Dice Daniel Samper Pizano, en su anterior columna, que Colombia es el Caín o el esquirol de la región por firmar el TLC. Cree comprobarlo con una grave muestra de crueldad: no le compraremos más soya a la pobre Bolivia sino al imperio gringo. Es el sofisma ad hóminem: es bueno comprar soya costosa a Bolivia pero malo comprársela barata (con subsidio y sin arancel) a los gringos porque son gringos, y porque el TLC –que es malo por ser con ellos– fue firmado por Uribe y no por el Polo, que quiere lo mismo pero no con los gringos.
En realidad, todos somos Caínes de todos y no hay solidaridad sino conveniencia. Argentina anda preocupada por el anuncio de Evo Morales de subir el precio del gas que prácticamente les ha venido regalando. Lo irónico es que los gauchos consumen gas barato y le venden el suyo a buen precio a los chilenos, el hermanastro que le impide a Bolivia bañarse en el mar. Los gauchos también están muy molestos con los uruguayos por la construcción de dos papeleras que contaminarán las aguas del río Uruguay. Y ni qué decir de nuestros hermanos que favorecen las guerrillas que nos asesinan. ¿Será Cuba un buen hermano?
Pero volvamos a lo económico. Con excepción de Venezuela y Ecuador, los miembros del vecindario no nos compran mucho a pesar de que nuestro país es un excelente mercado para sus productos. Nuestro balance comercial con la región es ampliamente deficitario. Con Bolivia es de 100 millones de dólares anuales a su favor. ¿Son buenos hermanos con nosotros?
Es tan evidente el contenido ideológico de este juicio que habría que preguntarse qué viene siendo Chile, cuyo gobierno de izquierda firmó también un TLC con E.U. A la señora Bachelet parece asistirla el aura de haber sufrido el gobierno represivo de Pinochet para decir, sin sonrojarse, que ingresar al Mercosur sería retroceder (La Nación, 25 de marzo de 2006). A Lula da Silva lo asiste el haber sido obrero metalúrgico para desarrollar la más ortodoxa política económica que se haya visto en Brasil y a Chávez lo asiste su izquierdismo cerril para tener un magnífico TLC virtual con los E.U., sin que nadie lo critique: les exporta casi toda su producción petrolera, la vende en su red de 14 mil gasolineras Citgo y hasta les regala cocinol a los necesitados para ganar lisonjas a costa de sus propios pobres, que a diario empeoran.
Fuimos Caínes con nuestros hermanos panameños al propiciar que se arrimaran a un árbol que mejor sombra les prometía. También lo fueron ellos al separarse y peor la hicieron los peruanos corriendo la alambrada desde el río Amazonas –el viejo límite– hasta el río Putumayo. Claro, como no fueron los gringos, el caso ni se recuerda (Pardo Rueda: Historia de las guerras; Donadío: La guerra con Perú).
Injustamente nos tildaron de Caínes por no apoyar a la Argentina en la guerra de Las Malvinas y más recientemente por apoyar a Estados Unidos en su guerra de Irak, pero enrostrar ese argumento frente al TLC es ridículo y el calificativo de esquiroles es inexacto y ambiguo; no tiene nada de indignante querer trabajar.
Pero lo peor es que la crítica es superficial. En el 2005, Colombia compró 383 mil toneladas de soya a Bolivia, el 21 por ciento de su total exportado. Sin embargo, de acuerdo con un estudio de Kreidler Asociados (‘La soya boliviana hacia el mercado libre de las Américas’), este país importa cerca de 300 mil toneladas de soya de Brasil y Paraguay «para su procesamiento interno y posterior reexportación», con el fin de acceder a las preferencias arancelarias que tiene Bolivia en el mercado andino. Incluso, entre quienes importan soya a Bolivia está la empresa colombiana Gravetal Bolivia (Inversiones Osorno), que genera miles de empleos directos en ese país. Así que de ambos lados no hay más que negocios y conveniencias; ni somos el cruel Caín ni ellos son el inocente Abel. El discurso sesgado y venenoso de algunos, en cambio, se parece mucho a la serpiente del paraíso.
Publicado en el periódico El Tiempo, el 28 de marzo de 2006.
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