Según información de la revista Cambio, se ha conocido que el presidente Andrés Pastrana estaría haciendo gestiones para postularse como candidato al premio Nóbel de la Paz, lo cual debe verse bajo dos perspectivas: una, que el Gobierno ve el Nóbel como una tabla de salvación para un proceso que no ha superado la etapa procedimental sin llegar aun a lo sustantivo y, dos, que la escamosería y frivolidad del Jefe del Estado no tienen límites.
Los hechos los relata con lujo de detalles la revista Cambio: viaje a Noruega, discurso ante el parlamento de ese país, cercanía con el comisionado de la ONU, el noruego Jan Egeland, esposo de la presidenta del congreso de Noruega, y un montón de etcéteras que ni un tonto podría considerar como meras coincidencias. De todas maneras, el hecho no es raro ni grave porque el premio de Paz no se ha entregado con el rigor que uno supondría y más parece un galardón de corte político que humanitario. Si no fuera por los nombres de Teresa de Calcuta y Nelson Mandela nadie podría descifrar a qué categoría pertenecen nombres como Henry Kissinger, Le Duc Tho, Menajem Beguin, Anwar al-Sadat, Óscar Arias Sánchez, Mijail Gorbachov, Yasser Arafat, Simón Peres, Isaac Rabin y Kim Dae Jung.
Con tantos mandatarios en la lista el mundo debería estar en paz, pero naciones que se creen civilizadas y humanitarias como Inglaterra, Francia, Canadá, Estados Unidos, Italia y muchas, muchas más, viven de las guerras en el mundo; poseen industrias bélicas gigantescas donde laboran miles de personas, haciendo desde las minas antipersonales que cada año dejan inválidos a cientos de niños en Colombia, Camboya, Sudán, etc., etc., hasta tanques de guerra, misiles nucleares o helicópteros Black Hawk.
El premio Nóbel de Paz le sirve a Pastrana mucho más que el juicio de ‘frívolo’ que le atribuyó el doctor López —en ese esperpento de libro que en la Feria de Bogotá se vendió como pan caliente junto a una biografía de Shakira, lo que indica nuestro nivel de incultura—, y al país le sirve para confirmar que Colombia es Macondo pues sería inexplicable que a Andrés le dieran el Nóbel de Paz en medio de esta violencia.
Si bien el Nóbel se le entrega a quien trabaja por la paz y no necesariamente a quien la consigue, es difícil creer que en un país donde mataron 26.540 personas en doce meses, donde se cometieron 236 masacres, 3.706 secuestros y 647 atentados terroristas, haya alguien con suficientes méritos para recibirlo y que ese alguien sea precisamente el presidente, el más obligado a mostrar resultados positivos que en este caso brillan por su ausencia.
Si en Europa creen que el presidente lo merece por sus osadas visitas al Caguán, con cuyas imágenes se admira el mundo al verle desarmado e inerme en medio de centenares de facinerosos, se engañan de cabo a rabo porque es Pastrana, justamente, el único colombiano que puede estar seguro en el Caguán pues a las Farc les es imperativo mantenerlo con vida para preservar una farsa que él mismo se inventó. Lo que no sabíamos, nadie, es que un premio tan importante se podía volver parte de este sainete; para Pastrana un Oscar sería más indicado, un Nóbel, en cambio, sería una bofetada para Colombia. ·
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