El izquierdismo trasnochado que subsiste en Colombia a pesar de la caída y el fracaso rotundo del comunismo en el mundo, se hizo más visible con la reciente visita del presidente Clinton a Cartagena. Y no es que los dinosaurios se tengan que desaparecer del mapa sino que los civilistas estamos cansados de sus protestas anacrónicas, de que se tomen las calles y las universidades públicas, y que se presten para que guerrilleros infiltrados siembren el terror destruyendo lo que se pueda y asesinando gente como el patrullero Ramiro Soto Londoño, de 21 años, a quien le destrozaron el cráneo con una ‘bomba papa’ en la Universidad Nacional.
La tolerancia política es esencial para que una civilización subsista y bien dicen muchos analistas que gran parte de la ferocidad de la guerrilla responde a la misma ferocidad con la que fue arrasada toda la militancia de la Unión Patriótica (UP), en los años ochenta, simplemente porque pensaban distinto y porque fingidamente se creyó que permitirle a la UP unas cuantas alcaldías y unos pocos escaños en el Congreso significaba sucumbir ante el comunismo.
Eso, por supuesto, era fingido. El pueblo colombiano no ha creído nunca en el comunismo porque es demasiado cristiano, porque es raizalmente bipartidista y porque no gusta de la anarquía. De ahí que el comunismo no sea una opción ni represente un peligro pero sigue siendo mal visto porque, para los partidos de izquierda, la expresión política siempre ha estado exenta de madurez; se sustenta organizando sindicatos y sus subsecuentes consecuencias: marchas, paros, protestas. Su trabajo es evangelizador al mejor estilo de los Testigos de Jehová, su redentor es Mao, Dios es Marx y su Biblia es El Capital. Le lavan el cerebro a la gente ignorante y los lanzan a la protesta.
Por eso produce vergüenza ajena ver obreros y profesores quemando banderas norteamericanas, arengando consignas pasadas de moda, tirando petardos y enfrentando a la fuerza pública por una bobada tan grande como el hecho de que el presidente gringo venga a pasear en su avión azul. Atentan contra la historia cuando denigran contra el imperialismo yanqui cuando éste es sólo una consecuencia lógica de la supremacía de esa potencia. Esa es la historia humana, basta pensar en Roma, Egipto, España, Gran Bretaña…
Pero los izquierdistas se alzan con las palabras mágicas: intervencionismo y soberanía. Además se contradicen al explicar que no están de acuerdo con lo del dinero gringo para la guerra pero que si fuera para inversión social otro sería el cantar. De manera que una ayuda desinteresada del Tío Sam es caridad cristiana, pero una ayuda con contraprestación de por medio es invasión. La izquierda colombiana está tremendamente equivocada en sus conceptos. La autodeterminación de los pueblos no significa que deba existir autonomía para que una facción aniquile a otra, así como la soberanía no da la facultad de delinquir impunemente dentro de un territorio que se considere independiente y libre.
Hoy, precisamente, la tan mentada globalización incluye la intromisión de las naciones en los conflictos que presenten características de exterminio, por eso la ayuda de países amigos no puede calificarse de intrusión y ni siquiera puede ponerse en duda por la supuesta participación de militares en actos violatorios de los derechos humanos cuando la horda de delincuentes que nos afecta no respetan norma alguna y cuando, además, nuestras Fuerzas Armadas están legalmente constituidas para defender nuestras vidas e intereses.
Lógicamente hay que aceptar que frente a la potencia del norte hay sumisión de nuestra parte, pero es más culpa de nuestros dirigentes que de los gringos. Ya no estamos en los tiempos de la United Fruit Company, que convirtió a Latinoamérica en un patio y a los nativos en esclavos de las bananeras. Ahora la invasión es cultural y económica, y ya está aquí, hace rato. Ya el Gobierno de los Estados Unidos no manda, ahora son las multinacionales y los organismos transnacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, o como dice el pensador francés Paul Virilio, ya el amo no es Clinton sino Bill Gates.
Y la cultura nos la inoculan –sin que protestemos a través del cine, la televisión, la música o Internet. También dice Virilio que ahora los medios simbolizan la ocupación. De paso, nos meten la mano al bolsillo con nuestro asentimiento para cambiarnos nuestros pesos por sus carros, sus electrojuguetes, sus fantasías y sus Big Mac. Un informe de la misma universidad donde mataron al policía Soto Londoño dice que la apertura económica acabó con un millón de empleos en el campo, en los últimos diez años, y redujo en 900 mil hectáreas la tierra cultivada. Sólo en 1998 se importaron 1800 millones de dólares en alimentos, mucho más que lo que el gobierno de Clinton nos va a dar en un periodo de dos años.
Nadie nos obligó a hacer la apertura, ni a desproteger sectores claves, ni a mantenerla, son nuestros dirigentes los culpables, nadie más, y esa es la verdadera intervención, la que nosotros mismos permitimos. La ayuda de Clinton, en cambio, corresponde a un clamor del pueblo colombiano para lograr el milagro de llevar una vida normal donde los niños puedan seguir soñando con ser reyes del vallenato o jugadores de la Selección y los grandes podamos hacer que sus sueños se cumplan.
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