Hace dos décadas Colombia se volvió el hazmerreír del mundo cuando el presidente Belisario Betancur decidió no realizar el Campeonato Mundial de Fútbol ‘Colombia 86’, con la disculpa de que él prefería invertir esos dineros en hospitales y colegios que jamás se vieron. Organizar la Copa Mundo, en ese entonces, no era tan costoso como hoy cuando el mercadeo y la publicidad de las multinacionales han elevado los costos de manera tan exorbitante que se pagan hasta 60 millones de dólares por un futbolista y se construyen estadios de 2 mil millones de dólares como el Saint Denis de París, donde se jugó la final de la última Copa Mundo.
Colombia 86 habría costado alrededor de 200 millones de dólares, el mismo costo de España 82, pero el Gobierno de Betancur fue incapaz de coger el toro por los cuernos y Colombia quedó como un país incompetente, habitado por inválidos mentales, aunque nuestros sueños fueran inmensos. Chile organizó su Mundial de 1962 a pesar del pavoroso terremoto que devastó a ese país un año antes del torneo y México repitió la faena a pesar del terremoto de 1985.
De pronto, Betancur nos libró de la vergüenza de ver un mundial en estadios a medio terminar, de los escándalos que ha protagonizado últimamente la Federación Colombiana de Fútbol por malos manejos de boletería y de las corruptelas infames en los contratos para remodelar estadios y construir algunos nuevos. Ah, y de una inauguración pueblerina con bambucos, caballos de paso y Fausto cantando el Himno Nacional.
Quince años después seguimos igual pero mucho peor. Seguimos siendo un país incapaz de solucionar nuestros problemas y hasta de organizar un torneo de mala muerte que se llama Copa América, donde hace años no juegan las grandes figuras de sus países ni se mueven cifras interesantes de dinero porque de eso no hay en este lado del continente.
Es cierto que Colombia padece graves problemas de violencia y que todos tenemos nuestra cuota de culpa en ello, que en el fondo no hemos querido solucionar nada porque a cada uno de nosotros nos encanta vivir ‘a la colombiana’; haciendo cada cual por su lado lo que se le viene en gana en esta democracia de mentiras basada en una Constitución y miles de normas, leyes y decretos que son sólo letra muerta, un sistema seudo democrático establecido para ocultar el verdadero señorío de quienes han urdido las tramas del poder para preservar sus propios intereses.
Hace rato estamos en guerra. Hace por lo menos 15 años, la violencia cotidiana ciega más vidas en Colombia que en cualquier otro lugar del mundo. Antes nos comparaban con Nicaragua o Líbano, países en guerra, luego con Angola, Somalia, Sudán, Yugoslavia… Ya se cansaron de compararnos, ni Israel con su conflicto religioso de 3 mil años de raigambre genera tanta controversia; hoy somos la lepra, los colombianos somos indeseados y nuestro territorio es vedado: quieren nuestro dinero y nuestros recursos naturales pero no a nosotros. En los catálogos de turismo aún se promociona a Cartagena pero se omite que queda en Colombia, los cruceros llegan llenos de turistas que creen que están en un puerto libre, una colonia holandesa o francesa, pero no en Colombia.
Quitarnos la Copa América es la prueba de que el mundo real sabe que lo que sucede aquí no es normal, aunque los jueves salga Pastrana en TV a decir que la economía ya arrancó y que la paz va rodando, que la corrupción fue derrotada, que ahora sí la salud, que se les ocurrió una nueva idea para que todos los colombianitos tengan educación de calidad y que se salvó el campo porque no se qué y no se cuántas. Que no importa que Vietnam nos desplace ya como segundo productor mundial de café porque ya no vale nada… las uvas están verdes.
No es ya cuestión de insolidaridad. A ver, este año han estallado varias bombas en Madrid, una en Londres, frente a la BBC, bastantes más en Israel. El terrorismo es un problema mundial pero no por ello dejó de ir España a jugar con Israel en Tel Aviv hace unos 20 días, con todas sus figuras: Raúl empató el partido. No por ello deja Madonna de hacer sus multitudinarios conciertos en toda Europa. Hace dos años Paraguay vivía momentos de incertidumbre antes de la Copa América por el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña —ocurrido el 23 de marzo de 1999 por orden del general Lino Oviedo— y la destitución del presidente Raúl Cubas, y en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, estalló una bomba en el parque del Centenario mientras se celebraba un concierto. El balance, dos muertos y 112 heridos. Aun así se volvió a oír la frase que se dijo en los juegos de Munich 72 después de que ocurriera la matanza de atletas israelitas a manos de terroristas palestinos: «los juegos deben continuar».
Sin embargo, no podemos quejarnos de que a Colombia sola se le quiera poner el Inri y a los demás no. Uno sabe, sospecha, supone, con pruebas contundentes, que en cualquier país no sólo funciona la Ley, mal que bien, sino el sentido común, la tolerancia y hasta el límite de la tolerancia. Que a un delincuente como Pablo Escobar, con más de un millar de crímenes a cuestas, los de balas y bombas sin contar los que murieron por ingerir sus drogas, le den por cárcel una finca cinco estrellas. Que suelten por vencimiento de términos a quien se roba 23 mil millones del Estado (caso Dragacol), como si se tratara apenas de un ladrón de gallinas o un ‘cosquillero’ de billeteras. Que un ciudadano tenga que pagar 30, 40 y hasta 50 veces el techo de su familia. Que se le dé a un grupo de facinerosos 43 mil kilómetros cuadrados a cambio de humillación y vejámenes son todas de esas cosas raras que tienen lugar aquí y originan un mensaje de incertidumbre: Colombia, tierra de nadie, sin Dios ni Ley; sálvese quien pueda…
Nos quitaron la Copa América porque asusta más la indiferencia de la gente buena y la inutilidad sempiterna de un Estado paralítico, ciego, sordo y tonto, con todos sus doctores tan corruptos unos, y tan formalistas los otros, más interesados en la letra de esa estupidez que llaman Constitución, a la que rinden culto sacro, que en los derechos de las mayorías, en el sentido de la igualdad y la justicia. Lo que da miedo es que el crimen impera cada vez más y no hay esfuerzos recíprocos para combatirlo, y cuando los hay se permite que las instituciones sean menoscabadas con prohibiciones y negándole atributos que en cualquier país son las bases del orden.
Sí, nos quitaron la Copa; el año próximo nuestras condiciones de seguridad van a ser más inciertas; ya el Mono Jojoy anunció secuestrar senadores, magistrados y ministros; las AUC están reclutando 10 mil hombres para usar los fusiles que en esa cantidad llegaron y la contienda presidencial no se va a ceñir a las manifestaciones políticas, es muy probable que, como en 1989, algún candidato termine en un camposanto. Con esas condiciones nadie viene y no habrá tanta elegancia para voltearnos las espaldas. Es que esta sociedad nada hace para cambiar y el mundo sigue adelante sin dar espera mientras nosotros nos quedamos rezagados, la bola va rodando y el tiempo va pasando. ·
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