo recibe con concentraciones desafiantes que hacen prever que las decisiones que no sean de su agrado serán resistidas con actos perturbadores del orden público y de derechos individuales y colectivos como la movilidad.

Por el otro, la Corte Suprema de Justicia se ha puesto al lado de la oposición y le ha dicho a Duque, de la forma más temeraria posible, que se olvide de unificar las cortes y de modificar los acuerdos de La Habana. El medio empleado ha sido el de tratar de debilitar su bancada de gobierno encausando a su líder natural, el expresidente Uribe, a través de un proceso judicial al que se le ven los tornillos, una insidiosa maquinación.

Así que este gobierno se inaugura en posición incómoda, sin que se le conceda esa espera –hasta por cien días– que suele otorgársele a toda nueva administración. Por el contrario, aún sin empezar, se le han venido achacando culpas y responsabilidades por cosas en las que todavía no tiene parte, lo cual denota el alocado frenesí con el que se va a comportar la oposición para incendiar el país y ofrecerse después como la bombera que nos va a salvar de la conflagración.

Pero lo de Uribe es la tapa del congolo porque este pleito podría durar todo el cuatrienio si la Corte se empecina en seguir adelante con este embuchado, en detrimento, incluso, de su propia y muy deteriorada imagen; un proceso carente de garantías, signado por un evidente odio persecutorio hacia el expresidente y fundamentado en pruebas que se desmoronan como un terrón de azúcar.

No es sensato que una corte les crea –a rajatabla– a bandidos, y mucho menos si solo les cree cuando denigran de alguien y no cuando hablan a su favor. No es decoroso su ensañamiento contra un enemigo político, y mucho menos su sesgo a favor de la izquierda. No honra a la administración de justicia hacer condenas mediáticas filtrando grabaciones insustanciales en las que no se percibe delito alguno, pero con las que se ventila el escándalo y se afecta la gobernabilidad. No es digno trocar la realidad acusando a alguien de manipular testigos cuando esa ha sido una tarea característica, pero de sus enemigos; personajes como Cepeda y Piedad llevan años ofreciendo carro, casa y beca a los bandidos que hablen contra Uribe. Las pruebas abundan, y esa no es ninguna labor humanitaria.

Ese clima de concordia y reconciliación que quiere promover el presidente Duque se iría a pique si los honorables magistrados incurren en la osadía de dictarle una medida de detención preventiva al expresidente Uribe, lo que contrastaría de manera ominosa con la presencia de las Farc en el Congreso. Se vería como un ataque artero de una corte que hace la imparcialidad a un lado y se va lanza en ristre a matar dos pájaros de un tiro –Uribe y Duque–, en una actuación que tiene todo de política y nada de jurídica.

Tal parece entonces que por ahora se frustrará la visión de un país tranquilo, donde la polarización no sea sinónimo de desestabilización. Pensábamos que con la salida de Santos podría decirse que “cesó la horrible noche”, pero el nuevo youtuber dejó a Roma en llamas o, cuando menos, en conato de incendio. Mientras tanto, el país sigue en espera: los inversionistas se habían quedado en stand by, aguardando que ganara Duque; luego, esperando a que se fuera Santos y ahora, esperando a ver qué va a pasar con Uribe.

Al doctor Iván Duque hay que desearle toda la suerte del mundo; tiene el talante y las capacidades para sacar a Colombia adelante, pero la va a necesitar.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 7 de agosto de 2018).

Posted by Saúl Hernández

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