El café es el símbolo colombiano y su mejor cara se llama Juan Valdez.
El café es el símbolo por excelencia de Colombia. Es un símbolo con varios rostros: el carnoso y rojo de su fruto maduro o el ocre del grano tostado; es, además, un símbolo con aroma, con un olor inconfundible; y es un símbolo de exquisito sabor que puede paladearse tanto en las mesas más humildes como en las más encumbradas. Es un símbolo que llega a todos los sentidos y produce bienestar físico y mental.
Sin querer demeritarlo, no puede ser que el sombrero vueltiao sea el símbolo nacional. Sería igual de desatinado nominar como tal al carriel paisa o al sombrero aguadeño, en otros tiempos muy popular. Está bien que el sombrero vueltiao haya subido de estatus y ya no sea visto como un atuendo ‘corroncho’ o mañé, y hoy sea lucido por cantantes, veraneantes del jet-set criollo y hasta por el Presidente de la República —cuyos hijos se han apersonado de la promoción de esta artesanía—, pero de ahí a que el sombrero de caña flecha sea el símbolo nacional hay mucho trecho.
Es esnobista desconocer que el café tiene un hondo arraigo en la cultura nacional desde los tiempos en que el sacerdote Francisco Romero ponía la penitencia de sembrar maticas de café. De ese hecho legendario se pasó a la ampliación de la frontera agrícola, convirtiendo al café en la primera agroindustria y en el primer renglón de divisas. La riqueza generada por el café apalancó la más temprana industrialización del país y hasta nuestros primeros avances científicos en la búsqueda de la variedad Colombia.
El café ha sido buen ejemplo de democratización. Cada grano y cada bulto han sido valorados en su justa medida; el café del latifundista no ha tenido privilegios sobre las cosechas de los pequeños caficultores.
En todo el mundo se nos reconoce por el café, lo reconocen como el mejor y el más suave. Nuestros deportistas han sido asociados con nuestro café, que es el único producto que nos identifica ante el mundo sin que nos avergüence.
Pero la cara más amable de este símbolo ha sido la de Juan Valdez, y de eso es tan conciente la Federación de Cafeteros que la selección del nuevo Juan Valdez se hizo al derecho, como pocas cosas en nuestro país. Siendo un icono publicitario de fama mundial no hubiera sorprendido a nadie un nuevo Juan Valdez salido de una agencia de modelos o de entre los galanes de telenovela. Tampoco el que hubiera sido el hijo de un político o que lo hubieran cambiado por ‘chicas Valdez’ vestidas no de ‘chapoleras’ sino con pequeñísimos bikinis.
Reconforta que el nuevo Juan Valdez (Carlos Castañeda) sea un pequeño caficultor con una finca de dos hectáreas, nacido y criado en Andes, un pueblo de arraigo cafetero como el que más, y sin ninguna tacha. Un hombre que no bebe licor ni tiene enemigos, cuyo abuelo de 90 años todavía trabaja la tierra.
No es una casualidad que Juan Valdez sea uno de los iconos publicitarios más conocidos del mundo, es fruto de un trabajo constante y coherente hecho con base en un producto excelso respaldado por una tradición de viejo cuño.
Sin duda, este constituye un gran ejemplo ahora que se quiere promover la ‘marca país’ para promocionar a Colombia en el exterior con el lema ‘Colombia es pasión’. Cualquier símbolo puede ser exitoso si representa el mensaje que quiere comunicarse y si este es el adecuado. El anterior símbolo, una especie de espiral en la arena, no era malo del todo pero nunca se trabajó, no significaba nada. El actual es muy polémico porque parece el corazón de un ‘Corazón de Jesús’, o porque semeja las curvas de una mujer y eso puede enviar un mensaje equivocado. Además, ¿será que Colombia sí es pasión? Hay decenas de adjetivos más propicios para calificar al país, muchos de ellos negativos, pero pasión no dice nada.
Definitivamente, aunque este monocultivo ya no esté en sus mejores tiempos, es el principal símbolo colombiano y su mejor cara se llama Juan Valdez.