Ha venido recientemente el ex presidente Cesar Gaviria Trujillo, a decir que está perplejo de ver los abismos a que ha caído Colombia. No se entiende, de ahí, si los políticos son sólo cínicos —más que las Farc—, sólo estúpidos, o las dos cosas a la vez. Sabemos, sí, que cada presidente es peor que el anterior y eso se traduce en el estado general de la Nación. Por eso el país debe estar peor que en la era Gaviria, porque Samper fue peor y porque Pastrana es peor aún, a no ser que logre un acuerdo de paz. Pero que Gaviria diga lo que dijo es un descaro monumental, desfachatado y obsceno.
No es sino recordar. Decía el escritor Rafael Humberto Moreno Durán, con sobrada razón, que un presidente propuesto en un cementerio y con nombre de funeraria (Gaviria) no podía traerle nada bueno a un país, y menos al nuestro. En efecto, un correveidile de Palacio, sabedor de toda artimaña política, experto en demagogia, llegó a situarse no sé cómo, no sé cuándo, tan cerca del brillante Luis Carlos Galán que al ser asesinado éste, su hijo, Juan Manuel, el que hoy se dedica a boberías como escribir en un diario que no le gusta Colombia porque aquí no se consigue tal vino o aquel queso europeo tan delicioso, cometió la marranada de pedirle a Gaviria que tomara las riendas de su padre, saltándose a verdaderos galanistas como Iván Marulanda Gómez (no confundir con Tirofijo) y José Blackburn.
Así, un advenedizo llegó a la presidencia y nos dio la ‘bienvenida al futuro’ con su voz afeminada, a ese futuro descalabro que tempranamente los más avezados analistas previeron en cuanto a la apertura económica y su promesa de mercados multitudinarios para nuestros productos y, ahí sí, los ríos de leche y miel que iban a correr por la patria. Esa fue la bienvenida al futuro de la corriente neoliberal que llegó sin asustar a nadie porque pocos eran los que conocían el verdadero significado de esa palabrita que a muchos les sonaba a Galán, a Nuevo Liberalismo y, entonces, debía ser una maravilla.
Ese señor que fue incapaz de manejar una guerrilla limitada y que pensó —bueno, pensar es un decir— que bombardeando a Casa Verde daba por terminado el asunto, y que tampoco fue capaz de poner en cintura a los narcotraficantes y menos a ese Escobar que lo puso —nos puso— en ridículo mundial con su fuga de una cárcel cinco estrellas, con su muerte asistida por la DEA, los Pepes y la mafia de Cali, ese inútil, es el que viene a decir ahora que está perplejo.
Ese individuo que puso a su canciller Noemí a mostrar sus bellas piernas y a viajar de país en país en el avión presidencial sólo para conseguir los votos para su puestico en la OEA, como si el país no tuviera más preocupaciones, ese que movió cielo y tierra para liberar a su hermano secuestrado brincándose las leyes y realizando con los captores acuerdos que no se han hecho para rescatar a ningún otro colombiano, ni de los de más alta estirpe, ese que solía echarle la culpa de todo al ‘fenómeno del niño’ y que se lavó las manos por el ‘apagón’, se ha olvidado de su gobierno perverso para venir a decir que Colombia está mal y no se había dado cuenta.
Ese presidente que se colgó al pecho la medalla de la séptima papeleta, esa que alebrestó estudiantes para que jugaran a la democracia y pidieran una nueva constitución política más justa, que promovió el diseño de una carta que en diez años no ha solucionado nada, que se pasó cuatro años firmando cheques para contentar a Dios y al diablo, que es añorado por muchos politiqueros por sus ‘habilidades’ para manejar la cosa pública y que habla abiertamente en los cocteles de la necesidad de modificar la Constitución para él volver a la presidencia ha dicho que está perplejo de ver cómo él y sus compinches tienen al país, y cree que no nos damos cuenta de quiénes son los culpables, toda la vil y siniestra clase política colombiana, liberales y conservadores, entre quienes los ex presidentes —incluido Gaviria—, en una revolución de verdad (no esa canallada de la guerrilla), deberán ser los primeros en filar frente al paredón por ser los principales culpables de la agonía de Colombia. ¡Ave César! Me pregunto si después de quemar a Roma, Nerón se sintió perplejo. ·
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