No recuerdo una campaña presidencial en la que un candidato haya mudado radicalmente de discurso para no asustar al electorado con su credo extremista, mostrándose como algo que no es. Algún asesor de la campaña de Gustavo Petro debió advertir que, con tantos tiros en el pie, el candidato se exponía a un naufragio en primera vuelta, y que la única manera de ganar en segunda sería ponerse piel de oveja y una caperucita roja.

Desde entonces, Petro ya no es comunista, y ‘nunca’ lo ha sido. Es un capitalista de racamandaca que va a democratizar la riqueza. Eso suena a la naufragada ‘prosperidad democrática’ de Santos, pero algo es algo. Ya Petro no es chavista ni lo fue. Dice que no podría aplicar el modelo venezolano, que aplaudió como foca amaestrada por más de tres lustros, porque aquí no hay riqueza petrolera para repartir y porque quiere acabar con el modelo extractivista.

Ya Petro no va a expropiar ni ha amenazado a nadie con el tema. Que fue que Ardila Lülle y el dueño de El Ubérrimo oyeron mal. Al contrario, Petro va a repartir tierras a diestra y siniestra; sobre todo, a diestra, donde están los agroindustriales que sí saben producir, y va a repartir semillas transgénicas de Monsanto, Syngenta o Basf para poder venderle esos productos al primer mundo, donde exigen semillas certificadas. ¡Que no jodan los mamertos!

Ah, ya Petro no es mamerto ni lo fue. Ha dicho que nunca ha tenido un arma en sus manos, que nunca combatió, que nunca ha matado a nadie. Solo falta que niegue haber estado en el M-19. Ya no es el importante ideólogo subversivo del que se jactaba haber sido; negarlo es básico porque Colombia no va a elegir un sujeto con un pasado tan cuestionable, cabecilla de una organización pródiga en secuestros y asesinatos. ¿Será por eso que, según la dirección de Justicia Transicional del Ministerio del Interior, Petro no aparece como indultado ni amnistiado?

Ya Petro no es ateo ni lo fue. Es un cristiano convencido a cuyo lado el exprocurador Ordóñez parece un blasfemo impío. Ahora hasta luce una camándula pulsera, y volea crucifijo que da miedo. Raro que sus copartidarios no se la hagan quitar por aquello de que estamos en un Estado laico. Incluso, adopta mitos bíblicos: se cree el Moisés que partirá las aguas para liberar al pueblo oprimido y ahogar las huestes del faraón. En el colmo del delirio, recibió las tablas de la ‘ley’ del Yahvé lituano y la serpiente del paraíso; esa que dijo “nadie olvidará que Petro fue el primero que trajo a Chávez a Colombia”.

Pero ¿a qué clase de candidato le piden sus cofrades cosas como no expropiar, no convocar una asamblea constituyente, no robar, impulsar la iniciativa privada, garantizar la democracia pluralista o respetar el Estado social de derecho? Pues a uno que todos saben que se va a llevar la democracia por los cuernos. Alguien que ahora puede decir hasta misa, pero que en el pasado ha advertido que hará la revolución desde el poder y que se quedará atornillado hasta conseguir su cometido. Muchos jóvenes de hoy lo quieren ayudar a subir; los de mañana –como en Venezuela y Nicaragua– se tendrán que hacer matar para bajarlo, cuando no quede nada.

Las encuestas siguen dando ganador a un hombre serio y bien preparado como Iván Duque. Algunas hasta con 20 puntos de ventaja (Invamer), otras con solo 6 (Datexco). Por eso no hay que confiarse. Los efectos tóxicos de un probable triunfo de Petro se sentirán desde el lunes 18, cuando empiecen a huir espantados los inversionistas y sus capitales, pues, por mucho que se esfuerce, todos saben bien lo que Petro representa. No nos lamentemos después. Aunque el lobo se vista de oveja, lobo se queda.

(Publicado en el periódico El Tiempo, el 12 de junio de 2018).

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario