El 24 de julio de 1956, la democracia colombiana fue cortada de tajo con la excusa de querer recuperarla. Ese día Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo firmaron el Pacto de Benidorm, como se llama el pueblito español escenario del entuerto. Un año después, el 20 de julio de 1957, el tratado fue ampliado y ratificado en Sitges, también en España, donde anualmente se realiza un festival de cine de terror, que es precisamente lo que le trajo ese pacto a Colombia.
En Benidorm, liberales y conservadores acordaron turnarse en el poder durante 16 años, llegando al extremo de violar los comicios electorales del 19 de abril de 1970, cuando el general Gustavo Rojas Pinilla ganó claramente unas elecciones cuyos resultados fueron manipulados para favorecer al candidato conservador, Misael Pastrana Borrero, a quien le correspondía el turno por causa del Pacto.
Todo eso fue confirmado años después por Carlos Augusto Noriega, el Tigrillo, ministro de Gobierno de ese entonces, a quien los libros de historia culpan de la manipulación. El hecho dio origen al grupo guerrillero M-19 y legitimó el bipartidismo político colombiano con esa ‘cultura’ de repartición de intereses que tan vulgarmente manejan.
¿Y por qué viene a cuento Benidorm? Es que hace ocho días los miembros del ‘Eurotour’ visitaron ese pueblito y hasta izaron la bandera de Colombia. Me acordé entonces de la definición de la folclórica Regina 11 sobre la bandera: «el amarillo es Colombia, el rojo y el azul, los colores de los partidos que se la reparten». Ese fue el Pacto de Benidorm y el que viene puede ser peor.
Se rumora que las Farc van a firmar la paz con Pastrana pero haciendo un pacto con el partido Conservador, un pacto que es verdaderamente abusivo porque se quiere hacer a espaldas de los colombianos. Se dice que Pastrana y las Farc convocarían una Constituyente a dedo para hacer prorrogar su mandato y poder terminar el proceso. Y el proceso de paz no terminaría en otra cosa que en un pacto leonino como el de Benidorm y la repartición ya no sería entre liberales y conservadores sino, lo que es peor, entre conservadores y comunistas guerrilleros, marginando al Partido Liberal y dividiendo al país, lo que podría generar, ahí sí, una verdadera guerra civil.
Es seguro que todos los colombianos apoyan el proceso de paz casi sin restricciones pero llegar al extremo de prolongar el mandato de un presidente mediocre y de premiar a un grupo guerrillero que ha ultrajado el país con la posibilidad manifiesta de que lleguen al poder en un mediano plazo -¡a la presidencia estos bellacos!- hace ver a Benidorm como un chiste pendejo.
Nuestra clase política ha sido bestial en cuestión de pactos porque siempre ha tenido entre manos sus intereses y no los del país, por eso sus negociaciones con las Farc no pueden seguir siendo de espaldas y a hurtadillas, no sólo para evitar tantos rumores sino para -principalmente- poder prevenir que a nombre de la paz nos metan gato por liebre.
Es preciso que las conversaciones sean transparentes y frenteras; que la guerrilla diga qué quiere y el país conteste qué puede dar, que la guerrilla deje el secuestro, el terrorismo y su relación -incestuosa además- con el narcotráfico para recoger verdaderos hechos de paz, y poder confiar y poder ceder. Que no nos salgan con el cuento de que la confidencialidad de las conversaciones es imprescindible para mantenerse en la mesa.
¿A quién le conviene más tanto silencio, al Gobierno o a la guerrilla? Piedras lleva el río de la paz y en las mismas se tropieza.
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