A finales de julio coincidieron en Colombia los ex presidentes de España Felipe González y José María Aznar; el ex presidente chileno Eduardo Frei y un ex primer ministro irlandés; visitantes ilustres que nos sacan del parroquianismo obtuso en que vivimos y la inmensa soledad en la que Colombia se debate, y que además nos dan luces para repensar nuestro destino. España, Chile e Irlanda son tres países que en dos décadas dieron un giro radical y dejaron de ser vecinos indeseables para pasar a ser de mejor familia.
El caso más sorprendente es el de España. En 1982, cuando Felipe González asumió la presidencia, su ingreso per cápita era de 4500 dólares anuales y estaba sumamente concentrado, lo que hacía ver a los españoles como mendigos frente a sus vecinos de Europa occidental: Francia, Alemania, Inglaterra, Italia y otras naciones de alto desarrollo social como Suiza, Suecia, Bélgica y Holanda. Catorce años después, cuando González terminó su periodo, el ingreso de los españoles se había triplicado: 15 mil dólares anuales por cabeza y, tras los ocho años de presidencia de Aznar, esa cifra supera hoy los 22 mil dólares. Por eso, España ya no se mira por encima del hombro. ¿Cómo superó a muchos de sus vecinos? Esa es la gran pregunta.
La transformación de España fue un propósito nacional donde cada quien ocupó su lugar. La constitución española de 1978, fue redactada por una docena de expertos en Derecho que pusieron toda su capacidad para redactar un texto corto en el que la organización estatal cumpliera con darle autonomía a las regiones y nacionalidades diversas que componen a ese país y que al mismo tiempo fuera un aglutinante de esa diversidad para asegurar la convivencia en el tránsito hacia la monarquía democrática y pluripartidista que ha llegado a ser.
Mientras tanto, Felipe González, en 1979, obligó a su partido, el Socialista, a abandonar el marxismo y adoptó un mensaje político más moderado que mantuvo durante más de trece años, siguiendo una línea política pragmática en la que a veces fue fiel a su electorado de izquierda en aspectos como la profundización de la democracia y las libertades, la construcción de infraestructura o la financiación del gasto social mediante el aumento de la presión fiscal sobre las rentas más altas, pero sin darle la espalda a las realidades del capitalismo: avaló una política económica ortodoxa centrada en la modernización del aparato productivo y la lucha contra la inflación, lo cual le obligó a decisiones impopulares como la reconversión industrial, el recorte de las pensiones o la flexibilización del mercado de trabajo, lo que provocó un enfrentamiento con los sindicatos que se saldó con dos huelgas generales contra el gobierno en 1988 y 1994. En esos años, abierta al comercio con toda Europa, alcanzó el nivel de país desarrollado y una calidad de vida que no tiene nada qué envidiarle a sus viejos vecinos ricos.
Interrogado en su visita, González recomendó eliminar las diferencias sociales en Colombia: desconcentrar la riqueza como mecanismo disparador del desarrollo. A nadie le conviene más la eliminación de la pobreza que a los mismos ricos que quieren mantener sus privilegios porque eso, por un lado, mejora la seguridad y permite incrementar la inversión y, por el otro, aumenta la capacidad de compra de las clases bajas ampliando el mercado y los ingresos de las empresas y sus dueños. Pero si miramos que el 10 por ciento más rico gana el 48 por ciento del ingreso mientras el 10 por ciento más pobre sólo obtiene el 1.6 por ciento no es difícil concluir que los de arriba no piensan renunciar a eso.
Entretanto, Eduardo Frei recomendó que el Estado sólo se dedique a salud y educación y entregue lo demás en concesión a particulares. Eso funcionó en Chile y España porque significó una democratización de todos los sectores productivos; aquí sólo contribuiría a concentrar más la riqueza porque cada cual piensa sólo en su propio pellejo y nuestra clase política impide un cambio real que trascienda la demagogia; por eso, entre setenta bufones no pudieron escribir una constitución sobria que no terminara convirtiéndose en un nido de frustraciones que apenas sirve para garantizar un puñado de extravagancias como el supuesto derecho de fumarse un porro, de vez en cuando. A todas estas, ¿cuál es nuestro propósito nacional?
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