El banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo propuso hacer un acuerdo nacional contra la pobreza que reduzca la indigencia en Colombia y mejore sustancialmente los muy decaídos niveles de ingreso. ¿Quién duda de que esa iniciativa es necesaria y plausible? Nadie. Sin embargo, aparte de unas recomendaciones generales sobre el gasto público y la deuda externa, la propuesta se queda en lo mismo de siempre; Sarmiento no ofrece soluciones concretas ni se compromete con nada; es el mismo discurso que cada año cambia de protagonista y no trasciende en hechos. La pregunta es ¿cómo se debe combatir la pobreza en Colombia? Una verdadera propuesta debe contemplar respuestas.
A manera de reflexión, iniciemos por decir que a los dueños del capital les conviene la inclusión de los sectores marginados por razones de mercado. Si aumenta el poder adquisitivo de las clases pobres, el mercado interno crece —la demanda— y este es satisfecho por la producción local. Colombia tiene la masa crítica suficiente (44 millones de habitantes) para tener un mercado de gran dinámica pero el 65% está excluido de la sociedad de consumo. Al margen de cualquier asociación entre pobreza y violencia, los gremios serían los beneficiarios directos de ese mercado potencial. Antes de exportar, piensan muchos, existe aquí un mercado aún por cubrir. Pero antes de lograr crecimientos extraordinarios de la economía —Sarmiento propone un 6% anual sostenido por diez años— hay que combatir esa exclusión reduciendo la excesiva concentración del ingreso entre los más ricos, cosa que a éstos no les gusta. Ellos consideran agotado el margen impositivo y poco estimulante para la inversión, se oponen a cualquier tipo de reforma agraria, han convertido el crédito en usura y pillaje —caso Upac—, le pagan secuestros y extorsiones a los grupos ilegales, corrompen a los funcionarios públicos para obtener contratos del Estado, etc., etc., etc.
Claro que combatir la pobreza no es asunto exclusivo de los ricos, ni del Estado, y a los pobres les cabe su cuota de responsabilidad. Nadie puede eximirlos de que se llenen de hijos que no pueden mantener, de que provoquen inundaciones —con pérdidas materiales y humanas— tupiendo de basuras las quebradas y las alcantarillas, de que dejen pasar oportunidades de estudio y trabajo por pereza y facilismo como esos subsidios que se quedan sin reclamar, coberturas en educación que no ocupan o abandonan tempranamente y empleos para los que no se consiguen operarios: las famosas ‘fileteadora y máquina plana’ en el sector de la confección o la recolección de café, trabajo que ya nadie quiere hacer ni a 30 mil pesos el jornal durante tres meses garantizados. En China e India sí están combatiendo la pobreza pero a expensas de muchedumbres esclavizadas a cambio de la comida para contar con una mano de obra contra la que es imposible competir. ¿Tenemos quién haga ese sacrificio aquí?
Los economistas se revientan la cabeza para decir que la solución es crecer y que eso se logra exportando porque el mercado interno no da más. Que España arrancó la etapa democrática en 1982 con 4.500 dólares per cápita y veinte años después, tras Felipe González y Aznar, andaba en los 22 mil. O sea que crecer sí se puede. Sin embargo, hasta qué punto la pobreza de Colombia es un asunto cultural enraizado en toda la sociedad y sus instituciones, es algo que está por discutirse. Precisamente por estos días —por el centenario del sociólogo alemán Max Weber— está de moda el tema de la ética calvinista o protestante, a menudo señalada como motor del desarrollo de las sociedades anglosajonas. No viene al caso echarle culpas a la religión pero aquí sí se ha desarrollado una idiosincrasia proclive a la indisciplina, el jolgorio, la molicie, el egoísmo, la falsedad y otros muchos antivalores que nos hacen insolidarios por naturaleza aunque pensemos que ser solidario es dar una limosna en una esquina.
La estrategia colombiana para salir de la pobreza es la picardía y la viveza, espoleadas por una institucionalidad torpe plagada de prohibiciones, trámites e influencias que exceden el límite de lo razonable y hacen que sea más fácil dedicarse a la piratería, el contrabando y a toda clase de negocios ilícitos que montar una empresa legal. Los diagnósticos están a la orden del día mientras la corrupción se come los recursos con los que se podría empezar a ofrecer soluciones como las requeridas en el campo educativo donde sólo uno de cada 10 niños que inician estudios escolares culmina la universidad, y eso sin mencionar la baja calidad.
Además lo urgente no deja trabajar en lo importante y la clase política no camina en consonancia con el país, los políticos andan en sus peleas de siempre y los discursos sobre la pobreza se quedan en lo mismo, meros saludos a la bandera para sentirse livianos de conciencia.
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