Los enemigos del Gobierno apenas encuentran una forma baladí de atacarlo; atacando al ministro del Interior, experto en litigios.
Fernando Londoño Hoyos no necesita defensores de oficio, no en vano tiene reconocida fama de ser el mejor abogado del país; no en vano ha sido el litigante favorito de cuantos han querido demandar al Estado colombiano, no sin razón, dadas las equivocaciones de los funcionarios ineptos para contratar bien. Tiene Londoño Hoyos un defecto grave pero no punible: es petulante, es presumido, es presuntuoso.
Dicen que el ministro del Interior es el muñeco de ventrilocuo del presidente Uribe, a través del cual dice lo que quiere decir pero no puede. Ya en su paso por la Gobernación de Antioquia habían acusado a Uribe de tener al bravucón de Pedro Juan Moreno Villa para lo mismo como si el presidente no fuera tan franco como lo conocemos. La cosa es más bien al contrario, a Londoño Hoyos le lanzan los dardos que los políticos de pacotilla no se atreven a lanzarle a un peso pesado —Álvaro Uribe— que cada día está más fuerte.
Londoño se puede defender solito de las acusaciones que se le hacen por el caso de Invercolsa pero de lo que no se puede defender es de que haya ciudadanos confundidos que creen que éste es un caso de corrupción política igual a los demás. No, en primer lugar, aquí no hay detrimento patrimonial en contra del Estado; él no se robó las acciones de Invercolsa, él las compró. Lo que se discute es si tenía derecho a comprarlas dado que se pusieron en venta privilegiada para los trabajadores y ex trabajadores de Invercolsa.
Hay tres evidencias para determinar en un juicio laboral si alguien trabajaba en algo o no. Primero, que haya contrato, que también puede ser verbal; segundo, que perciba un salario; y, tercero, que esté subordinado en la jerarquía de una organización y deba rendir cuentas a un ente superior. Londoño Hoyos cumple todas esas condiciones porque fue nada menos que presidente de Invercolsa por cerca de seis años: tenía un contrato —aunque fuera verbal—, devengaba una suma mensual de cerca de 800 mil pesos —muy baja si se tiene en cuenta el cargo—, y reportaba todas sus actuaciones a la Junta Directiva y a la Asamblea de Accionistas, igual que el presidente de cualquier sociedad. Sin embargo, un juez laboral dice que no, que no era trabajador de Invercolsa y que no tenía derecho a comprar las acciones.
Claro que los jueces, a menudo, hacen cosas raras, recuérdese el caso reciente de Wildiman David Quintero, terrorista del frente 18 de las Farc, autor intelectual y material del asesinato de 24 campesinos en Tierralta (Córdoba) y del derribamiento de un helicóptero del Ejército que cobró la vida de 24 militares, liberado por el juez segundo especializado de Antioquia, a pesar de tener en sus manos documentos probatorios entregados por la Fiscalía que demostraban el prontuario criminal de Quintero y de contar con la confesión del terrorista de haber participado en las tomas a los corregimientos de La Rica y San José, municipio de Puerto Libertador (Córdoba) y a los corregimientos de La Caucana y Santa Ana, en los municipios antioqueños de Tarazá y Briceño.
De lo que se puede acusar al ministro es de viveza porque lo que se quería era democratizar las acciones y no que un individuo se apropiara del 20 por ciento de la empresa. Tampoco se puede aplaudir que, con cierta pedantería, Londoño arguya que enriqueció a Invercolsa —la cual, en efecto, ha sido bien manejada— y que impidió que fuera a parar a manos extrajeras, lo cual no es deseable. Pero que quede claro que este no es un caso al estilo de la política tradicional en los que la plata del erario se esfuma de mil maneras distintas, algunas ingeniosas y otras vilmente descaradas.
Como Londoño es hombre inteligente y frentero, duro de roer y que no representa a un Gobierno que ofrece puestos y presupuestos para comprar al Congreso como en el pasado, estos verdaderos ladrones de cuello blanco se quieren rasgar las vestiduras porque el ministro sugiere que los congresistas estarán fumando cosas raras porque lo que quieren aprobar, en la reforma política, es muy distinto a lo que el Presidente propuso en campaña. Ministro, usted se equivocó, estos bandidos no se traban, ¡lo que están es muy despierticos!