No solo los hinchas colombianos se han manejado mal en Rusia. Los mexicanos fueron sancionados por actitudes homofóbicas contra el arquero alemán Manuel Neuer, a quien le coreaban “puto”. Hinchas brasileños aparecen en video acosando a una mujer rusa y haciéndole decir: Eu quero dar a minha buceta para vocês (“quiero darles mi vagina”). A otra rusa, casi una niña, un argentino la pone a decir que quiere chuparle no sé qué cosa, y varios connacionales suyos salen en video golpeando a hinchas croatas. Ah, también hay un manito que metió su tequila al estadio en un falso celular.

Bien dice el refrán que ‘mal de muchos, consuelo de tontos’. El martes pasado quedó la sensación de que perdimos algo más que un partido. Japón nos pasó por encima no solo en lo futbolístico, sino que nos enrostró lo mal que estamos en cultura, civismo y urbanidad. Quedamos como indios, aunque sería raro ver que un indígena pele el cobre así.

Es que el video del contrabando de guaro, más el de las japonesitas diciendo “soy perra” y otro más en el que ponen a dos japoneses a decir “soy cacorro” contrastan de una manera casi inverosímil con las imágenes de los hinchas japoneses recogiendo la basura del estadio. Aquí –qué horror– muchos piensan que tirar basura a la calle no es malo porque de lo contrario, los barrenderos no tendrían trabajo. Tal vez eso ilustre por qué el PIB japonés es de 4,87 billones de dólares (trillions, en inglés) mientras que el nuestro, apenas de 290.000 millones de dólares, casi 17 veces menos. Ellos inundan el mundo de carros, circuitos electrónicos y alta tecnología; nosotros, de coca, putas y ladrones.

Y acaso peor que el comportamiento de estos colombianos son las pobres justificaciones que se han esgrimido para echarle tierra al asunto y mantener la inercia, para que no haya consecuencias, para que no pase nada. Se dice que la gran mayoría de colombianos se han comportado divinamente en Rusia y que no se puede generalizar por unos pocos. También, que el linchamiento mediático de estos gamberros se convierte en algo peor que su “error” y que es injusto que una empresa se apresurare a despedir a un empleado sin evaluar los hechos, en los que el aludido niega tener algo que ver.

La edad de la adolescencia se ha expandido hasta la vejez. La responsabilidad también se ha vuelto líquida (Bauman), y cada cual se cree con derecho de hacer y decir lo que se le venga en gana porque no pasa nada. Tras la segunda vuelta presidencial, las redes se llenaron de mensajes como “hay que matar a Uribe”, “declaro objetivo militar a Iván Duque”, “hay que poner una bomba en la sede del CD” o “ganó Duque, que se estalle Hidroituango”. Las cuentas están identificadas, pero las autoridades pasan de agache. Sería bueno ver la misma diligencia con que han actuado en otros casos, como el de las amenazas a Matador. Y tras el partido con Japón amenazaron a Carlos Sánchez con una perversidad monstruosa.

Mientras que en Francia el presidente Macron le llamó duramente la atención a un adolescente tan solo por llamarlo “Manu”, aquí los jóvenes insultan a todo el mundo, sin importar su falta de autoridad moral o la investidura del ultrajado. Duele especialmente el maltrato hacia los agentes de policía, principales víctimas del ‘usted no sabe quién soy yo’, frecuentemente golpeados y hasta arrollados con vehículos por desadaptados que en cualquier otro país serían arrestados de inmediato.

Nos estamos lumpenizando a pasos agigantados. Se rinde culto al libre desarrollo de la personalidad, pero no a una personalidad culta sino plagada de barbarie y bestialidad. Y no es algo excepcional, ya es parte de la colombianidad.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 26 de junio de 2018).

Posted by Saúl Hernández

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