El referendo fracasó por culpa del umbral y de muchos otros errores. Vale la pena que el Presidente lo tome como un aviso y rectifique algunos de sus procederes.
El referendo del presidente Uribe fue derrotado no precisamente por los abstencionistas sino por el problema del umbral, ese espinoso requisito que fue creado con el fin de que una minoría con poder (con dinero o con fusiles) no pudiera hacer una reforma constitucional arbitraria. Además para que tampoco la haga el pueblo quedando ese poder sólo en manos del Congreso de la República, ente no tan ‘admirable’ como lo califica cierto funcionario no sin algo de ironía. Por eso, el tope mínimo o ‘umbral’ resultó ser un ‘mico’, un verdadero orangután que desarma al Referendo de cualquier posibilidad de ser aprobado a menos que se trate de temas insulsos que no generen oposición pero lo suficientemente atractivos como para sacar a 6’267.443 personas a votar. Claro que como dice el filosofo español Daniel Innerarity, la política no hace milagros y, por tanto, esos temas seductores (populistas o demagógicos) no son la solución a nuestros males.
En países como Francia el Referendo no tiene umbral simplemente porque es impensable que las mayorías se abstengan de votarlo; en Colombia, esa figura no se había estrenado precisamente por el temor de que tal obstáculo fuera insalvable y la prueba de fuego era que un presidente con un alto índice de popularidad lo intentara, pero ni así. Lo más amañado de la democracia colombiana es el umbral del Referendo pues no hay equidad ante la laxitud con la que se eligen los servidores públicos con votaciones mínimas. El umbral de las elecciones a corporaciones públicas no está dado por el potencial electoral —como el del Referendo— sino por el número de sufragantes de cada elección, o sea que es un umbral que se acomoda a la cantidad de gente que votó y no a la cantidad de gente que podría votar. Esa es una muestra más de que nuestros políticos legislan para ellos y dificultan cualquier tipo de participación ciudadana. Pero eso no es todo; es que además el umbral que se está manejando es verdaderamente fantasioso, basado en un potencial electoral tremendamente amañado que se calcula en 25 millones de votantes, de los cuales 5 millones viven fuera del país y un número similar está constituido por ancianos, enfermos, colonos que viven en sitios apartados, gentes que están al margen de la ley y hasta muertos; es decir, personas que por razones de peso no se acercan a las urnas.
Las mejores votaciones en Colombia, difícilmente han pasado de doce millones, por tanto es descabellado ubicar un umbral basado en una cifra ilusoria que, mientras persista la norma, hará imposible cualquier referendo. Será un insensato quien vuelva a convocar este mecanismo mientras no se reforme el umbral. De hecho, es un contrasentido que mientras que Álvaro Uribe Vélez fue elegido presidente con 5 millones 800 mil votos, la misma cantidad de votos por el Sí —en varias preguntas— no sirva para nada. Otra aberración es ese disparate del ‘abstencionismo activo’. Si no existiera el problema del umbral hoy se hablaría de un triunfo apoteósico del presidente Uribe, no habrían salido 6 millones a votar el No. Aún así hay que resaltar que Uribe tiene su caudal electoral intacto después de 15 meses; la oposición tiene los 800 mil votos que le dieron la alcaldía de Bogotá a Lucho Garzón y los 40 mil 653 que le dieron silla en el Senado a Piedad Córdoba así que no nos llamemos a engaños: no se trata de un mensaje de reproche al presidente.
Pero analizando los hechos con buen juicio es evidente la derrota política del presidente Uribe y de quienes lo acompañamos en su programa de gobierno. Se cometieron demasiados errores incluso por el simple hecho de creer que el pueblo colombiano está maduro para la democracia cuando somos unos enanos políticos. Cuesta trabajo creer que las masas no se hayan volcado a aprobar, por ejemplo, el punto que sancionaba el límite pensional a los funcionarios del Estado. Pensiones espurias de 15 ó 20 millones mensuales que son una afrenta a un pueblo tan pobre como el nuestro donde el 80 por ciento vive con menos de un salario mínimo, o sea que tardarían más de cinco años para ganarse lo que otros ven cada 30 días. Era una oportunidad de combatir las desigualdades pero Colombia la desperdició, la despreció.
Fue un grave desliz presentar un referendo tan extenso con el problema, además, de que por una interpretación arbitraria del artículo 378 de la Constitución Nacional se exige registrar el texto completo de las reformas con un lenguaje técnico y jurídico de difícil comprensión. También se erró al poner a consideración del electorado medidas que nadie se infringe a sí mismo si carece de madurez. Es como preguntarle a un niño si desea o no tomar una desagradable medicina o a una quinceañera si desea o no cancelar su fiesta de quince. La excesiva publicidad y la aparición reiterada del Presidente en todos los espacios fue mal vista por muchos ciudadanos y pudo desvirtuar el carácter solemne del referendo. Diarios madrileños y el mismo The Washington Post cuestionaron ayer que el presidente Uribe hubiera aparecido en la versión colombiana del programa de telebasura ‘El Gran Hermano’. El envío de cartas a bases de datos arbitrariamente conseguidas para el efecto y las grabaciones impuestas en las llamadas de larga distancia de la estatal Telecom, molestaron a muchos. Los asesores de propaganda de la Casa de Nariño se equivocaron de cabo a rabo.
El presidente le apostó a la participación y ampliación de la democracia por puro idealismo y hasta un poco de ingenuidad. Emprendió una positiva campaña pedagógica para que el pueblo aprendiera cómo se hace política, por qué se toman decisiones en uno u otro sentido, qué filosofía debe primar en un país como el nuestro, con nuestros problemas, y qué postulados conforman la base de su programa político y por qué lo llevaron a tales propuestas: la seguridad, la austeridad, la moralidad administrativa… Eso no había ocurrido nunca. La Constitución del 91 la hicieron a puerta cerrada y las leyes que nos afectan a todos las aprueban a ‘pupitrazo limpio’. No obstante, la pedagogía por el referendo alcanzó a despertar luces de esperanza: empleadas domésticas interesadas en entender el punto 4, taxistas que exponían con facilidad por qué iban a votar, gentes del común debatiendo por qué era necesario o qué puntos les parecían inconvenientes. Por ese lado el país ganó y algunos frutos se verán en su momento; aún así, la sociedad colombiana fue inferior al esfuerzo presidencial y las consecuencias las pagaremos todos.
La derrota del referendo —no el fracaso— deberá motivar al Jefe del Estado a tomar algunos correctivos no para darle gusto a sus detractores sino para blindar a su Gobierno de los ataques inclementes de una oposición que cuando ataca le hace daño a toda Colombia. Primero debe tomar las medidas que considere necesarias y convenientes sin consultar a sus compatriotas, él es quien tiene sobre los hombros toda la responsabilidad y todo el respaldo, debe ceñirse a los postulados expuestos en campaña por los cuales fue elegido. Asimismo, debe llevar al Congreso las reformas políticas del referendo y exigirle compromiso a los parlamentarios que se tomaron la foto con él para que las saquen adelante.
Debería el presidente prescindir de esos colaboradores que están en entredicho como el ministro Londoño y los embajadores Fabio Valencia Cossio, Luis Alberto Moreno, Horacio Serpa y Fanny Kertzman. También cambiar algunos ministros y otros altos funcionarios del Estado que de lejos se ven incapaces para desempeñar sus cargos. Ayudaría, igualmente, que se canalice toda la información del Alto Gobierno en cabeza de un vocero oficial de la Casa de Nariño que no sea un mero comunicador sino alguien que comprenda bien los intríngulis políticos y tenga grandes dotes diplomáticas para que los ministros y demás funcionarios no anden diciendo burradas cada que les ponen un micrófono enfrente.
Las audiencias comunitarias, a pesar de que alimentan la pedagogía política y la participación democrática, valdría la pena revisarlas y, tal vez, abolirlas. No parece justificarse tamaño esfuerzo ante el desinterés de unas comunidades que apenas asisten con la expectativa de que ‘Papá Gobierno’ les resuelva alguna necesidad, chequera en mano. Debiera el presidente restringir sus correrías por el país que apenas sirven para exponer su vida y para que los medios busquen rating trivializando su imagen con cosas baladíes como sus montadas a caballo o explicando que el presidente no suda ni se cansa porque hace yoga. Para cursilerías, el anterior presidente nos dejó hastiados.
El Presidente debe limitar al mínimo sus intervenciones en televisión y trabajar en los temas fundamentales por los que fue elegido sin descuidar criticas que pueden ser muy valederas como en el tema de los Derechos Humanos o la atención de los desplazados. Hay que desplazar el culto a la personalidad que ha endiosado la figura de Álvaro Uribe Vélez y que se ha convertido en un tropiezo para ejecutar una tarea eficiente y útil para el país. Presidente: Colombia le acompaña y que este sea un golpe de alerta para que su gestión no termine siendo tan infecunda como la de sus antecesores.
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