Cincuenta años se cumplieron del golpe de Estado en Chile. Salvador Allende, un presidente que había ganado con un apoyo minoritario, tenía arruinada la economía: ni pan se conseguía. Su cofrade, Fidel Castro, estuvo 24 días en Santiago, donde se movía con la libertad del mismísimo presidente. Allí los suyos apaleaban a los opositores en las calles, promoviendo la misma represión que lleva más de 60 años en Cuba. Los agentes cubanos gobernaban a Chile.

Gracias a Augusto Pinochet, y al Ejército chileno en general, hoy el país austral sigue siendo la nación de mostrar en la región, a pesar del levantamiento terrorista de los últimos años, que quemó estaciones del metro de Santiago e iglesias, mientras que su contracara cubana no es más que un moridero miserable del que todos quieren huir así les toque batirse con tiburones. Una maldita cárcel de 11 millones de presos que despierta los aplausos de esos mismos que critican el presidio de Bukele, donde se albergan 40.000 asesinos en El Salvador.

Es que la hipocresía y doble moral son aspectos característicos de la izquierda. Se atrevió Petro a comparar la toma de La Moneda con la retoma del Palacio de Justicia en Bogotá, cuya única semejanza es que dos ejércitos constitucionales derrotaron a la extrema izquierda impidiéndole continuar en el poder en Chile y tomárselo en Colombia.

Por demás, la comparación no solo es odiosa sino vulgar. No puede negarse que, en Chile, la izquierda llegó mediante el voto al poder, del que fue defenestrada para todo efecto mediante un golpe de Estado que era necesario para restablecer la democracia. En Colombia, en cambio, la izquierda comunista fue la que pretendió dar un golpe para sacar del poder legítimamente constituido a los representantes de la política tradicional. El M-19 de Petro no solo desconoció el juego democrático, sino que lo hizo con la financiación del narcotráfico, del peor enemigo del país, de Pablo Escobar.

Con Pinochet, el único posible destino de Chile era el progreso al que conducen las libertades individuales. Mientras tanto, el único destino posible de la Cuba castrista era el hambre, la pobreza y el atraso que siguen padeciendo sus pobladores hasta nuestros días. El fruto inexorable del comunismo. Todo lo que Petro pretende para nuestro país.

Por eso hay que desconfiar de cuanto este sujeto haga o diga. Muy rápido de lengua para juzgar que el comportamiento de unos supuestos militares en Córdoba es el regreso del paramilitarismo. Un vulgar libreto para mantener la satanización de todo lo que Petro odia, como los uniformados y los hacendados, justo cuando pretende que el campesinado encabece la revolución con la excusa de exigir una reforma agraria.

Petro juega con candela entregándole el país a las bandas criminales que dominan el negocio de la cocaína. Dice que ese negocio ya se acabó porque a los gringos solo los preocupa el fentanilo, y que aquí se han decomisado «300 millones de toneladas de cocaína» que solo existen en su mente febril de mentiroso compulsivo. Por el contrario, para la ONU subimos a 230.000 hectáreas de coca, con una producción histórica de 1.738 toneladas de cocaína. Claro que si los gringos no se hubieran negado a contabilizar el área sembrada, su medición seguramente estaría llegando a las 300.000.

Ya tenemos casi la misma área sembrada de coca que de caña de azúcar (240.000 hectáreas) y casi un tercio del área sembrada de café (844.000). Y, por supuesto, mucho más que de productos de exportación como el aguacate y la palma de aceite. Pero, como si fuera poco, expertos de Bloomberg Economics anuncian que este año la cocaína podría superar al petróleo como la principal fuente de divisas de Colombia y el primer producto de exportación.

Es decir, ahora sí somos una narcocracia y, sobre todo, un país entregado a la criminalidad. El juego ideado por Petro para que después el comunismo nos parezca una panacea. Ya veremos si se quema él solo, o si nos quemamos todos.

Posted by Saúl Hernández

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