Tras el reproche de Correa se ocultan vaya uno a saber qué otras intenciones.
Es inaudita y absurda la intromisión del presidente electo del Ecuador, Rafael Correa, en asuntos de política interna que solo atañen al Gobierno legítimo de Colombia. Es inadmisible el chantaje que planteó para no hacer su visita a Bogotá y la amenaza de instaurar una demanda, y es incomprensible que la Casa de Nariño haya ofrecido una visita del Presidente a Quito para explicar sus decisiones ante quienes no debe hacerlo.
Lo que se está fumigando es territorio colombiano. Eso no afecta al Ecuador, a menos, claro, que el temor de Correa sea un desplazamiento de los cultivos a su territorio, tal como ocurrió en los años 90, cuando la aspersión erradicó la coca en Bolivia y Perú y la mandó a Colombia.
Dice Correa que su preocupación es el ecosistema, argumento al que recurren falsamente quienes no consienten la política de erradicación. Sin embargo, la mayoría de estudios coinciden en la inocuidad del glifosato (o Roundup), el herbicida más usado en el mundo y de corriente aplicación en sembrados de caña, granos, frutas, hortalizas, tubérculos, oleaginosas y viñedos. Por consiguiente, nadie debería preocuparse por consumir cocaína -la cual, si llega a manos del consumidor es porque no fue fumigada-, sino por beber vino o degustar una ensalada con aceite de oliva.
Se aduce que el problema es que para erradicar coca se usa mayor concentración del producto que en una vid de chardonnay en Francia, y que el Cosmo Flux multiplica su capacidad exterminadora. El Gobierno ecuatoriano ya ‘aclaró’ -luego de que el ministro Arias puso sobre el tapete que Ecuador fumiga sus cultivos lícitos con 800 mil galones anuales de glifosato- que el problema no es el herbicida, sino la aspersión aérea, o sea que, como las frutas están verdes, ya la culpa es del sofá.
Un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública de Quebec (Canadá), realizado en el 2001 para la Organización Panamericana de la Salud, referente al caso colombiano en particular, arroja datos contundentes con base en las investigaciones más serias que se han hecho sobre el tema.
Los estudios señalan que este agente tiene una toxicidad muy débil, que no afecta el tejido nervioso ni la capacidad reproductiva, que no es cancerígeno ni es bioacumulable, que no es mutagénico ni produce malformaciones en embriones. La absorción del glifosato por vía oral es incompleta, y por vía cutánea es débil y lenta, y es excretado dentro de las 48 horas siguientes a la exposición. Se concluye que "en virtud del débil potencial de absorción y de la excreción rápida, los riesgos de exposición sistémica son limitados".
El glifosato es un herbicida que ataca una molécula vegetal que no tienen los humanos ni los mamíferos. Se disuelve en el agua y pierde sus propiedades en la tierra, en apenas meses. No es siquiera comparable con la intoxicación que produce el mercurio, que desde siempre se ha usado en minería, ni con el daño ambiental que provocan los 17 venenosos precursores químicos que se usan para procesar la coca y luego son vertidos a los ríos.
Entiéndase, sin embargo, que el glifosato no es Coca-Cola. Uno de los estudios (Maibach, 1986) demuestra que el Roundup no es más irritante que un limpiador multiusos o un champú para bebé. Pero beberse un champú -o un vaso de Roundup- puede causar hipervolemia, edema pulmonar, hemólisis y, finalmente, la muerte. Aun así, dice el estudio que "a pesar de su utilización profusa en el mundo se han reportado pocos casos significativos de intoxicación. Los graves son resultado de la ingestión voluntaria teniendo como propósito fundamental el suicidio".
Puede deducirse que el desprestigio del glifosato no es sincero y su nocividad es, en parte, un mito. Su uso indiscriminado en todo el mundo hace sospechosas las censuras a la fumigación de coca. Y no hay que ser muy suspicaz para entender que, tras el fingido reproche de Correa, se ocultan vaya uno a saber qué otras intenciones.
El Tiempo, 26 de diciembre de 2006
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