El ataque que los subversivos del ELN propinaron durante una semana a importantes vías de Antioquia, básicamente a la mal llamada ‘autopista’ Medellín – Bogotá, es más que todo un acto de paz disfrazado de ferocidad militar. A primera vista luce como un acto de barbarie pero el ELN quiere con ello llamar la atención del Gobierno y la opinión pública para que no se les discrimine y reciban el mismo trato que las Farc, actualmente de gira internacional con voceros del Gobierno colombiano.
El hecho de que en la toma de carreteras no se haya presentado ni un solo civil muerto y apenas un soldado por la acción de una mina quiebrapatas, y no en un combate directo, es de por sí un avance y una demostración de buena voluntad en medio de un despliegue importante de táctica militar, aunque su evasiva de enfrentar a la tropa podría interpretarse también como un acto de debilidad.
A fin de cuentas, el ELN demostró con la voladura de torres de días anteriores que a Colombia le duele más la economía que la violencia, lo cual es un verdadero contrasentido pero es la realidad. Ellos pretenden capitalizar a su favor golpes certeros a la economía nacional y no ya esos terribles actos de guerra como la toma y destrucción de municipios aterradoramente pobres o las emboscadas a soldados casi inermes; en inferioridad numérica, mal apertrechados y mal dirigidos.
Lo peor del caso es que las conversaciones de paz con el ELN tienen muchos enemigos. Por eso, cuando apenas iban dos días de presión al Gobierno en las carreteras, se organizaron dos bloqueos campesinos en importantes carreteras que comunican el interior del país con la Costa Atlántica, concretamente en Tarazá (Antioquia) y Aguachica (Cesar).
El motivo de esos bloqueos no era otro que el de oponerse a que se le conceda a los elenos una zona de distensión en el sur de Bolívar o aun en el norte de Antioquia. Por supuesto, después de todo lo que ha hecho la guerrilla en Colombia, a nadie le interesa tenerlos de vecinos y menos después de las numerosas irregularidades presentadas en el Caguán donde las Farc tienen su ‘República’.
Pero no es sólo eso: el hecho es que el ELN ha perdido terreno ante las Autodefensas y los narcotraficantes que tienen sembrado todo el sur de Bolívar. Sin ánimo de defenderlos (ellos lo hacen muy bien solitos), el ELN está pasando un mal momento porque a diferencia de sus colegas de las Farc, se han rehusado a financiarse mediante el tráfico de narcóticos y por eso no manejan un buen ‘flujo de caja’ que les posibilite crecer al ritmo de un tumor cancerígeno —como las Farc—, que sea un verdadero problema que capte la atención del Gobierno.
Por eso, como luce débil, al ELN no le paran bolas. Colombia no aprende la lección; nuestros dirigentes buscan la solución del problema cuando el paciente ya está desahuciado. El ELN quiere hablar de paz y nadie lo oye como le pasó a Tirofijo —hace 40 años— cuando le robaron las tales gallinas, y ya vemos de qué manera las está cobrando.
Si el Gobierno fuera más inteligente le daría manivela a las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional porque su calidad de subversivos no es tan confusa como la de las Farc y porque han mostrado alguna ética en medio de la guerra. La paz con ellos es viable, con las Farc, en cambio, habrá que ver para creer porque hasta ahora han conversado pero haciendo pistola por debajo de la mesa.
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