Cinco países sudamericanos tienen presidentes de izquierda pero, con excepción de Chávez, ninguno ejecuta su insensato y anacrónico discurso.
Mucha gente piensa que América Latina está dando un giro a la izquierda. A Ricardo Lagos, de Chile, se han sumado más presidentes de esa corriente en Venezuela con Chávez; en Ecuador, con Lucio Gutiérrez; en Brasil, con Luiz Inácio Lula; y, recientemente, en Argentina, con Néstor Kirchner. Sin embargo, las expectativas de quienes los eligieron están muy lejos de las posibilidades de gobierno lo que demuestra que la izquierda no es, por sí misma, una alternativa sino, simplemente, una utopía que encubre muchas violencias.
Cada caso habla por sí solo. Chile es el mejor librado pero, paradójicamente, no hay nada que se parezca más a una economía de libre mercado que ese país. Acaba, incluso, de firmar un tratado bilateral de comercio con los Estados Unidos que le significará un incremento de un punto anual en el PIB. De manera que ese gobierno de izquierda negocia políticas ‘neoliberales’ para su beneficio. En Colombia, la izquierda denigra del ALCA y se insiste en que el gobierno debe lograr un acuerdo en bloque con la comunidad andina de naciones para llegar fortalecidos a la mesa de negociación.
El peor librado es Venezuela, probablemente porque Hugo Chávez no representa una corriente política de izquierda en sí sino que comporta una figura dictatorial y ególatra, al tiempo que encarna el líder del que las masas pobres esperan y reclaman una reivindicación. Ese cóctel es el responsable, junto a sus propios desaciertos, del estado de ingobernabilidad en el que ha caído, y no deja de ser paradójico que los sindicatos no le marchen cuando los nuestros añoran su papel. Aun así, Chávez ha sido más coherente con su prédica y, por lo tanto, su gobierno será más costoso para los venezolanos que para los otros países donde la izquierda ha recibido su oportunidad.
En Ecuador, Lucio Gutiérrez acaba de perder el apoyo de las comunidades indígenas que lo llevaron a la presidencia por considerar que los ha traicionado al implementar el libreto suministrado por el Fondo Monetario Internacional. Pero el caso más patético es el de Brasil, donde Lula da Silva ha perdido buena parte del apoyo del ala radical de su partido, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, por estar desarrollando políticas ‘neoliberales’, muy parecidas a las del presidente Uribe Vélez en Colombia —tildado de derechista por la oposición—. Lula, por ejemplo, ha subido las tasas de interés, introdujo un paquete de reforma fiscal que recortaría los beneficios de pensión e incrementaría el ingreso por impuestos, y redujo el gasto del gobierno para alcanzar los objetivos de superávit en el presupuesto, fijados en un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (Ver New York Times, 31 de mayo). Todas estas eran medidas a las que antes, cuando no era presidente, se oponía de manera radical. Lo mismo ocurre en Francia donde las centrales sindicales están furiosas con el gobierno socialista de Chirac por la reforma pensional que está implementando.
En Argentina, el gobierno de Kirchner es muy reciente como para registrar el camino que va a tomar en la práctica, pero es seguro que no cumplirá su promesa de evitar los pagos de la deuda a costa del hambre de su pueblo, otras experiencias han demostrado lo impracticable de anuncios demagógicos como ese. Kirchner tendrá que hacer lo mismo que Lagos, Gutiérrez y Lula, ajustarse a la realidad como bien lo reconoce el presidente brasileño. Hay que leer con detenimiento lo que confesó en un discurso reciente: «Estoy harto de reuniones de presidentes de países latinoamericanos que culpan al imperialismo por la desventura del tercer mundo. Eso no tiene sentido. Somos víctimas sólo de nuestra propia incompetencia».
Eso deberían entender los sindicalistas de Telecom, el Seguro Social, Ecopetrol y tantas entidades ineficientes del Estado colombiano; la izquierda tiene un discurso que no pueden cumplir ni sus propios líderes porque no se ajusta a las posibilidades y contingencias de la realidad. De ahí que el gobierno de Lula esté generando confianza y muy seguramente produzca resultados positivos como Lagos en Chile. Uribe está haciendo lo correcto en materia de ajustes y si logra combatir mejor la corrupción habrá enderezado, muy a pesar del discurso emocional de la izquierda, el rumbo caótico de la realidad fiscal de nuestro país.