El gesto magnánimo que tuvo la semana anterior el jefe liberal Horacio Serpa Uribe es una de esas señas que en el pasado lo convirtieron en un líder de masas que cuando se aleja de los intereses de partido demuestra sus dotes de estadista. Su ofrecimiento –hecho al jefe de Estado– de conformar un frente común contra la violencia no sólo es índice del liderazgo que parece extraviado de nuestra geografía, y que a menudo reclamamos, sino que constituye una medida necesaria y oportuna.

Este Frente, que debe tener como objetivo el de evitar la caída del país en un caos irreversible, debe aglutinar a todas las fuerzas del Estado y la Sociedad Civil para conformar una sola voz que se imponga por encima de los estallidos de la violencia y deje en claro cuál es el clamor de todos los colombianos. Si bien, de alguna forma, esta iniciativa evoca al antiguo Frente Nacional, es necesario esclarecer que aquel constituyó una confabulación bipartidista cuyo único fin era el de recuperar el control de la cartera fiscal para esquilmar nuestro patrimonio público y, de paso, agudizar los problemas estructurales que han derivado en los procesos desestabilizadores a los que el narcotráfico y la guerrilla nos han sometido, con mayor rudeza, en los últimos veinte años.

Pero, viniendo la propuesta de quien viene y conociendo los tejemanejes de la política colombiana, no resulta nada extraño que ya haya quienes se atreven a torpedear la propuesta con interpretaciones perversas y amañadas cuando lo primero que debe remediarse es, precisamente, la mutua desconfianza entre colombianos. No es un buen comienzo que se acuse a Serpa de querer ganar protagonismo con el tema de la paz para sobreponerse a sus rivales directos en el camino a la presidencia como son Álvaro Uribe y Noemí Sanín, o de intentar una sutil estrategia de apoyo –con alianza política de por medio– al ministro liberal Juan Manuel Santos, a quien se le avecina la muerte política a razón de sus impopulares iniciativas fiscales.

Eso, definitivamente, es empezar mal un ejercicio que podría ser vital para la supervivencia del país pero lo importante es que termine bien y para eso es imperioso convocar a todas las fuerzas políticas a que se despojen de sus intereses sectarios y se acojan constructivamente al Frente Común. Igualmente, se debe convocar a la Iglesia, a los gremios de la producción, a los militares, a los periodistas, a los intelectuales, al ciudadano común.

No imaginamos aún el daño que surge de la contradicción y el contrapunteo entre poderes, hemos llegado a un punto en el que la dinámica de las cosas que pasan en Colombia debería ser suficiente para generar unos acuerdos básicos entre quienes estamos del lado de la paz, de la civilidad. Cuando un dirigente gremial propone financiar la guerrilla a cambio de que ésta cese toda hostilidad está construyendo una solución que no puede desbaratarse de un golpe con la oposición de otro dirigente gremial (Jorge Visbal, presidente de Fedegan) o con la apreciación del Procurador General de la Nación quien la tildó de inmoral, o más recientemente cuando la Corte Suprema de Justicia se manifestó en contra del canje. Eso es enviar una señal de que no sabemos lo que queremos ni para dónde vamos con nuestras instituciones. Lo mismo puede decirse de las marchas atomizadas: hoy, una universidad; mañana, un colegio; pasado, una empresa. No demostramos esa unión de los españoles contra ETA, por ejemplo.

En cambio los bandidos sí están unidos: en las Farc hay fisuras de mando que no se ventilan en público, y varios comandantes mantienen serios desacuerdos con el Mono Jojoy y su hermano Grannobles, lo que no ha sido un tropiezo para mantener una unidad de mando. Hace pocos días, Farc y Eln se unieron para destruir el municipio de Calima, en el Valle, y la brutal toma de Bagadó fue un acto conjunto entre Farc, Eln y ERG (Ejército Revolucionario Guevarista). Como si fuera poco son evidentes las alianzas de las Farc con la mafia internacional; el cartel de Tijuana, la mafia rusa, y otras organizaciones que le dan armas a cambio de droga.

Colombia no ha sido propiamente un país unido pero se sabe que una grave amenaza puede unir, incluso, enemigos irreconciliables. Maquiavelo dice que un príncipe se equivoca al ser cruel con sus enemigos pues sólo consigue que éstos se alíen en contra suya y lo derroten. Eso es lo que puede aportar el Frente Común Contra la Violencia: la unión de todas las fuerzas para derrotar un enemigo común. Por eso, una pequeña horda de 30 mil criminales nos tiene en vilo, porque si estamos desunidos nosotros, ellos siempre serán más.

Posted by Saúl Hernández

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