En un país con una tasa de 30 mil homicidios anuales debe estar funcionando algo mal para que no se tomen correctivos; de hecho, son muchas las cosas que están mal en Colombia, pero, específicamente, vale la pena analizar si las prioridades que maneja nuestra sociedad están o no en orden de importancia y bajo qué parámetros se están estableciendo las categorías.
Con la Navidad llegan las tradiciones y, entre ellas, buenas y malas costumbres. Las gentes comen en exceso cosas poco saludables, beben litros de alcohol —los más libertinos se emperican hasta la coronilla—, elevan globos que generan incendios, más colombianos matan a más colombianos y muchas personas queman pólvora.
Sin embargo, la mayor sanción legal y moral en estos fines de año es para los polvoreros. Muchas personas no queman pólvora simplemente porque no les interesa; no hallan gracia en ello y sufren perjuicio a causa de la pólvora detonante —las papeletas, principalmente— que incomodan hasta el fastidio. Aun así, no puede negarse que la pólvora luminosa constituye un espectáculo sano y bonito.
Por eso, no se entiende la diligencia de las autoridades para perseguir a los polvoreros e incautarles el material y menos el moralismo barato de mucha gente que los pone a la altura de un sicario o un jíbaro.
Si el problema son los niños quemados, ese es otro asunto. Dejar que un niño queme pólvora es como no usar un puente peatonal, o no usar el cinturón de seguridad, o comer pescado sin cuidado. Es un asunto de negligencia y descuido, no de delincuencia.
Ya la Corte Constitucional intervino con un fallo en el que defendía el derecho al trabajo de los polvoreros, pero la policía y los alcaldes siguen detrás como cazando brujas, en vez de ocuparse —¿cuándo lo han hecho?— de los verdaderos criminales que dejan 30 mil muertos a lo largo de todo el año.
¿Acaso no es peor el porte de armas legales o ilegales, la venta de drogas en cualquier semáforo, el consumo de alcohol y cigarrillo por gentes de todas las edades, la prostitución infantil, las tomas guerrilleras, las masacres paramilitares, el desfalco de Foncolpuertos, los desaciertos del ministro de Hacienda, la ausencia de un presidente…?
Debe ser que a los alcaldes les duele mucho que el negocio de la pólvora no sea de ellos o que ven en los pobres polvoreros la oportunidad de anotarse un gol frente a la opinión pública mostrándose como los salvadores de los mismos niños que durante el año no tienen ni educación, ni salud, ni recreación.
Porque de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, según los abuelos. Estos alcaldes, que son los primeros en quemar las chispitas Mariposa, lo asombran a uno con sus tonterías.
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