¿Qué podría considerarse como un castigo justo para los cuatro delincuentes que atentaron contra Luis Fernando Montoya?
El caso de Luis Fernando Montoya tiene en vilo al país por tratarse de un hombre sencillo, humilde y trabajador al que le sonrió el destino después de muchos años de lucha pues, a sus 47, sólo lleva tres como técnico de fútbol profesional. En ese corto tiempo ha obtenido más logros que muchos técnicos de mayor trayectoria y prestigio. El triunfo le dio fama, mas no la arrogancia de otros que no han ganado nada y, aún así, el destino se ha empeñado en arrebatarle lo que había ganado como si estuviera condenado a la misma suerte negra de la mayoría de los colombianos, los que tanto le quieren.
Pero el destino no es el único culpable. Luis Fernando es la punta de un iceberg, es la parte visible del dolor y la tristeza que siembran los delincuentes en toda la geografía patria. Lo que le pasó a Montoya le pasa a miles de colombianos año tras año: en este 2004, 656 personas han sido asesinadas en atracos callejeros. Mientras el técnico era herido por defender a su esposa en la puerta de la casa, un profesor jubilado fue asesinado bajo el mismo modus operandi por robarle 200 dólares que había retirado de un banco, a pocas cuadras de la clínica donde es atendido el técnico campeón.
Cuatro personas son atracadas todos los días sólo en esta modalidad de perseguirlos tras retirar dinero de un banco o un cajero electrónico. Pero más triste que los muertos es el deprimente estado de salud al que los delincuentes postran a los que sobreviven. La primera causa de discapacidad en Colombia, hace años, es la violencia, a diferencia del resto del mundo donde priman las enfermedades, los riesgos profesionales y la accidentalidad vial. Son miles los confinados a una silla de ruedas, a una cama, a la necesidad de prótesis y tratamientos permanentes.
Tal vez el mayor detonante de esta violencia injustificada es la impunidad. La gran mayoría de las veces el delincuente actúa a sus anchas por el insuficiente pie de fuerza policial y no es detenido, y cuando sí la fragilidad del acervo probatorio, la levedad de nuestro Código Penal y la laxitud de los jueces se confabulan para que la impunidad siga reinando. ¿Qué podría considerarse como un castigo justo para los cuatro delincuentes que atentaron contra Luis Fernando considerándose que el diagnóstico médico es de una cuadriplejia ‘irreversible’ que lo condena a padecer el resto de sus días en una cama, conectado a un respirador mecánico —igual que el actor Christopher Reeve—, que su calidad de vida será mínima y que en ese estado su existencia no será lo larga y fructífera que pudo ser?
Siendo dispuestas nuestras leyes por maliciosos legisladores en el Congreso, y administrada la justicia por jueces ímprobos como el que liberó a los tres terroristas irlandeses o el que acaba de retirar los cargos de terrorismo contra la cúpula del ELN por el atentado perpetrado en Machuca, en 1997, que dejó 83 muertos, las sentencias en Colombia —el país más violento del mundo— son irrisorias y ridículas, además de que su aplicación es monstruosa.
Dice el ex fiscal general, Alfonso Gómez Méndez, que los miembros de esta banda podrían ser condenados a penas entre 25 y 30 años de prisión, y hasta de 40 años en caso de que Montoya fallezca. Otros expertos no son tan optimistas y opinan que el castigo será de entre 15 y 20 años.
Con rebaja de penas por delación y confesión —que en este caso no se justifican porque los delincuentes fueron capturados prácticamente en flagrancia—, más rebajas por trabajo y estudio, y excarcelación anticipada por tres quintas partes de pena cumplida y buena conducta, cualquier colombiano podrá padecer a uno de estos delincuentes poniéndole un arma en la cabeza dentro de cuatro o cinco años, cuando el profesor Montoya, si sobrevive, esté recorriendo lo más duro de su calvario junto a su familia, olvidados por todos y sin un centavo porque estas ‘enfermedades’ catastróficas arruinan hasta al más sano de los bolsillos y no dejan otra alternativa que esperar la muerte en el más terrible deterioro físico, moral y espiritual, con la grave certeza de que no hay Dios ni Ley. ¿Hasta cuándo tendrá que soportar la gente de bien tanta ignominia?
El viernes 17 de diciembre, en la última entrevista que concedió el técnico en un acto de premiación del periódico El Espectador, Montoya dijo que el futuro de todos es incierto pero que a él le gustan los retos grandes y lograr cosas imposibles. Nadie daba un peso por su triunfo en la Libertadores, pocos apostarían por su recuperación y hasta su supervivencia está en duda. Sin embargo, él, otra vez en silencio, buscará un nuevo campeonato: el de ser un campeón de la vida.
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 3 de enero de 2005 (www.elmundo.com).
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