José Obdulio Gaviria V.

Al dolor que causa el secuestro, se agrega, casi siempre, el sufrimiento por el desentendimiento entre las víctimas. No se imagina uno el millón de síntomas que hace padecer el Síndrome de Estocolmo. Desde 1997 hasta 2001, las FARC secuestraron a colombianos relevantes (oficiales, suboficiales y dirigentes políticos).

¿Precio fijado por su libertad?: la salida a la calle de guerrilleros -procesados o condenados-, para reintegrarlos a la lucha armada. Colombia, por cuenta de ese acto feroz es, desde hace 9 años, una casa dividida. Los gobiernos (Samper, Pastrana, Uribe) han sido lapidados en el Congreso y en foros humanitarios; los partidos y candidatos se han postulado como anti o pro acuerdo humanitario; familiares, ex presidentes, autoridades eclesiásticas, hablan y escriben, en ocasiones, como opositores ríspidos, mientras que se dirigen a las FARC como si fueran la respetable contraparte de una enjundiosa discusión política. Personalmente fui testigo, en Cali, de cómo varios familiares de secuestrados aplaudieron un mensaje de las FARC, pero vituperaron al gobierno.

Si un lector extranjero navega por la abundante literatura sobre el canje o acuerdo humanitario, creerá que las FARC son dúctiles, y que los gobiernos son tercos, intransigentes, insensibles. En millones de páginas se califica a las FARC como incomprendidas. Su lenguaje sibilino ha hecho creer que son misericordiosos samaritanos que añoran la libertad de sus prisioneros, pero que no han logrado que los demás entren en razón. En comunicados se dirigen amablemente a los familiares de los prisioneros de guerra retenidos por las FARC-EP ; califican al gobierno de inverecundo, mendaz, oportunista.

La falta de pruebas de supervivencia se la imputan al ejército o a la policía, que las requisa para hacer sufrir a las madres o a los hijitos de los prisioneros.

El discurso de las FARC tiene un mérito atroz: puso el foco de la discusión no sobre el crimen (el secuestro) o sobre el rescate exigido; sino sobre el procedimiento para lograr el objetivo del crimen. Así, la reiteración de su llamado a un acuerdo humanitario, lava y oculta su insensibilidad como secuestradores; mientras que el gobierno, por no concurrir automática e incondicionalmente al acuerdo, es el insensible y, en últimas, el victimario. Esa estratagema ha hecho caer en la trampa a muchas ONG, gobiernos extranjeros, analistas y amplios sectores políticos.

El cautiverio de 52 compatriotas y tres contratistas norteamericanos tiene que terminar. El precio del rescate será enorme, pero hay que pagarlo; dado que los otros esfuerzos han fracasado y que sabemos que la amenaza de matarlos no es una baladronada. Debatir como unos profesores sobre los últimos pasos del gobierno, sobre si hay o no concesiones; sobre cómo llamar a una cosa u otra; sobre si hay coherencia en la política, etcétera, es alargar la terrible pena que agobia a la nación. Todos, a una, debemos tener presente el propósito, pero aceptando, resignados, naturales restricciones (que el sitio de encuentro no sea una zona de refugio del delito ni campo de recuperación militar para el terrorismo).

Respetar límites evita guiarnos sólo por la compasión con el cautivo, una acendrada virtud cristiana, pero que podría conducir a equivocaciones históricas. El comentario de Borges sobre el padre Bartolomé de las Casas, ilustra la idea: por tener mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, propuso al emperador Carlos V la importación de negros, que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas. Así, hacer lo que sea por una liberación hoy, podría desencadenar una ola de secuestros mañana.

Sinteticemos: a) El Gobierno tiene la voluntad de aceptar una zona de encuentro con las FARC; b) hay que acordar condiciones propicias para la eficacia del Acuerdo Humanitario y de la Paz; c) esa zona debe probar a nacionales y a la Comunidad Internacional que existe buena fe para la paz. No parece mucho pedir que todos acompañemos al gobierno en esa declaración.

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