Dicen los políticos enemigos de la reelección que no están en contra de lo que es, evidentemente, un derecho democrático sino de que ésta reforma constitucional se instaure con nombre propio, el del presidente Álvaro Uribe Vélez, y de que se estén haciendo reformas de la carta política al vaivén de las circunstancias. Por su parte, comentaristas de prensa aducen que no se pueden hacer reformas constitucionales sólo por lo que indican las encuestas; alegan que no se forma opinión yendo como Vicente, «a donde va la gente», sino conduciendo el pensamiento de las mayorías sobre la base de la verdad y el análisis juicioso, pero sus juicios terminan por concluir, sin dar muchas vueltas, que la reelección no es buena por lo de Fujimori, Chávez y otras perlas de ese estilo.

Es cierto que las democracias no deben dirigirse vía encuestas porque el pueblo soberano, al igual que un enfermo, puede desistir de tomar la medicina adecuada o decidirse por el tratamiento paliativo en vez del intensivo. También lo es que la prensa no debe, simplemente, subirse al bus de la victoria y terminar haciéndole coro al clamor de la gente. No obstante, cuando las mayorías pueden palpar en su realidad las razones que los críticos no ven, no hay lugar a engaños. Es por eso que, según la indagación del periódico El Tiempo, el 60 por ciento de los colombianos reelegirían al presidente Uribe —siendo el guarismo más modesto de todas las encuestas practicadas sobre el tema— aunque entre la clase política y la seudo intelectualidad del país haya una oposición recalcitrante.

Claro que una cosa es Uribe y otra, muy distinta, la reelección. A los colombianos no les interesa la reelección de ningún ex mandatario, de ninguno. Y, probablemente, de ninguno en el futuro. Lo que se desea es que, sin importar cómo se llame el mecanismo, se prorrogue el mandato del actual presidente por cuatro años más. Un tiempo prudencial que no atentaría contra la tradición democrática del país. El hecho es un asunto de «alto interés nacional», que se explica en el simple argumento de que se está atravesando una muy especial coyuntura en la que el Primer Mandatario está ejecutando los planes que se había propuesto, los que exigía el país entero, y es vital para la patria llevarlos a feliz término.

Bien dice Uribe que cuatro años son muchos para equivocarse y muy pocos para hacer grandes cambios. En ese sentido no cabe duda de que lo ideal sería tener unos partidos —por lo menos uno— no sólo fuertes sino, principalmente, conformados por gente honesta, para poder desarrollar programas de largo plazo que trasciendan varios periodos de gobierno. Así, los colombianos podríamos estar seguros de que las políticas del presidente Uribe continuarían sin él, y hasta se fortalecerían y mejorarían.

Pero no. No seamos ilusos; en Colombia no hay partidos fuertes, ni disciplina programática y menos, menos, gente honesta en los partidos —salvo honrosas excepciones— que trabaje por las necesidades del país. Tampoco hay un líder que se parezca a Uribe, con su capacidad de trabajo y su preparación académica, conocedor del detalle pero también del conjunto. El pueblo colombiano, superior a sus dirigentes como decía Jorge Eliécer Gaitán, reconoce que Uribe no es Dios pero sí un líder ejemplar que no puede tirarse al cuarto de los muebles viejos sin aprovechársele al máximo.

Los políticos y un sector de la prensa quieren vendernos la idea de que el país está polarizado en este tema. Qué falsedad. Polarizados los cercanos al poder que vieron con impotencia, hace dos años, al ex gobernador de Antioquia subiendo en las encuestas para dañarles el festín. Lo trataron de paramilitar, de narcotraficante, de fascista. Le hicieron sendos atentados para detenerlo. Vaya uno a saber si en realidad fue la guerrilla. Ahora lo quieren detener con otros epítetos: dictatorial, autoritario, guerrerista, neoliberal… Entretanto, los congresistas, ahogados en su mezquindad, no necesitarán de bombas para detenerlo, tan sólo tendrán que hacer lo de siempre: legislar a espaldas de los colombianos.

Suena contradictorio que hasta los enemigos del presidente reconozcan que el próximo mandatario tendrá que ofrecer lo mismo que Uribe para obtener el apoyo en las urnas pero al mismo tiempo se opongan férreamente a la reelección del actual gobernante. Si el próximo se verá abocado a hacer lo mismo ¿por qué no permitir que siga Uribe en su tarea? Los traiciona el subconsciente y dejan entrever que su interés es parar a Uribe y no tanto a sus políticas, que se irán abandonando al tenor de quien lo remplace. En eso coinciden con el sentir de la gente: aquí lo que vale es el director de la orquesta y no la partitura.

Pero como bien diría Maquiavelo, el príncipe, para gobernar, no puede ser ingenuo ni vacilar ante grandes decisiones. Uribe sabe que el momento es ahora y que para que el Congreso apruebe la reelección debe seducirlo. Ahí está el partido Conservador, como una vieja arrugada, deseando reverdecer sus laureles a como dé lugar; si Uribe quiere mantenerse en el cargo, tendrá que compartirles carroña a las hienas de la política para obtener sus votos en el Congreso. Ese juego sucio pero real es el precio que debe pagarse para torcerle el cuello a las sinrazones de la política en esta región del mundo, donde un presidente con el 70 por ciento de aprobación no puede quedarse mientras que al vecino, con 70 por ciento de rechazo, no lo mueve nadie de su silla.

Posted by Saúl Hernández

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