El presidente Álvaro Uribe Vélez ha puesto el dedo en la llaga de la confrontación ideológica entre candidatos presidenciales: la disputa es entre democracia y comunismo. Por supuesto, los comunistas se han declarado ofendidos y han recurrido a la sutileza de que el comunismo ya no existe y que esa es una acusación macartista, propia de la guerra fría. Sin embargo, a los más cercanos a esa corriente, en apariencia desaparecida, se les ha pedido claridad para condenar a las guerrillas —para decirles que el proyecto que persiguen ya no es viable—, pero no lo han hecho con toda claridad sino afianzando ambigüedades.

Es más, Carlos Gaviria Díaz dijo, en entrevista para el canal de televisión RCN, que las Farc no son terroristas aunque apelen al terrorismo. El periodista Álvaro García le rebatió que si, entonces, quien roba una y otra vez no es ladrón, y Gaviria no tuvo empacho en ahondar aún más sus contradicciones para llegar al mismo punto al que los comunistas llegan siempre, el pretexto de que en Colombia existen unas razones que consideran «objetivas», que explican —y justifican, según ellos— la lucha armada.

No obstante, causa extrañeza que Gaviria Díaz arguya que en Colombia no existe democracia, ni eso que llaman Estado Social de Derecho, aunque lleve toda una larga vida viviendo del bolsillo de los colombianos, como profesor de una excelente universidad pública, como magistrado de las altas cortes (entre ellas la Constitucional), y ahora como Senador de la República. En todos los cargos ha devengado altos honorarios y su pensión pública, si bien no asciende a los 24 millones mensuales que denunció el noticiero CM&, tampoco es de ‘escasos’ nueve millones como él corrigió sino de 14 millones y medio según revelación de la (según Uribe) «frívola» revista Semana.

Es decir, Carlos Gaviria Díaz ha sido un privilegiado burócrata (probablemente ejemplar) que ha trasegado por casi todas las esferas del Estado colombiano, el sector educativo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial, lo cual es una tremenda contradicción por cuanto si él considera que lo nuestro no es una democracia —aún con sus tremendas imperfecciones—, no debería haberse pasado la vida entera dentro del Estado.

Por cierto, esas incoherencias son más abruptas si se tiene en cuenta que dentro del Estado se ha respetado su concepción ideológica, tan contraria a los preceptos dominantes en el establecimiento; también que en la Corte Constitucional impulsó tesis contrarias al sentir popular, como la despenalización del consumo de alucinógenos, y además si se considera que es uno de los grandes responsables de haberse abierto esa Caja de Pandora de una Corte que legisla sin tener atribuciones constitucionales para tal exabrupto y desconoce los fallos de los otros altos estamentos de la justicia provocando una gran inseguridad jurídica.

Es decir, para Gaviria no hay democracia si ésta decide lo que no le gusta pero es expedita cuando de satisfacer su amaño se trata.

Algunos de los llamados intelectuales —que creen que ser inteligentes es estar siempre nadando contra la corriente— vienen hace rato en campaña de desprestigio del presidente Uribe y de elogio al candidato Gaviria, lo cual está bien. Lo inaceptable es que no reconozcan los aciertos inocultables de la actual administración mientras cometen el desatino irracional de promover el voto por Gaviria con el liviano argumento de que se trata de un verdadero ‘liberal’ en el sentido filosófico del término.  No cabe duda de que Gaviria es un gran jurista que se conoce la teoría del Derecho de la A a la Z, pero no pueden algunos incautos hacernos creer que este país va a cambiar por la mera aprobación de temas subsidiarios como el aborto, el matrimonio gay o la eutanasia.  Esos son temas menores que no valen como programa de gobierno.

En lo grueso, Carlos Gaviria Díaz no tiene propuesta concreta alguna que trascienda un estribillo demagógico. Su propuesta en materia económica no va para ninguna parte cuando dice que su modelo de desarrollo se inclina al mercado interno y que no tiene ningún interés por el comercio exterior. Ese no parece al camino para sacar de la pobreza a los colombianos sino para sumirnos a todos en ella.

De la publicidad del candidato Gaviria se deduce su liviandad: «Nosotros no elegimos arruinarnos con el TLC, yo no elegí que le cerraran el hospital a mi hijo, nosotros no elegimos ser desplazados, yo no elegí que mi hijo no pudiera terminar los estudios, yo no elegí trabajar más para ganar menos, yo no elegí una guerra sin fin…».

Es imperativo que Gaviria explique cómo va a mantener hospitales quebrados por las exigencias sindicales (con 24 sueldos al año); cómo va a estimular la creación de nuevos puestos de trabajo sin flexibilizar las normas; cómo va a evitar los desplazamientos que provocan los actores armados o cómo va a terminar una guerra de cuarenta años en la que ya se ensayó sin éxito una negociación en los términos más benignos.

Lucho Garzón enfrentó con madurez un paro de transporte en el que unos pocos empresarios escudaban sus intereses personales en los choferes mal pagados. Gaviria y sus partidarios le dieron la espalda, lo que demuestra el desenfoque de la izquierda en Colombia, un partido de diletantes que todavía creen que el futuro se labra tirando piedra y quemando banderas.·

(Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 15 de mayo de 2006)

Posted by Saúl Hernández

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